Si hubiera un ranking de insultos escuchados en un campo de fútbol español, yo me jugaría una mano a que el primer lugar lo ocuparía "hijo de puta". Cierto que en ello influye que en el fútbol el árbitro es el punto de referencia de todas las maldades, el Lucifer frente al paraíso feliz de los aficionados, pero como es un hombre (las mujeres árbitro son aún estadísticamente anecdóticas), una parte del público, más numerosa de lo que se quiere hacer creer, se acuerda siempre de su madre, porque hijo de puta es un insulto muy español que se usa incluso en tono coloquial. El hecho de que a los árbitros se les conozca por sus dos apellidos -y no a los futbolistas ni a los entrenadores- explica suficientemente las cosas.
Los cánticos de un sector del Gol Sur del Benito Villamarín la pasada semana contra la ex novia del jugador Rubén Castro, acusado de cuatro delitos de malos tratos y uno de amenazas por los que el fiscal pide dos años y un día de cárcel, indican que el machismo violento es una herida más profunda de lo que parece y que difícilmente sana con agua oxigenada y mercromina. "Rubén alé, Rubén alé, no es culpa tuya, es una puta, lo hiciste bien" más que un cántico horroroso, es todo un manual del machito violento. "Alé, alé", es vuélvelo a hacer; "no es culpa tuya", es aquello de pega a tu mujer aunque no sepas por qué, ya lo sabrá ella; "es una puta", es el recurso habitual de la moral de los puteros; "lo hiciste bien", es pura y llanamente una incitación al maltrato, una legitimación de la violencia.