“No pueden ser canciones felices cuando nacen en un lugar que no lo es”. El organista Sam Coomes, de la banda Quasi, se refería de esta forma a la música de su amigo Elliot Smith. Eran palabras que guardaban una gran verdad pero también una sincera admiración hacia las composiciones de Smith. Como tantos, quedó fascinado por su encanto melancólico, su aire místico y atemporal. Pocas veces la tristeza ha sonado tan deslumbrante como en el pop preciosista de Smith, quien se suicidó con 34 años. Con cinco discos en solitario, dejaba un legado personalísimo, al que acuden cada vez más músicos y oyentes en este ajetreado siglo XXI, como si en sus reflexiones hirientes y sus bellas melodías se hallase el extraño consuelo ante la contradicción.