Venirse a España en 1936 fue su gran decisión, su
aventura definitiva. Aunque no supiera que iba a ser, además, su aventura final. Gerda Taro, joven y osada, murió en 1937 en
España, en el frente de Brunete. Ahora puede verse su trabajo en La maleta mexicana, una exposición que se muestra en el Círculo de Bellas Artes (Madrid) hasta el 30 de septiembre y que luego se exhibirá en París. Junto a los dos rollos de película de Taro, La maleta mexicana incluye una importante cantidad de fotos de Robert Capa, su maestro y pareja sentimental, y de Chim (David Seymour). Las probabilidades de
morir en aquella guerra terrible eran muchas; las modalidades de tropezarse con
esa muerte, variadas; los bombardeos franquistas sobre Madrid no daban tregua y
los tiros fratricidas acribillaban a veces al enemigo, o sencillamente al otro,
al que pasaba por el sitio equivocado. Un espectáculo brutal
trufado de idealismo que la fotógrafa de guerra inmortalizó con
emoción. Mientras tomaba imágenes de republicanos que, aun en la retirada, repelían a los insurgentes o iban cayendo heridos,
encontró la suya. No fue eso que llaman una muerte heroica, sino un
accidente, la maldita fatalidad. Pero a raíz de esa muerte azarosa, innecesaria
e injusta -aunque eso fuera algo corriente en aquellos años-, su corta vida adquirió
tintes heroicos. Porque si Gerda Taro perdió la vida mientras huía del avance
de las tropas franquistas encaramada sobre un automóvil que trasladaba heridos,
fue porque estaba allí con su cámara. Porque había pedido con
insistencia a las autoridades republicanas que la dejaran ir al frente para
captar el latido de la confrontación. Mientras el coche se alejaba, en medio
del caos de la retirada, un ataque de aviación propició que un tanque republicano golpeara al
vehículo. Taro cayó al suelo y las cadenas del tanque la arrollaron. Solo entonces dejó de disparar imágenes. Aunque fue
llevada a un hospital de El Escorial con vida, falleció en la madrugada del 26
de julio de 1937. María Teresa León y Rafael Alberti fueron algunas de las
figuras que fueron a visitarla al hospital. En la España republicana y en los
medios informativos occidentales su muerte causó una honda conmoción.
Así murió la que tal vez haya sido la primera fotoperiodista
que ha perdido la vida en primera línea de fuego. Pocos días después, el 1 de
agosto, habría cumplido 27 años. El cadáver fue trasladado a París y allí
recibió el homenaje de la izquierda ilustrada.
Comenzaba la mitificación de su figura, aunque su labor de fotógrafa quedara entonces en penumbra, relegada a un segundo plano. La fuerza
de sus imágenes quedó en parte sepultada por la tragedia. Gerda Taro mandaba sus reportajes
gráficos a Le Soir y Regards y el eco de su
trabajo y su simpatía por el Frente popular francés facilitó que el PCF la arropara
como a una camarada más, caída en la lucha contra el fascismo. Taro no tenía
carné, pero sus fotos evidenciaban su compromiso, siquiera moral, con la España
legal, un referente para los europeos que combatían el fascismo. Ahora, setenta
y cinco años después de aquella tragedia, su recuerdo, nunca olvidado, pero ligado a su trágica muerte y a su vinculación con Capa, reaparece con fuerza. Por fin ella misma. Por fin.