Muro de sonido

Sobre el blog

Conciertos, festivales y discos. Auges y caídas. Y, con suerte, sexo, drogas y alguna televisión a través de la ventana de un hotel. Casi todo sobre el pop, el rock y sus aledaños, diseccionado por los especialistas de música de EL PAÍS.

Eskup

Pero, ¿todavía quedan tiendas de discos?

Por: | 16 de abril de 2011

RecordStoreDay

Nunca me han gustado los eventos del tipo “el día de”. Siempre acaban pareciéndome reduccionistas y condescendientes, como si estuviesen diseñados para saldar una supuesta deuda social con la minoría o colectivo que toque en cada momento. Celebrar “el día” de algo provoca automáticamente la sensación de tachar una tarea del cuaderno de deberes hasta el año que viene. La intención original, muy probablemente, no es esa, sino agitar a la ciudadanía en busca de compromiso, colaboración o, en última instancia, comprensión. Sobre el papel, fantástico.

Pero esas fechas dejan en evidencia a una sociedad que presume de moderna y avanzada, para después señalar en el calendario un día (¡uno!) con obviedades como que la mujer trabaja y debería hacerlo bajo las mismas condiciones que el hombre, que los homosexuales tienen (o deberían tener) los mismos derechos y deberes que cualquier ciudadano o que el hambre en el tercer mundo es una vergüenza para el primero. Esos días, que atraen sus sujetos a la prensa durante unas horas, son una pátina de compromiso para el viandante que sólo quiere trabajar, consumir, ver la tele y que le dejen en paz. El día de “X”, pegatina en la solapa, un enlace en Facebook, unos minutos de charla durante el café, y a otra cosa.

Todo esto viene a algo mucho menos trascendente que lo mencionado anteriormente, así que, perdonen el atisbo de comparación, porque no pretendía ser tal. La cuestión es que hoy se celebra por primera vez en España el Record Store Day, un evento mundial promovido por tiendas de discos independientes de todo el mundo, en general, y de Europa y EE.UU. en particular. Esta celebración no es más que una pequeña mano agitándose entre la multitud en busca de atención, frente a un mundo que, cada día más, se pregunta: “pero, ¿todavía hay tiendas de discos?”.

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Las hay, cada vez menos, pero las hay. Ahora son pequeños oasis para aficionados muy concretos y muy poco numerosos: los que compran música. Para ser exactos, hay que decir que, tal y como ocurre con los libros, cómics y películas (DVDs, Blu-Ray, etc), donde realmente se venden es en almacenes y grandes superficies. La sociedad española está copiando lo peor de los hábitos de consumo americanos y evitando lo mejor, esto es, el respeto y apoyo a los negocios independientes. La figura de la librería ha desaparecido en prácticamente todas las ciudades de nuestro país, dejándonos a merced de grandes cadenas y supermercados del ocio. La librería especializada sobrevive a duras penas porque su producto, y su cliente, son mucho más específicos que el de la literatura general o el cine. Pero la tienda de discos es otra cosa.

Es el comercio tradicional más afectado por la piratería (al fin y al cabo, nunca hubo muchas tiendas centradas exclusivamente en la venta de películas) y el elemento de la industria más ninguneado. El defensor férreo de la música libre en Internet tiende a olvidar la tienda porque, aparentemente, es un organismo obsoleto en la comercialización musical del siglo XXI. Su función está directamente relacionada con la vigencia de los formatos físicos, y todos sabemos cómo está ese asunto. Así que, si nadie (la nueva forma de decir “muy poca gente”) compra discos físicos, y las tiendas parecen pertenecer al siglo pasado, ¿qué sentido tiene hacer un día de la tienda de discos? ¿No viene a ser como celebrar el día del radiocasete?

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Lo que intentan los implicados en el Record Store Day es captar un poco de atención sobre su maltratado y diezmado sector, ahora reducido a coleccionistas, modernos, frikis (en el mejor sentido de la palabra) y un tipo de cliente romántico que se aferra al formato físico como parte de su identidad musical. El lema de la iniciativa, ampliado mediante decenas de declaraciones de músicos y personalidades de la industria, colgados en la web oficial del evento, se puede resumir en estas palabras: “apoya a tu tienda de discos; comprar discos, viéndolos, tocándolos, es un acto que da otra dimensión a la música; es orgánico, es real y, además, está (casi) de moda”. Pero estos argumentos no tienen pinta de ir a convencer nadie más que a los ya convencidos, que serán quienes celebren, a la postre, el Record Store Day.

