Una pareja de señoritas disfrazadas de novia y con latas colgando de los vestidos. Un par de tipos con sábanas emulando a los fantasmas del cartel del Sónar. Una cuadrilla de nibelungos con gafas de las que penden rastas. Chicas en top de bikini contraviniendo la normativa municipal que obliga a todo el mundo a vestirse, no ya con buen o mal gusto, sino sólo a vestirse –por una vez estoy de acuerdo con las autoridades-. Tipos con sombreros de gnomo con las setas dentro, tipas con pasta blanca entorno a sus fosas nasales (¿dentífrico?), vestidos vulgares, idiocia estética al por mayor, carne expuesta como en una volatería. Sí, el Sónar de día es un babel del gusto cuestionable –digámoslo en fino- porque su popularización ha atraído a esos personajes de aluvión que vulgarizan lo que tocan.
Como Eurovisión pero al revés. Sí, este tipo de personajes también visitan el Sónar nocturno, pero allí no cantan tanto porque la oscuridad es mayor y las extensiones resultan tan enormes que hasta diluyen el mal gusto. Y no, no es comentario elitista de gafapasta al que le han fastidiado su fiestecilla, esa que antes disfrutaba con otros gafapasta tan frustrados, solitarios, obsesivos y listillos como él. Es mera constatación. ¿Pero es esa la razón que convierte al Sónar diurno en una pasarela de alelados? No, esto es un detallito, porque la principal razón es que hay escenarios de sonido deficiente, particularmente el Village y el Dome, y programación muy irregular, y porque los otros dos escenarios, el Hall y el Complex, tienen una programación que en general resulta reiterativa (Ruidos Reunidos Geyper).
Sí, ha habido conciertos buenos –King Midas Sound, Broadcast, Cluster, Macromassa-, cachondos (Post War Years) y llamativos –Tristan Perich, La Chambre des Machines- pero la inversión de tiempo no resulta rentable en cuanto a resultados. Por lo que hace a los escenarios exteriores, sólo Delorean y, muy especialmente Bomba Estéreo –cumbia electrónica- pasaron el corte. A Peter Tong le deberían haber cortado......
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