Una respuesta más que plausible a semejante pregunta sería: “Bardo Pond, hijo. Seguro que escuchan el último disco de Bardo Pond”. La tradición del rock nos enseña que la música del infierno es el heavy metal; al principio en versiones más suaves y optimistas y, últimamente, en los sonidos gélidos y oscuros del metal más extremo. El purgatorio, en cambio, es un lugar de castigo y expiación más que de maldad, lo que también resulta inspirador a nivel creativo. Aunque la iglesia ha confesado que no existe en sus últimas modernizaciones, si a Dante Alighieri a Steve Harris y a Skerik les vale, a mí también
Esta aventurada relación del purgatorio con Bardo Pond es intuitiva y completamente personal. La música de esta banda de Philadelphia actúa directamente sobre las capas más profundas del cerebro, apelando a nuestro lado más primitivo y emocional. Examinarla es innecesario porque, desde su propia concepción, está completamente desintelectualizada y lo único que exige al receptor es, al menos, cierta implicación. Sobre el papel es sencilla, basada en pequeñas secuencias de acordes que se suceden una y otra vez de manera obsesiva. Si no entras en el universo de Bardo Pond, el aburrimiento está casi asegurado. Eso sí, si te atrapa la magia chamánica y opiácea que destilan sus composiciones, ten por seguro que la experiencia será intensa.