Parte 1, a propósito de Leyland Kirby.
Si cierras los ojos, se ven dos ventanas. En la primera se divisa el pasado del hombre en la lejanía y, en su lado contrario, en un hueco apenas perceptible, se puede vislumbrar el futuro. La música en la actualidad está dividida entre estas dos dimensiones espacio-temporales. En la primera, el espíritu de la nostalgia nos hace creer que en la música ya se ha creado prácticamente todo. Tan sólo queda resignarse ante el fin de la historia, mirar hacia atrás y reproducir el ayer tal y como fue. Un pasado que también se puede recombinar bajo el canon postmoderno o, en algunos casos, interpretado de forma difusa e intrigante por arqueólogos con tendencias psicóticas como Leyland Kirby.
Contaba hace poco el crítico literario Harold Bloom que el poeta primerizo aprendía a dar sus primeros pasos a hombros de los maestros de la poesía. Succionaba todo su saber a través de la imitación, del homenaje y de la copia y, no era sino en la madurez, que el buen poeta de entre los poetas, debía de ejecutar un esfuerzo titánico para romper frontalmente con la tradición y sus maestros hechos de mármol. Era, en ese preciso instante justo después de la tormenta, cuando el poeta, emancipado de las voces del pasado, encontraba tras los restos del naufragio una tímida y original voz en su conciencia.
En el caso que nos toca, parecería que hoy en día faltan las agallas y la madurez suficiente para subvertir la historia. La historia y su anciana cultura que pesa, pesa y adormila hasta el punto de que, muchos de nosotros, vemos en la subversión de la tradición y sus códigos un abismo casi insalvable. A diario nos aplastan millones de gigabites en descargas ilegales y videos musicales de décadas pasadas. Un pretérito que consigue arrastrarnos por el pescuezo y nos ciega ante la ilusión de poder vislumbrar un mundo nuevo. Cuanto más vieja se hace nuestra cultura, más heroico y difícil se hace engendrar una estrella. Pero hay formas, y formas de viajar al pasado. Huyendo del pastiche de la mayoría de las propuestas musicales de la música popular, existe una extraña raza de espiritistas en la música que rechazan lo estrictamente histórico y cultural. Lo suyo son los viajes astrales que poseen al oyente, exorcizan sus antiguos monstruos y lo transportan río arriba en una travesía hacia los secretos de su propia vida.
El máximo exponente del género Hauntology, término acuñado por el crítico musical David Keenan en la revista The Wire, es Leyland Kirby. La nostalgia y la melancolía supurante en la obra de artistas como Kirby, no pretende, aunque por momentos inevitablemente lo haga, imitar la estética de tiempos pasados. No les interesan los peinados o las cajas de ritmo primitivas de tercera mano de tal grupo o de tal género. No pretenden llegar a un target demográfico de consumidores en particular, ni tampoco quieren honrar a sus referentes en un rito de iniciación. Cuando un espectador se zambulle en Eager to tear apart the stars, la última obra de Kirby, lo hace en un paisaje en ruinas, una civilización perdida que en realidad nunca sucedió. Salvo quizás, y hete aquí la magia de Kirby, en la geografía misma de la memoria del oyente.
Hipnótico y espiritual, el arte de Kirby consigue abrir una puerta dimensional centrífuga a un mundo que uno creía haber olvidado. Bajo el patrón de la música neo-clásica y el ambient sumergido en formol, sus pianos heridos y la gravedad de algunos de sus sonidos resultan turbios e incómodos por momentos. El que escucha, preferiblemente desde la intimidad uterina de los auriculares, termina por flotar en una suerte de duermevela a través de las seis columnas cubiertas de hiedra y roídas por los siglos que componen este álbum.
Desde el primer tema, Arrow of time, a la última y magistral pieza, My Dream Contained a Star, Kirby va despertando, uno a uno, aquellos instantes sepultados bajo la losa del recuerdo: la habitación en el hospital donde uno cree y recuerda haber nacido, las sensaciones y sueños fantasmagóricos que uno tuvo en plena infancia, la cama en urgencias donde el que escribe vio a su padre morir. Un paraíso extraviado y congelado por el tiempo, revelado esta vez, por la luz tintineante de la antorcha de este genio de la memoria. No en balde, en la casilla asignada al género musical de su último álbum en la biblioteca de itunes, se lee escutamente la palabra, "Memory". Lejos de los caprichos de la moda, lo tendencioso y lo retro, el pasado que realmente importa es precisamente aquel que se compone de la cosmografía de nuestros recuerdos. Tan cerca de nosotros, pero al parecer, tan misteriosos.
Isaac Marcet es director de PlayGround
Hay 6 Comentarios
Absolutamente de acuerdo con Mariano Arias y añado no tan respetuosamente que su irreverencia en V/VM parece más bien una fórmula para llamar la atención que una muestra de talento.
Publicado por: Cristina Aparicio | 13/10/2011 15:36:29
Creo que es una obra interesante, muy interesante,mas discrepo de ese análisis tan general que se hace en el artículo. Creo que no se le hace justicia considerándolo un revolucionario. Y es cierto que toda la cultura (asi, sin entrar en matices) se construye sobre lo heredado, pero es evidente que se le hace un flaco favor a esa cultura presentando a Kirby como un revolucionario sin quitarle talento. gracias
Publicado por: Mariano Arias | 07/10/2011 21:04:13
Qué maravilla poder leer algo así en un medio generalista.
Felicidades a El Pais/Muro de Sonido
Publicado por: Flop | 07/10/2011 15:22:19
Sin duda su mejor disco!
Publicado por: musicofan | 07/10/2011 12:46:46
Sin duda un viaje espectral a otros mundos. Gracias por este artículo y gracias por tu música Kirby!
Publicado por: Luciérnaga | 07/10/2011 12:45:38
preciosista como la última obra de Kirby, ese artista tan incomprendido en sus directos y tan gozado en la intimidad.
Publicado por: palazzo | 07/10/2011 11:55:43