Varanasi de noche. / (C) Lola Hierro
Existe en el imaginario colectivo occidental la idea generalizada de una India espiritual y mística. Cada año, miles de turistas espirituales viajan desde todas partes de España atraídos por su halo misterioso, en busca de paz y de la ansiada conexión con su ser interior.
Pero, ¿es realmente India un país espiritual o es todo maya, es decir, una ilusión publicitaria? A menudo, suelen escucharse frases troqueladas del tipo: "Allí, si tienen un grano de arroz, lo comparten contigo" o "la gente te abre las puertas de sus casas y te ofrecen lo que tienen". Algunos escarmentados, en cambio, afirman que "es un país muy duro", "un lugar de contrastes", de blancos y negros. Pero, como sabemos, la vida es una escala difusa de grises y matices.
Como en un Juego de tronos, a menudo los escenarios de India se convierten en un lugar inhóspito donde, o devoras, o eres devorado. Con una superpoblación descomunal y un capitalismo emergente, la vida en las grandes urbes es una continua lucha por los recursos en la que la competencia agudiza los sentidos y la astucia.
Muchos turistas viajan en vagones de tercera clase imponiéndose toda clase de penurias con el fin de mimetizarse; comiendo en puestos ambulantes que jamás han pasado un control sanitario, hospedándose al aire libre o aventurándose por los barrios de chabolas con la intención de "experimentar la verdadera India". Lamentablemente, en condiciones así es más fácil padecer una gastroenteritis que hallar el nirvana.
Aún así, muchos turistas encuentran la verdad y la paz entre el caos del tráfico, la contaminación, el ruido incesante, la superpoblación y la pobreza. Acuden a los templos sagrados, al silencio de los ashrams, a la explosión de colores y estímulos de las celebraciones religiosas, a la sabiduría de los santones y gurús, a las enseñanzas de las escrituras védicas, a las escuelas de Yoga y centros de meditación... Porque la India también es eso: una de cal y otra de arena. Por un lado, el monje cobra "la voluntad"; por otro, bendice. El capitalismo es lo que tiene: todo lo devora.
En este escenario, se ajustan de forma engrasada las leyes espirituales como una justificación mística donde la vida y la muerte son naturales y forman parte de una "visión profunda" donde el sufrimiento es parte de la vid, y la resignación ante lo que es la ley del karma que cada uno merece provocan la sumisión de las masas. Un caos meticuloso que fascina o desagrada a partes iguales a los occidentales.
Sin embargo, ¿qué es más espiritual?: ¿que los demás compartan su grano de arroz con uno o que el sistema político, social y económico garantice un plato de arroz a sus ciudadanos? Una nación que garantice los derechos, la igualdad entre el hombre y la mujer, la libertad sexual y social, ¿no creará realmente mayores condiciones para un despertar espiritual y moral? ¿Son necesarias esas muestras privadas y opcionales de generosidad? ¿Es necesario que abran a uno las puertas de su casa o que cada uno tenga la suya? El buenismo enmascarado supone a veces la puerta para que la espiritualidad o el dogma sustituyan el raciocinio, la política, los ideales, el progreso y la libertad misma del individuo. Una nación que no garantiza la educación, la independencia económica, el bienestar de sus ciudadanos y la satisfacción de sus necesidades primarias no puede ser realmente un país espiritual. Si atendemos a la jerarquía de las motivaciones de Maslow, es un fenómeno que solo puede darse en la cúspide de la pirámide, es decir, después de tener las necesidades fisiológicas, emocionales y materiales cubiertas.
Obviamente, cuando uno tiene hambre no está para filosofías. Por eso en occidente hay una gran demanda de este tipo de viajes: porque el ciudadano puede permitírselo. Puede aspirar a una autorrealización y una conexión con su ser y el entorno, puede reírse de sí mismo y liberarse de las etiquetas mentales porque se ha creado el andamio necesario para que pueda ascender en el escalafón personal. En este sentido, ¿no es, por tanto, un país del primer mundo, más espiritual? ¿No es acaso el agua del Ganges tan sagrada como el agua del grifo de Móstoles?
La muerte es algo natural y necesario, pero una nación que valorara la vida de sus individuos y les permite desarrollarse en su plenitud intelectual, sentimental, física y contemplativa es profundamente mística. La autorrealización del individuo no puede ser patrimonio de ninguna frontera; es inherente al ser humano. Se corrobora así una de las principales leyes de la espiritualidad: no hay que buscar más allá, en las construcciones o en los textos, en Asia o en el exotismo, lo que siempre estará ahí, dentro de uno mismo, sea en España o en cualquier país "moderno", pues la espiritualidad está en los ojos del que mira.