Miles de mujeres llevan pañuelo islámico (hiyab) en España. Muchas empiezan a usarlo cuando aún cursan sus estudios en el colegio o el instituto. En la mayoría de los casos ocurre sin revuelo. Pero periódicamente aparecen ejemplos que reflejan los medios de comunicación y que demuestran que el asunto no está resuelto. De un lado, quienes defienden el uso del pañuelo se aferran al artículo 16 de la Constitución, que establece la libertad religiosa “sin más limitación en sus manifestaciones que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por ley”. Del otro, algunos centros amparados por los Gobiernos de sus comunidades autónomas interpretan que el pañuelo sí altera ese orden público y atenta contra sus normas. Y en medio, unas menores que se convierten en protagonistas de una polémica que las pone en el ojo del huracán.
La semana pasada, sin ir más lejos, el consejo escolar de un colegio de Arteixo (un municipio de A Coruña) aprobó reclamar a la Xunta de Galicia el traslado de una alumna que lleva hiyab. El caso de esta estudiante, de 12 años, es similar a los que vivieron las menores Shaima Saidani en 2007 en Girona y Fátima Elidrisi en 2002 en Madrid. Y sigue el mismo patrón que el que terminó hace casi un año con la expulsión de la joven Najwa de un instituto de Pozuelo de Alarcón (Madrid). Tanto Najwa como la niña de Arteixo acudieron un buen día a clase con esa prenda. Los centros se acogieron a su normativa interna -que prohíben llevar la cabeza cubierta- para abrirles expediente. Los Gobiernos gallego y madrileño aludieron a la autonomía de los centros, que en ambos casos abogaron por la expulsión.
¿Fueron realmente libres al cubrirse la cabeza y enfrentarse al cambio de centro? ¿Son libres para hacer declaraciones? ¿Son lo suficientemente mayores y están preparadas para tomar esa decisión?
Obtener declaraciones de las dos últimas afectadas resulta casi imposible. Pero ha sido sorprendentemente fácil hablar con otras dos chicas adolescentes con características similares. Bastaron tres llamadas para localizar a Dania y Dunia. Son primas, musulmanas y españolas de origen marroquí. Las dos estudian en el mismo instituto de Guadalajara. Dania, la mayor, tiene 15 años y lleva hiyab desde los 12. Dunia, de 13 años, dice que quiere esperar un poco más antes de utilizarlo: “No me siento preparada”.
“Te lo pones después de la primera menstruación, pero solo cuando te sientes segura, y yo lo estaba”, explica Dania, la prima mayor. Cuenta que sus amigos “se extrañaron un poco” el primer día que apareció con el pañuelo. Ella asegura que no le impide hacer una vida normal. En clase de gimnasia se lo ata más fuerte para que no quede suelto. “Ningún profesor de Educación Física me ha dicho nunca que no pueda llevarlo”. Defiende que la decisión fue suya y que ha de ser así: “Los padres no deben obligar a su hija porque la chica se va a sentir demasiado controlada y no va a desarrollar una vida normal”.
¿Ella hubiera podido optar por no ponérselo?, pregunto. “No creo que eso hubiese pasado, porque a mí me han enseñado cómo debe vestir una mujer musulmana”. ¿Lo considera un símbolo de sumisión? “Claramente no. Es como si una mujer decide ponerse falda. Yo me siento identificada con el velo, pero soy una persona normal, mi hiyab no me hace ni mejor ni peor”.
Su prima Dunia tiene dudas: “Me lo voy a poner, pero tengo que pensarlo un poco más, no me siento preparada”. Admite que le condiciona el entorno. “Creo que me podrían rechazar, que podrían insultarme”, asegura. “En mi clase están un poco alborotados, creo que es mejor que mis compañeros se hagan mayores y conozcan bien los derechos de cada uno”. Con una norma clara que les permitiera (o impidiera) llevar el pañuelo en clase quizá Dunia no tendría dudas. Si hubiera una norma que no dejara el asunto al arbitrio de un consejo escolar las menores Shaima, Fátima, Najwa o la alumna de Arteixo nunca habrían sido noticia ni tampoco las condiciones en las que ejercen su derecho a la educación.
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