Mensaje de protesta de refugiados en el campo de refugiados de Calais/ Abdel Belattar
Vergüenza. Quizás es la palabra más repetida a lo largo de los últimos meses cuando hablamos de la gestión europea del asilo, es decir, de los refugiados. Antes de empezar quiero aclarar los conceptos que se tratan en este ámbito: refugiado es el estatus que les dan los países de acogida a los solicitantes de asilo. Por lo tanto, formalmente a estas personas se les llama solicitantes de asilo, e inmigrantes en caso de que no huyan de nada.
En mi humilde opinión, pese a la burocracia, todas las personas que huyen de persecuciones por su sexualidad, precaria situación económica, ideología o religión son refugiadas. Tanto el inmigrante como el solicitante de asilo deberían de ser refugiados. Todo aquel que migra por necesidad, y no por capricho, debería de ser un refugiado. El que lo hace por capricho, es un turista.
Los medios de comunicación llaman a buscar soluciones a esta crisis de refugiados. Ya en las bases nos estamos equivocando. La situación actual no es una crisis de refugiados sino una crisis humanitaria. El problema no son los refugiados sino nosotros. Nosotros por no hacer nada viendo el mundo que vivimos y la vida que dejamos a nuestros hijos. Nosotros por apoyar políticos que son cómplices de verdaderas matanzas y holocaustos. Nosotros por no ayudar al cambio ni proponer alternativas a lo que hacemos, vivimos, decimos y vemos. Nosotros por ser meros borregos detrás de un pastor ambiciosamente borracho.
Creo que el ser humano ha vivido y evolucionado para no caer dos veces en la misma piedra. Pero caemos en la misma piedra dos, tres, cuatro, cinco y cientos veces más. Año tras año y día tras día vemos que las cosas se repiten. Cada año mueren personas y son liberadas otras. Unos mueren de hambre, otros mueren de obesidad. En fin, parece que vivimos en dos mundos ajenos uno al otro. Aunque cada vez el mundo de la pobreza, dolor, enfermedades, desigualdad, injusticia, corrupción, hambruna… se está comiendo al otro.
Los refugiados son personas que viven en la miseria, la muerte y la guerra. Son personas valientes por huir. Ellos son los protagonistas de la esperanza, son el sol de este mundo oscuro: ellos creen en la bondad del ser humano pese a ver lo que ven y sufrir lo que sufren. Pero ellos no pierden la esperanza.
Hace prácticamente un mes, el mal salió victorioso. Los malos consiguieron firmar un acuerdo para cerrar las puertas a las personas desesperadas. Y en caso de colarse, devolverlos. Un acuerdo para controlar día y noche los mares internacionales, con presencia de la propia OTAN, para que nadie venga sin invitación, como si del Capitolio tratase. No les importa violar los Derechos Humanos, porque todo vale “para cerrar las rutas de tráfico ilícito de personas, desarticular el modus operandi de los traficantes, proteger nuestras fronteras exteriores y acabar con la crisis migratoria en Europa” en palabras del acuerdo.
Es muy hipócrita firmar un convenio para destruir vidas y sueños intentado justificarse y quedar bien.
El acuerdo que ha firmado la UE, incluido nuestro Gobierno en (des)funciones, con Turquía es casi una derivación de responsabilidades. Es pagarle a un sicario para deshacerse de los clavos sueltos. Quieren limpiar las calles de refugiados, como si de basura se tratase.
Pero lo extraño toda esta maniobra es la falta de transparencia de los datos. Según la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) a finales del 2014 el mundo había un total de 59,5 millones de refugiados, de los cuales 38,2 millones son refugiados internos, es decir, huyen de los conflictos o persecuciones sin salir del país. Por la otra parte, 19,5 millones tienen el estatus de refugiado y 1,8 millones eran solicitantes de asilo. Y entre tantas cifras y guerras, 10 millones de personas eran apátridas, no tenían nacionalidad. El tema de los apátrida daría para otro artículo. Estos son datos oficiales de 2014, aún se están esperando los datos oficiales de 2015 y 2016.
En 2014 la Unión Europea tenia acogidos a poco más de un millón de refugiados, es decir, el 7,5% del total.
Quienes tienen razones para quejarse de la crisis de refugiados son precisamente los países de Oriente Medio, esos países que los superamos en cifras de desarrollo económico y que nos superan en cifras de desarrollo humano.
Tenemos que recordar que las cifras nunca son exactas. Y que además de las cifras de los refugiados, tenemos que buscar y sacar a luz las cifras de los fallecidos. Aquellas personas que huyeron de la muerte para sobrevivir, y murieron en el camino. Murieron por nuestro miedo. Murieron porque les cerramos las puertas. Murieron intentado vivir. Y los matamos nosotros.
Las cifras de los fallecidos son más inexactas que las de los refugiados que llegan, pues apenas hay un número fiable de víctimas. Según un recuento propio a partir de noticias de Acnur, en los primero seis meses de 2015 murieron cerca de 2000 personas.
Hace un año exactamente murieron 700 personas en Lampedusa, hoy la tragedia se ha repetido; la semana pasado murieron 500 personas en el mismo trayecto. Y a esta cifra hay que sumarle ya los 455 fallecidos en lo que llevamos de año.
En fin, el acuerdo entre los 28 Estados de la UE y Turquía fue firmado hace un mes. Hoy en día, la mayoría de refugiados que se encuentra en suelo europeo viven en el terror y el miedo de ser repatriados. Repatriarlos significa sentenciarlos a volver de donde han huido. ¿Qué paradójico? A pesar de que la UE se ha comprometido a acoger a un refugiado (máximo 72.000) por cada persona expulsada (sin máximo), es todo un montaje. Necesitaban un marco legal para legalizar las deportaciones o expulsiones (tanto individuales como colectivas) y lo han conseguido.
Para acabar, quiero llamar a la humanidad a no adormecerse ni ser insensibles a lo que pasa a nuestro alrededor. Todo lo que pasa, tan lejos como sea, nos acaba involucrando. Es la ley de causa y efecto.
Las montañas no rechazan a la tierra que viene a agarrarse a ellas. Es porque gracias a ellas son tan altas. Los ríos grandes y el mar no desprecian las pequeñas corrientes que fluyen en ellos. Es porque gracias a ellos son tan profundos.
Proverbio chino
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