Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

Reproches o esperanzas

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 24 abr 2016

El filósofo José Ortega y Gasset afirmaba: «Lo menos que podemos hacer, en servicio de algo, es comprenderlo». Hay, muchas veces, demasiado prejuicio y muy poca comprensión frente a las nuevas realidades políticas. Comprender significa salir de la zona de confort y estar abierto a cambiar, enmendar o corregir. El prejuicio es seguro. Tan cómodo como inútil, si se quiere transformar. Este apriorismo es perverso: se reviste de coherencia, cuando lo que refleja es una profunda incapacidad para comprender la diferencia o la alteridad. Y las oportunidades.

La próxima —y previsible— campaña electoral va a ser un interesante ejercicio de filosofía política, justo ahora que la suprimimos irresponsablemente de nuestra oferta educativa. En esta campaña, nuestros líderes van a demostrar cuánto, cómo y qué han comprendido de este período. ¿Habrá sido un tiempo perdido, como afirman tantos analistas y confirman las recientes encuestas? Dependerá, fundamentalmente, de la capacidad de autocrítica de nuestros líderes y de su determinación para abandonar el recelo y el reproche, en favor de las propuestas y las esperanzas. Los ciudadanos expresan desánimo y cansancio. ¿Vamos a contribuir a su desazón e irritación con una campaña de acusaciones y culpas? Sería un grave error. Para todos y, seguramente, más para las opciones de alternativa.  

Estas elecciones se sitúan en un marco peligroso para las tres fuerzas del cambio, sean de relevo, de alternativa o de ruptura. El hecho mismo de celebrarse, en el caso de que así sea, sería el fracaso de un nuevo ciclo político caracterizado por las alternativas y no por las meras alternancias. Mariano Rajoy, se presentaría —paradójicamente— como el líder menos deseado, pero como el más insustituible, al fracasar todas las operaciones de apartarle del poder. Fracasaría el deseo, la necesidad y la esperanza. Emociones muy diversas, interpretadas políticamente de manera muy diferente, pero que recogen y expresan el amplio abanico plural de sensaciones que anidan entre 3 de cada 4 electores que desean un cambio. Rajoy impondría un castigo emocional sobre los electores muy desmovilizador: no me quieren, pero deberán soportarme. No hay alternativa.

En este contexto, la tentación de culpabilizar al otro es un atajo torpe. Creer que los electores necesitan una sobrexposición de acusaciones para saber quién ha hecho más o menos (por la gobernabilidad) es un desprecio a su conocimiento y a sus intuiciones. Sería un grave error. Y una pérdida de tiempo que arrastraría a los líderes que lo practiquen a un ejercicio estéril de rentabilidad política. Lo que viene es un tiempo nuevo. Nuestros líderes parecen demasiado atrapados en sus propias justificaciones, pero lo que la mayoría de la sociedad española necesita son sus soluciones.

El agotamiento es total y comprensible, pero sólo alimentará las opciones que rechazan el cambio si el resto de líderes se enzarza en una escalada de reproches y acusaciones. Hay una esperanza posible: o se estimula inteligentemente, o las opciones resignadas serán la única y auténtica realidad. Es, precisamente, esta losa (de que no hay alternativa) la que va a sepultar mayorías y esperanzas. Quien contribuya a ello, tirándose más piedras sobre el tejado colectivo, se merecerá su destino.

¿Colaborar con quien desprecias?

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 17 abr 2016


Las razones por las que cada vez parece más difícil la colaboración política entre el PSOE y las fuerzas del ecosistema alrededor de Podemos son múltiples. Y complejas. Entre ellas, destacan cálculos tácticos, recelos personales y miedos estratégicos. La competición ha ocupado, en las mentes de sus dirigentes, el espacio de la colaboración. La desconfianza ―cuando no el desprecio abierto― impide lealtades críticas, cooperaciones exigentes y alianzas responsables. A ello hay que añadir una legítima ―pero extenuante― lucha por la hegemonía en el espacio progresista.

Entre los análisis que explicarían esta situación abundan los que describen el factor humano, en la creación de marcos de seguridad compartidos, como muy determinante en este proceso de negociación y aproximación. Es decir, los que ponen el acento en las relaciones personales ―confiadas o desconfiadas― entre sus máximos dirigentes. Entre Iglesias y Sánchez. Y, también, aquellos que ahondan en las diferencias formales, entre Pablo y Pedro. Pero hay mucho más. Los reproches mutuos sobre la responsabilidad de la más que previsible repetición electoral están agudizando las diferencias estratégicas de fondo. Y son profundas.

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La previsibilidad en política

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 04 abr 2016

A Mariano Rajoy, presidente en funciones, le gusta el concepto para autoafirmarse y definirse: «Tengo unas ideas y principios y no los cambio de un día para otro, por eso soy previsible». Lo dijo en 2011. En macroeconomía, la previsibilidad es un valor, en tiempos de incertidumbre económica y de confianza bursátil tan volátil. Pero, en política la previsibilidad no parece ser, precisamente, una virtud, sino más bien un defecto. Puede ser la evidencia de una tozudez o una incapacidad para adaptarse al cambio o a un escenario nuevo. Tozudez que puede derivar en miope sectarismo. E incapacidad que puede acabar en parálisis enrocada. O en coartada.

«¿Dilata Rajoy sus decisiones porque es hombre dubitativo y diletante? ¿Las atempera con sentido táctico? Lo cierto es que el presidente del Gobierno es un don Tancredo para algunos y un estratega para otros. No faltan quienes le atribuyen desgana; pero tampoco los que suponen que transita por el poder desde hace años como por el pasillo de su casa. En todo caso, hay cierto consenso en atribuirle un enorme desdén por la opinión publicada y también por la pública.» Así describía al Presidente, en 2014, José Antonio Zarzalejos en Maquiavelo aplaude a Rajoy.

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