27 diciembre, 2007 - 14:10 - EL PAÍS
Hace veinte años tener un BMW o llevar un tatú era una forma de diferenciarse de la plebe. Hoy, que cualquier tuercebotas presume de un serie 5 y los alumnos de la ESO lucen tatús carcelarios, la vanguardia estética –por llamarle de algún modo- tiene que dar una vuelta de tuerca que les vuelva a conceder una cómoda distancia sobre el grupo perseguidor. El gran avance de este osado early adopter son los implantes de silicona en el tatú. La otra opción es comprarse un Masseratti.
Gracias, Pepe.
Al pasar la página una selección de otros tatús de gusto, ejem, discutible. Huelga decir que puede herir el buen gusto del internauta, etc.
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