"Conocía esos establecimientos. Todos se parecen. A veces, al vaciar los bolsillos del pantalón antes de llevarlos a la tintorería, descubres una bolita de papel ligera, un recibo de la tarjeta de crédito. Lo despliegas cuidadosamente. Pasmado, lees en él 'Peek’s Motel, Wardensburg'. No recuerdas haber estado allí jamás. El papel especifica: “habitación, una noche, 18 dólares más impuestos…”. Deduces de ello que debías estar solo. Rebuscas en los rincones de tu memoria y logras recuperar una imagen que se va precisando poco a poco.
Una quemadura de cigarrillo en la colcha demasiado delgada… una cortina de ducha desgarrada y apergaminada por el paso del tiempo… una alfombra, si así se le puede llamar, de pelo marrón… una máquina de hielo y una máquina de coca cola en el hall abierto a los cuatro vientos… una habitación que apesta a soledad y a la que le falta esmero. No has podido dormir; has permanecido acostado, oscilando sin cesar entre sueños fugaces, violentos, y tristes despertares. Sí, no hay duda, se trataba del Peek’s Motel."
J. Raban, 'Nuevo Mundo'.
En las más que frecuentes conversaciones en las que los dos autores de este blog evocamos nuestro viaje a Estados Unidos, de vez en cuando recordamos las noches que pasamos en moteles de carretera. Con frecuencia, nos cuesta recordar detalles que los diferencien a unos de otros y, por tanto, que nos sirvan de pista para distinguirlos con certeza y precisar en qué punto del país nos encontrábamos exactamente en cada momento. Solamente, tras dedicar un rato a poner en común imágenes difusas, el puzle cobra forma en diálogos parecidos a estos:
- “¿Pero aquello no fue el motel de Lebanon, en Ohio? ¿O fue el de Black Canyon City?"
- No estoy seguro, me parece que más bien fue el de Paradise, en Míchigan, ¿te acuerdas?”
- Ah, sí, sí. Tienes razón, aquella fue la noche que…"