Uno de los grandes retos en este tipo de viajes es no alargarse demasiado en determinados lugares para así llegar a tiempo a la ciudad en la que te has comprometido a devolver el coche. Al inicio del trayecto muchos dudaban que fuésemos capaces de llegar en el plazo previsto a Seattle, donde habíamos de retornar el vehículo. Cuando por fin cumplimos nuestra palabra y abandonamos al querido Hyundai blanco en el aeropuerto de Tacoma, el cuentakilómetros no mentía: habíamos recorrido un total 14.000 kilómetros, de Chicago a Seattle. Desde allí, volamos a Nueva York donde pasamos nuestra última semana de viaje, que os iremos contando.
Esta tediosa introducción no tiene otro fin que explicar que cuando atravesamos el Big Sur, la famosa región californiana de escarpados acantilados, hogar de beatniks y demás personajes extravagantes, lo hicimos con la espada de Damocles de la fecha del final del viaje sobre la cabeza, marcada en rojo en el calendario. No nos quedó más remedio que serpentear a matacaballo la sinuosa Highway 1 y recorrer el resto de la Costa Oeste en un tiempo récord. No tuvimos tiempo para saborear aquellos 150 kilómetros de carretera como nos hubiera gustado y ahora nos arrepentimos de aquel apresurado zigzag.