Menudo gustazo llegar a cierta edad (no digamos viejo, que está feo) y poder tocar uno lo que se le ponga en las mismísimas narices. Y no me refiero a viejas glorias que viven de las rentas, ejecutando una y otra vez un show diseñado para calmar las conciencias de quienes no les han visto nunca, sin esperar mucho más que el propio acto de verles, que para eso son leyendas. Hablo de llegar a los 60 con una reputación intachable y seguir creando una carrera a base de ponerse el mundo por montera y tocar esto o aquello por que uno lo vale.
John Scofield lleva unos años en ese plan. Si quiere tocar jazz, no hay problema, es su terreno natural. Que le da por hacer un disco de gospel, pues a ello. ¿Disco homenaje a Ray Charles? Está hecho. ¿Una gira con Medeski, Martin & Wood? Perfecto, tampoco sería la primera vez. La verdad es que parece que su prioridad es divertirse, cosa de lo más sana, e incluso podríamos decir que ha ido modificando su estilo para transmitir esa paz y buen rollo. Su fraseo siempre ha sido cabal e inteligente, aprovechando su capacidad técnica sin caer en la frialdad de tantos guitarristas de jazz pero, de un tiempo a esta parte, Scofield está cambiando su forma de tocar, basándose más en la expresividad y en el blues y dejando atrás poco a poco las acrobacias técnicas y armónicas.
En su anterior (e injustamente denostado) álbum, “Piety Street”, Scofield toca gran parte del repertorio con slide, algo a lo que ya apuntaba en sus concierto a dúo con John Medeski en 2007. Entre las virtudes expresivas de esa técnica y su habilidad para jugar con el tempo en sus improvisaciones, el guitarrista ha conseguido sonar cada vez más cool y, para algunos, también menos jazzístico. Qué sabrán ellos.
Hace unas semanas ha salido su nuevo disco, “A Moment’s Peace”, un registro básico en la carrera de todo jazzista que se precie: el ballad album. Con un grupo que quita la respiración, Scofield vuelve a poner sus apetencias sobre la mesa con un sonoro “aquí estoy yo, y esto es lo que hago”. Tanto el concepto, como el grupo y la música que hacen están dentro de los estándares del jazz pero, con músicos como estos, ponerle esa etiqueta sería una necedad. Para empezar, porque Larry Goldings, Scott Colley y Brian Blade son una unidad perfecta, tan dúctil y como contundente, que maneja el lenguaje que se les ponga por delante. Incluso un musiquillo de tres al cuarto sonaría espectacular con una banda como esa apoyándole, pero Scofield, además, está mejor que nunca. Desgrana las notas suavemente, con un groove pausado y sensual, e improvisa aquí y allá como si fuese la reencarnación guitarrística de Marvin Gaye. Clase, clase y clase.
Esta noche, Scofield presentará “A Moment’s Peace” en el Heineken Jazzaldia de San Sebastian, dentro del espectacular nuevo escenario del festival: el claustro del Museo San Telmo, un cuadrilátero de hierba rodeado de muros centenarios que infunde la paz necesaria para disfrutar del guitarrista en un ambiente que roza lo íntimo. Viene en cuarteto con su fiel Colley, además de Mulgrew Miller y Bill Stewart como sustitutos de lujo de Goldings y Blade, y la cosa promete ser uno de los hitos del festival de este año.
El guitarrista es habitual de los escenarios españoles pero, en música, y más todavía en jazz, el momento adecuado puede elevar la categoría de lo escuchado hasta el infinito. Como el buen vino, Scofield gana buqué con los años, y la cosecha de 2011 viene inmejorable. Lo de esta noche puede ser realmente mágico.
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