En nuestro país, y yo diría que en casi cualquier país del mundo, que una mujer consiga escribir, dirigir y protagonizar una película debe calificarse de auténtico milagro. Un auténtico ejercicio de heroísmo si tenemos en cuenta que apenas un 8% de las películas producidas en nuestro país son dirigidas por mujeres, mientras que en guión y producción la presencia femenina no alcanza el 20%. Y todo ello a pesar que desde 2007 tenemos una Ley orgánica, la 3/2007, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, que entre sus múltiples mandatos dirigidos a los poderes públicos recoge el de “hacer efectivo el principio de igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres en todo lo concerniente a la creación y producción artística e intelectual y a la difusión de la misma” (art. 26).
Para ello, la ley prevé la adopción de todo tipo de medidas que contribuyan a erradicar lo que podemos calificar como “discriminación estructural”, incluidas también las acciones positivas necesarias para corregir la desigualdad de género en el ámbito de la cultura. Unos instrumentos que, de momento, han dado unos frutos más bien escasos, tal y como insistentemente se recuerda por ejemplo desde Clásicas y Modernas, Asociación para la igualdad de género en la cultura. Parece evidente que en éste, como en otros ámbitos de la vida social, el patriarcado, que se traduce en un orden cultural pero también unas relaciones de poder, tanto político como económico, continúa prorrogando la discriminación estructural de las mujeres.
Por todo ello, en un contexto en el que ellas lo tienen tan difícil, mucho más en unos momentos de crisis económica que están sirviendo de pretexto en nuestro país para limitar las políticas sociales y para reducir a la mínima expresión las ya de por sí casi inexistentes políticas culturales, debería ser objeto de celebración que una película como Requisitos para ser una persona normal haya logrado realizarse, estrenarse y ser alabada por la crítica y espero que también en estas semanas por el público.