Thelma y Louise se estrenó en 1991 y fue ganadora del Oscar al mejor guion original aquel mismo año.
Nunca olvidaré el día en que vi por primera vez Thelma y Louise. Era entonces un estudiante de Derecho al que le quedaba mucho por aprender del feminismo, del cine y de la vida en general. La vi en unos cines míticos de mi ciudad, bautizados precisamente con un nombre de mujer con una historia muy "de película", Isabel la Católica. Esos cines, en los que tanto aprendí como hombre y como ciudadano, están hoy tristemente cerrados. Aunque en aquel momento no era capaz de traducir políticamente todo lo que la pantalla me mostraba, sí que me sorprendió que en la película fueran dos mujeres las protagonistas absolutas, que se rebelaran contra un mundo que las trataba injustamente y que además fueran partícipes de una relación de complicidad tan alejada de las que habitualmente el cine mostraba entre mujeres. Alrededor de ellas, los hombres aparecían como accesorios, como restauradores de un orden en el que ellos eran los privilegiados, ciertamente torpes y hasta desubicados ante la valentía de unas mujeres que habían decidido ser autónomas. Incluso en sus deseos y en su sexualidad. Recordemos el gozoso cuerpo de un jovencísimo Brad Pitt con el que juegan y disfrutan frente a la brutalidad del macho que recurre a la violación como brutal expresión de unas relaciones de dominio.
Pasados 25 años, lo lamentable es que todavía sigamos celebrando Thelma y Louise casi como una excepción. Ello debería hacernos reflexionar sobre cómo el cine continúa mayoritariamente transmitiendo unos relatos en los que ellas o no están o están de manera devaluada, secundaria o solo excepcionalmente protagonista. Algo que sin duda tiene mucho que ver con el dominio masculino de una industria que genera discriminaciones horizontales y verticales. Ahí están para corroborarlo los datos que hace un par de años revelaba el estudio encargado precisamente por el Instituto Geena Davis sobre la presencia de mujeres y hombres en las películas. Recordar pues la película que dirigió Ridley Scott, en la que tan determinante fueron tanto la guionista Callie Khouri como la productora Mimi Polk Gitlin, debería servirnos pues no solo para completar la debida genealogía feminista que tan olvidada suele estar en la cultura y el conocimiento, sino sobre todo para insistir en la necesidad que tenemos de otros relatos, de otras miradas y de otra Humanidad en la que una mitad, la femenina, no sea la subordinada con respecto a la masculina privilegiada.