En un país en el que no se escucha demasiado jazz, en el que, con respecto a ese tema, la prensa se muestra abiertamente desinformada y –peor aún– desinteresada, en el que gran parte de la escena es pobre, poco formada y, por si fuese poco, se encuentra completamente desvalida, el hecho de que exista un grupo como TriEZ es como ver crecer una hermosa flor en el rincón más inhóspito de Central Park, en el invierno más duro de Nueva York. Un milagro.
Es duro, y ha sido duro. Llegar hasta aquí, llevar a cabo un proyecto tan apabullante en un entorno tan hostil, tan pasivo. ¿Frustrante? Tal vez, pero siempre por aspectos ajenos a la música. ¿Gratificante? Sin duda. El camino recorrido por Agustí FernándEZ, Baldo MartínEZ y Ramón LópEZ hasta el momento de juntarse en este proyecto se puede definir de muchas formas, pero hay dos palabras que resumen de forma rotunda todas ellas: honestidad y compromiso. Parece fácil, ¿verdad? Pues, créanme, no lo es. Y tocando jazz en España, todavía menos.
Si alguno de ustedes está leyendo esto y acaba de llegar al punto en el que se dice para sí, “esto va de jazz, y el jazz no es lo mío”, deténgase. No se vaya aún. Lea un poco más, no por mí, sino por usted mismo. Los miembros de TriEZ le dirán, sin demasiada convicción, que ellos tocan jazz, o jazz libre, por concretar. En realidad, lo que hacen es música, en abstracto y en concreto. Música improvisada y música compuesta, siempre con un pie en la tierra y la mirada en el infinito. “Eso ya lo toqué mañana”, dijo Johnny Carter, reencarnación de Charlie Parker en “El Perseguidor” de Cortazar. El jazz en España, y en muchas partes del mundo, está institucionalizado, condenado a vivir en jaulas construidas por músicos mediocres, promotores ignorantes y prensa iletrada. TriEZ son un brote de esperanza en el jazz y la música de nuestro país; auténticos y geniales, ofreciendo siempre lo que “tocaron mañana” para ellos mismos y para quien quiera escucharles.