Lo más significativo del evento es la aparición de multitud de ediciones limitadas en vinilo (7’’, EPs, LPs) a cargo de tiendas y adheridos que las venderán exclusivamente en tienda física, con el compromiso de evitar que se especule con ellas en Internet u otras plataformas. Dichas ediciones tienen el objetivo de atraer público a las tiendas en busca de un producto especial y exclusivo. Sin embargo, hoy en día, ¿no podríamos considerar especial y exclusivo la propia existencia del disco físico? En una semana en la que muchos usuarios se lamentan de que Spotify limite su oferta gratuita (rasgándose las vestiduras ante la posibilidad de desembolsar diez euros mensuales por su versión Premium) es difícil creer que la gente empezará a transitar las tiendas de discos otra vez. Por eso el Record Store Day y sus ediciones limitadas ahondan, seguramente sin pretenderlo, en ese malditismo al que se ha visto abocado el sector en los últimos tiempos. Hecho por unos pocos y dirigido a unos pocos. Exclusivos y marginales, las dos caras de una misma moneda.

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El balance no sólo no es positivo, sino completamente descorazonador. Aún siendo empresas con fines comerciales, las tiendas son a la música lo que las salas al cine. Han sido –son– los lugares, los puntos de encuentro, las fuentes originales de la creatividad musical envasada. Y se merecen, como poco, un poco de respeto y una oportunidad. El Record Store Day tiene su punto, de eso no hay duda, y es positivo que por fin se haga en España. Pero lo importante es que no llegue el día en el que la gente se pregunte “¿te acuerdas de cuando había cines y tiendas de discos?”.

Así que, comete una locura. Vete a una tienda independiente y compra un disco. Una vez al año no hace daño, dicen.

 

A Sid Vicious le gustaba pintar flores

Por: | 06 de abril de 2011

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Todos tenemos un pasado… Incluido Sid Vicious. El que fuera el rey indiscutible del punk, también atravesó esa etapa de adolescente con trazas de edad del pavo soñadora y quimérica mientras se dedicaba a pasar LSD en los conciertos de la banda Hawkind en los garitos de Londres. En 1971, cuando Vicious tenía 14 años, él y su madre se mudaron a Hackney un barrio al este de la capital británica donde, el que más tarde fuera líder de los Sex Pistols, acudió al Collage of Further Education. Según Alan Parker, el biógrafo oficial del músico, fue durante ese periodo cuando mostró su lado más amable y llevadero que dejó plasmado en unas cándidas acuarelas y bocetos en los que Vicious se dedicaba a copietear descaradamente a genios universales de la pintura como Salvador Dalí, Joan Miró o René Magritte.

Vicious flower
Sid ESP

Todos estos trabajos, que probablemente el joven Sid realizó como parte de sus tareas escolares, han sido reunidos en un libro por el propio Parker que lo ha titulado Sid Vicious’ Book of Artwork. El próximo día 14, la casa de subastas The Fame Boureau, subastará este ejemplar -firmado por su compilador- que se estima alcanzará la cifra de 4.000 libras esterlinas (4.580,85 euros). El libro muestra, además, joyas personales así como contratos y discos firmados por Sid Vicious. Pero sobre todo y más importante documenta una faceta casi desconocida del joven que a los 15 años comenzó a consumir anfetaminas por vía intravenosa junto a su madre y que murió a los 21 de una sobredosis de heroína administrada por su propia progenitora. La madre de Vicious, Ann Beverley, guardó los dibujos hasta su muerte en 1996.

Es curioso, pero a Sid Vicious le gustaba pintar flores y mezquitas, pero también documentaba sus gustos musicales en listas escritas a mano junto a los dibujos en las que mostraba lo que le llenaba los oídos cuando era un chaval. Fundamentalmente escuchaba éxitos de Motown  y leyendas del soul como Jimmy Ruffin, las Supremes y The Tour Tops. La subasta también incluirá el contrato del último concierto ofrecido por The Sex Pistols en 1978.

Lucinda Williams os bendice

Por: | 01 de abril de 2011

Lucinda_Williams-Blessed-Frontal

Lucinda Williams se ha ganado a pulso ser la campeona de los pesos medios. Lleva camino de convertirse en una leyenda viva y, aunque no tan numerosos como los de una superestrella, sus fans son, ante todo, fieles. Su obra maestra Car Wheels On A Gravel Road se convirtió en una obra referencial del country moderno, adulto y abierto que derivó en lo que ahora gusta llamar americana. Lucinda, una mujer de 45 años (entonces) con una guitarra y un puñado de canciones, se puso en manos de Steve Earle y, juntos, definieron el country del siglo XXI.

Desde entonces, cada disco de la cantautora es otra pieza en una carrera que genera más expectativas y reconocimiento año tras año. Williams es una artista con apariencia de diva de los suburbios, respetada y admirada (que no es lo mismo) por todo el mundo. Su voz tiene la personalidad inconfundible que les falta a casi todos, desgarrada, profunda, conmovedora e inimitable. La única voz femenina que aúna la peligrosidad de una mujer fatal y la inocencia de una adolescente. Lucinda es todo expresividad; canta con el corazón, y desde las entrañas.

Su último álbum, recién aparecido, mantiene una línea continuista con respecto a su anterior trabajo (Little Honey, 2008). No hay muchas sorpresas a excepción, en todo caso, de la agridulce apariencia de obra menor –o disco de relleno– que muestra Blessed por momentos. Es Lucinda y suena estupendamente, por supuesto, pero sabemos que puede hacerlo mejor.

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