Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

La noche de los hombres tranquilos

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 26 sep 2016

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Las victorias electorales de Alberto Nuñez Feijóo e Iñigo Urkullu tienen, a pesar de sus diferencias ideológicas, algunos elementos comunes que permiten dibujar la emergencia de un modelo de liderazgo sereno y tranquilo que responde bien —y mejor— a la incertidumbre. Los electores, en tiempos de zozobras y preocupaciones, han apostado por algo más que su continuidad. Han confiado en un estilo parecido que ofrece garantías y solvencia. Liderazgos sosegados, maduros, contenidos. Capitanes confiables. Navegación prudente.

Moderación. Feijóo y Urkullu comparten un estilo moderado, de ribetes sobrios, de formas controladas, de expresiones sin excesos. Son casi adustos. También en la victoria. Valió la pena esperar a sus intervenciones, ya bien entrada la noche. Fueron dos ejemplos de autocontrol. Sin concesiones, pero a la vez con la dosis justa de emocionalidad. Racionales pero sensibles. Ganan los estilos sobrios, de palabras justas, de serenidad en la voz, de temple. Moderados en las formas y en las ideas.

Marca personal. Han ganado con sus apellidos: Feijóo y Urkullu. Ambos han protagonizado la campaña como marca electoral. Los logotipos y símbolos de partido han sido relegados o, abiertamente, apartados. Todo el poder a sus marcas personales por encima de cualquier otra consideración estética. La persona es el mensaje. El apellido el lema. Todo condensado en un nombre. El nombre-país. La identificación máxima. El liderazgo absoluto.

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El debate en Twitter

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 20 sep 2016

Errejón

El debate abierto en Twitter entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón sobre la estrategia política y electoral de Podemos tiene un interés indiscutible. Y diverso. El más relevante, sin duda, es el político -y también orgánico- justo en pleno proceso interno de renovación, con una fuerte competencia entre ideas, personas y sectores. El peligro al fraccionalismo cainita les acecha, pero lo evitan con un ejercicio democrático que, en muchos casos, parece ejemplar. Podemos sigue sorprendiendo con una apuesta desacomplejada y abierta -en la sociedad conectada- sobre cómo interpretan sus principales líderes la lealtad, la responsabilidad y la libertad de opinión en la disputa de las ideas dentro, y fuera.

No es extraño que un debate tuitero tenga una gran relevancia política, a pesar de las limitaciones de este formato. Los votantes españoles, por ejemplo, consideran que Twitter es la mayor plataforma de influencia política. Según un estudio encargado por Twitter este mismo año, “8 de cada 10 electores destaca el valor de Twitter como plataforma que genera debate político y favorece la participación ciudadana”. El estudio concluye que para la mayoría de los electores “este canal debe ser utilizado por los políticos para acercarse a los ciudadanos y ofrecer una vía de comunicación directa que contribuya a generar cercanía, transparencia y empatía”. Es decir, con la bronca tuitera, Iglesias y Errejón no solo discuten abiertamente de estrategia, sino que atraen y movilizan políticamente a sus activistas y simpatizantes, ocupando la agenda política mediática justo en el tramo final de la campaña vasca y gallega, como ya lo hiciera, en formatos más programados, en las dos últimas elecciones generales.

Pero la pregunta es inevitable: ¿Twitter favorece, realmente, el debate político? ¿O bien, por el contrario, lo enmascara creando una apariencia de discusión argumentada? ¿Unos monólogos encadenados e intercalados son un debate? El aplausómetro tuitero (retuits, favoritos, menciones y replays…), así como los grafos de la conversación entre comunidades y nodos, se corresponde, entonces, con un indicador fiable de favorabilidad, impacto y simpatía de cada posición… ¿o no? O significa otra cosa que tiene que ver más con la pugna organizada, a veces con ayuda de bots, más que con el debate de las ideas. Y todavía más lejos, la acidez de la agitación tuitera, con sus crecientes episodios de odio y bullying político, ¿no esconde una severa limitación -más allá del de los 140 caracteres- para un debate realmente democrático?

