“Las mujeres, para querer a los toreros”
Juncal, una serie protagonizada por Paco Rabal que enganchó a la audiencia en la primavera del 89. Era un compendio de estereotipos, lugares comunes y personajes que todavía se encuentran, como un calco, en el mundo de toro.
Este diálogo calca la visión de la realidad que tiene el torero, en activo o retirado. No es nada personal, solo es una forma de vida. Saber que un día se tiene todo y al siguiente se puede perder crea una personalidad en ocasiones caprichosa, extremista, con altos y bajos. Una suma de vanidad y síndrome del feriante perpetuo.
El torero, sobre todo si está en la cima, llega a pensar que el universo gira en torno a sí mismo. Llegar a esa elite, a mandar en el ruedo, el campo y los despachos es lo que anhela cualquiera que se enfunde el traje de luces.
Se dice que el toro pone a cada cual en su sitio. También que el toro no pide el carné de identidad a nadie. Entonces, ¿dónde quedaría el machismo? En el acceso. En la oportunidad. El márketing marca, muchísimo, las posibilidades de tener contratos. Si se tiene un apoderado avezado, capaz de crear un valor diferencial de la torera en cuestión, podrá torear más.
El bautismo de sangre, como pasa con sus compañeros, es la primera criba. Ahí no hay distinción. Tras la primera cornada ellos y ellas pueden colgar el chispeante en la percha. Lo lógico es que si son menos mujeres las que deciden probar suerte entre los pitones, sean menos las que llegan a la cima.