Atardecer. (CC) Linda O'Dell
No hay nada nuevo bajo el sol,
pero cuantas cosas viejas hay que no conocemos.
AmbroseBierce
AUTOR INVITADO: ERNESTO GARCÍA MACHÍN
Para los que vivimos en América central los días siempre son más o menos iguales, no solo porque la monotonía tiene mucho que ver con el tiempo que nos sobra, sino porque la latitud hace que, aunque sea invierno o verano, el ciclo solar y su duración sean más o menos estables y equitativos.
Mi primera noche en Madrid fue blanca. Llegue justo con el solsticio de verano. A medida que el reloj daba su perpetuo giro, el sol parecía prendido del cielo, como si estuviera resistiéndose a regalarnos la magia del atardecer.
Fueron las ocho, las nueve, y a las diez empezó el espectáculo: el cielo se torno grisáceo, las nubes escasas y algo esparcidas, mi curiosidad era trepidante y mis pupilas acompañaron el ultimo halo de luz que rozó las colinas.
Los que vivimos murallas adentro solemos fantasear y comparar; fue inevitable pensar en la expresión “los capitalistas son tan buenos que hasta más horas le ponen al día”.
Lo cierto es que hasta mucho tiempo después no me fue posible asimilar que el mundo era tan grande y que yo estaba tan lejos…
Para los que acabamos de venir al mundo tan mayores, los cambios nos desconciertan, alguna vez alguien pensó que volver a nacer era maravilloso, pero nunca habló de lo confuso, ni de lo intenso.
Me quedé tranquilo, sentado en un lugar apartado desde donde podía ver cómo los neones de la terminal se encendían emulando casi la luz natural. Mi siguiente vuelo no saldría hasta la madrugada, y fue así que empecé a observar la diversidad; era cuanto podía hacer. Cuando has vivido durante toda tu vida bajo las mismas leyes naturales, supones que tal vez en esta nueva aventura podrías terminar viviendo en el lado erróneo del mundo.
Fue la primera vez que me cuestioné el pasó que dí, que me pregunté si podría formar parte del caos, si hallaría los caminos de ida y regreso e incluso eché de menos la uniformidad con la que nunca estuve de acuerdo.
Me pase las manos por la cabeza, llegué a sentirme, sin querer, como el pájaro al que le abrieron la jaula y quiso quedarse adentro, pues parte de mí no había traspasado el umbral de mi propio albedrío.
Una señora que estaba distante me preguntó qué me pasaba y yo le dije: “ahora soy libre y no sé qué hacer con mi libertad, no sé siquiera a qué hora se pone el sol”.
El día que el sol no se ocultó es el segundo capítulo del diario de Ernesto García Machín, migrante cubano que hoy reside en Tenerife.
Hay 2 Comentarios
La franqueza de tu fresca escritura, nos traslada a la piel del emigrante, esas maravillosas y valientes personas que salen de su país dejando sus verdaderas raíces detrás para buscar un nuevo futuro, un nuevo rumbo al que agarrarse a la Vida, bella la descripción de ese nuevo día en el nuevo mundo de la vieja Europa que no termina, como si no dejarás tú tampoco de despedirte de los queridos seres que dejarás detrás. Y seguro que gente ilusionada y humana como tú, como tantos otros, encontraran nuevas oportunidades en las que creer y confiar y por las que habrá valido la pena el esfuerzo de haber dado tan gran paso. Enhorabuena y toda la suerte y buena energia, Ernesto
Publicado por: una palmera | 15/06/2015 18:53:11
Me siento muy identificado con tu historia, algo similar nos ocurre a casi todos, aunque lamentablemente a unos les dura esa etapa más y a otros menos. Mucha suerte amigo mío. Un abrazo.
Publicado por: yoelsis garcia | 13/06/2015 16:28:23