Las posiciones están, cada día, más divididas sobre qué cultura democrática se favorece en los debates digitales. El lector o lectora advertirá, y con razón, que no es posible -ni conveniente- generalizar; y que depende del debate, de los debatientes y de las interacciones. Es cierto. ¿Pero hay en Twitter, por ejemplo, prácticas dialécticas nuevas o que exploren los límites del debate hasta ahora conocidos? La lista de puntos es larga, con aspectos positivos y otros no tanto, pero me centraré en tres que reclaman reflexión: la presencialidad (con los registros de escucha, atención y comprensión), la elaboración y el matiz.

Los debates en Twitter son asíncronos, por naturaleza. La presencia (mejor dicho, su ausencia) es substituida por la conectividad. Solo una voluntad democrática manifiesta de respeto a la pluralidad puede corregir, parcialmente, los inevitables déficits de escucha, de atención y de comprensión que una conversación sincopada, como la tuitera, incorpora. La elaboración está también reducida a la lógica del titular, de la síntesis forzada, de la compresión que no siempre garantiza comprensión. Y, finalmente, el matiz. Twitter no tiene sonido, cadencia, tono, timbre o volumen. El uso de emoticones y símbolos es un atajo tan sugerente como, a veces, insuficiente. No hay cuerpo que hable, ausente el lenguaje no verbal, no hay tampoco el color de la voz. El matiz se diluye, y con ello la necesaria ambigüedad que tan útil es en una cultura democrática de consenso y acuerdo.

Este debate morado ha coincidido -casualmente, entre otros- con el anuncio ayer de Twitter de aumentar su capacidad de conversación e interacción. El uso de imágenes, gif’s, vídeos y encuestas añadidas al final (según TW los tuits con imágenes tienen un 313% más de interacción) no contarán para los 140. En las respuestas, el nombre de usuario al principio del tweet tampoco será penalizado. Los usuarios podrán hacer RT o citar sus propios tuits, aumentando el potencial narrativo hasta los 280 caracteres, entre otras ventajas.

"Twitter se ha convertido en el sistema nervioso de nuestras sociedades, y hay que aprender a utilizarlo", afirma José Luis Orihuela, profesor de la Universidad de Navarra, y uno de nuestros grandes expertos sobre esta red social. Acierta @jlori, una vez más. Pero si la política necesita nervio, no estoy tan seguro que necesite más nervios a los que ya tienen la mayoría de los electores, ni mucho menos dirigentes nerviosos.

Lo que revela el caso Soria

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 07 sep 2016

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Entre las torpezas y errores de esta otra segunda investidura fallida (en este caso la de José Manuel Soria), lo peor ha sido la justificación de legalidad, con la cual se defendía la normalidad de este desatino. Hay que despreciar mucho la estética y la ética políticas para creer que no había problema, que todo era correcto (conveniente, incluso), porque era legal. Realmente, ¿creían que era normal, que no había motivo para el escándalo, la crítica o la censura? ¿Cómo es posible que Mariano Rajoy, un político precavido y astuto, haya cometido tal error de percepción? ¿Qué se nos escapa? La osadía del exministro era preocupante, la complicidad de Luis de Guindos alarmante, pero la decisión del Presidente en funciones, ha sido incomprensible y preocupante. ¿Rajoy ha perdido algo más que una votación parlamentaria? ¿Está el candidato sin reflejos y perdiendo el sentido de la realidad?

La lista de despropósitos es larga. Los más relevantes se centran en la inoportunidad de la pretensión y en la irresponsable justificación. Todo ello ofrece una lectura negativa sobre las competencias y solvencias de Rajoy ante la complejidad actual. Justo en el momento más delicado, se ha autolesionado gravemente. En política, el momento oportuno es decisivo para la acción y, aún más, para la comunicación política. No comprenderlo es un síntoma de agotamiento de reflejos y habilidades que cuestionan —y comprometen— el futuro del indiscutible candidato del PP.

 

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