Reconozcámoslo: ser heavy no es precisamente lo más cool del mundo. En sus inicios, los pelos largos, pantalones de pitillo y demás complementos –cazadora de cuero, parches y, por supuesto, las camisetas de grupos- eran las pintas del estereotipo de macarra. Luego, su consumo sólo era orgullosamente reconocido por chicos que invertían la paga del fin de semana en el último de Blind Guardian, los juegos de rol o los cómics (en una época en la que leer cómics no era cool).
Por suerte, la música y bandas como Iron Maiden quedan al margen de tanto cliché. Estos tipos llevan más de 30 años paseando su logo. A pesar de ello, o precisamente por eso, su ultimo disco, The final frontier, ha sido número 1 no sólo en su casa, Reino Unido, también en España. Son unos auténticos
dinosaurios, pero renuevan su legión de fans; incluso se ven obligados a disculparse ante
algunos de ellos, que piden más temas en vivo de su trabajo más reciente. El
sueño húmedo de muchas bandas que no llevan ni la mitad de años que ellos,
vamos.
En directo siguen mereciendo la pena. Nada de eso de “se conservan bastante bien”, que suele querer decir “todavía son capaces de mantenerse en pie”, tantas veces aplicados a veteranos en horas bajas. A pesar de que dejaron fuera muchas de las canciones que me recuerdan mis 15 años, el pasado día 21 en Valencia les disfruté en todas sus facetas: la más festiva y punk con Running free, la grandilocuencia de Ghost of Navigator o la catarsis con Fear of the dark… no voy a tratar de convencer a los escépticos. Que nadie se fuerce a hacer cosas que su religión prohíba, que seguramente se le atraganten a los 30 segundos o, a lo peor, encuentra alguna cosita que le guste.
De tan honestos, consecuentes, tan ochenteros… ¿No acabaran poniéndose otra vez de moda? Es muy improbable, pero no sería de extrañar que en algún momento fueran reivindicados incluso por aquellos que nunca les han escuchado, y empecemos a ver chapas de Maiden en las solapas más insospechadas. Para celebrar que han cerrado su gira en España, aquí van unas cuantas razones para explicar su éxito:
Épica (de verdad): Las canciones de Maiden están hechas para ser coreadas en un estadio a pleno pulmón. No se trata de animar el espíritu antes de la decisiva batalla contra el ejército de Mordor, pero temas como Aces high o The trooper tienen mucho de himno. No se suelen poner demasiado solemnes, que además no les pega.
Vergüenza, la justa: La teatralidad de Bruce Dickinson, Steve Harris apuntando al público con su bajo, las posturitas en los solos… vale, que cambien el set list, pero hay cosas que son imprescindibles. Como el decorado: unas estructuras futuristas, de metal y con las obligatorias luces, les han servido de fondo en esta gira. Gastan un sano cachondeo que les permite llevar un gorro de policía inglés o unas gafas 3D, o que un tipo disfrazado de su mascota, Eddie, salte a las tablas. En fin, que el penúltimo cantautor con camisa a cuadros arremangada en un bar semiclandestino está muy bien, pero se echaba de menos disfrutar de estos tíos sacando pecho, con un espectáculo sin medias tintas.
Un cantante icónico: Dickinson regresó a la banda de Steve Harris en 1999 tras una ruptura temporal, lo que dio una alegría a sus fans, que no estaban muy contentos con el tono grave de Blaze Bayley (le criticaban hasta cómo jugaba al fútbol; triste destino el de los sustitutos de leyendas). La verdad es que Bruce se sigue pegando sus carreras y da gusto verle cantar. Hasta tiene energía para pilotar su avión. Otro que volvió al redil por las mismas fechas fue Adrian Smith; como doblar algunas líneas melódicas mientras un tercero acompaña siempre queda muy apoteósico y neoclásico, se quedaron con tres guitarristas. ¿Excesivo? Tal vez, pero también muy épico.
Un set list (demasiado) renovado: No tocan Run to the hills. Ni The trooper. De verdad. Tras haber hecho tours que repasaban el material más añejo, se dan el gustazo de basar cada actuación en los últimos cuatro discos de la banda. Ya hay “nuevos” clásicos, como The wicker man, Brave new world, las dos estrenadas en 2000.
Saber lo que piden los fans: Aunque últimamente suenan algo más oscuros y les dé por complicarse más la vida, Maiden no pretenden ser Dream Theater (banda de virtuosos que, por cierto, son fans de los británicos). Pueden hacer canciones largas de influencia prog como The rime of the ancient mariner, pero siempre van a compensar con temas directos y frescos. Los solos tienen su típico momento “cuanto más rápido, mejor”, pero precedidos de pasajes muy melódicos. Y, bueno, qué pasa, ¿no nos pueden gustar los solos rápidos? Un poco de épica que haga sonreír nunca nos va a sobrar.