Dice hoy John Kay en el Financial Times que hay una estadística absurda que asegura que los hombres piensan en el sexo cada siete segundos. Es un dato sin duda ridículo que tiene, sin embargo, lejanos visos de realidad en algunos personajes masculinos. Era un secreto a voces que Dominique Strauss-Kahn, exdirector gerente del FMI y exaspirante a la presidencia de la República Francesa, pertenecía a esa casta de varones de irrefrenable libido y carácter conquistador, lo que hasta el escándalo que le llevó a la cárcel el 14 de mayo en Nueva York, era un simpático rasgo que le distinguía. El caso se ha archivado, pero lo cierto es que el veredicto social ya está escrito: la carrera política de DSK está acabada (salvo sorpresas galas) y su lugar lo ocupa una mujer de intachable vida privada, que se sepa. ¿Por qué no se le aplicó a DSK la presunción de inocencia? ¿Por qué a pesar de que la víctima de DSK parece una mentirosa compulsiva hay tantos que no acaban de fiarse de este político francés?
El archivo del caso decidido el martes por un juez no cierra el asunto y deja abiertos enormes interrogantes, pero, según el relato del fiscal Cyrus Vance, arroja una certeza: aquel 14 de mayo de 2011 el maduro y millonario Dominique Strauss-Kahn, de 62 años, mantuvo un breve pero parece que intenso contacto sexual con la inmigrante limpiadora del hotel Sofitel de Nueva York Nafissatou Diallo, de 32, durante los apenas nueve minutos que la mujer permaneció en la suite de lujo que ocupaba el francés. La fiscalía, que cree que tal brevedad sugiere que dicho contacto no fue consensuado, se considera incapaz de probarlo, como alega Diallo, dado que su credibilidad ha quedado por los suelos tras tanta mentira y contradicción.
¿Hubo violación? ¿Se trató de una agresión sexual? Nadie ha explicado mejor que Mario Vargas Llosa la irrelevancia de tales preguntas en su artículo Derecho de pernada. Para el Premio Nobel, parece evidente que DSK abusó de su posición para saciar sus deseos pendencieros con una mujer 30 años más joven, dado que resulta altamente improbable que el espectáculo de un DSK desnudo despertara de manera irrefrenable la libido de la mujer. Según los hechos probados, DSK se permitió el desahogo con una humilde limpiadora, salió precipitadamente hacia el aeropuerto para viajar a París y su propia reputación ha quedado maltrecha para siempre. ¿Por qué no corrieron la misma suerte otros pendencieros que en el pasado ocuparon relevantes puestos políticos?
La buena noticia podría ser que la sociedad del siglo XXI es, por fin, sensible a unos modos del pasado que retrotraen, efectivamente, al derecho de pernada hasta el punto de considerar a un gestor público incapacitado para el puesto si exhibe comportamientos tan poco acordes con la ética y tan irrespetuosos con las mujeres. La mala noticia es que los sistemas judiciales tienen graves dificultades para lograr condenas en casos de abusos sexuales en los que habitualmente no hay más testigos que la víctima y su verdugo (de ahí la importancia de la credibilidad del testimonio de Diallo) y que quizá tenga razón el abogado de la limpiadora cuando protesta por el hecho de que la justicia y la prensa se hayan dedicado más a investigar y culpabilizar a la víctima que al presunto agresor. Si Diallo fue forzada a mantener ese contacto sexual con DSK, como ella asegura, y sus mentiras son solo producto de la confusión, de secretos inconfensables propios de su condición, el miedo y la torpeza, entonces el resultado no puede ser más decepcionante.
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