¿En tu año o en el mío?

Por: | 23 de diciembre de 2011

Lykke

Hace unos meses le preguntaban al escritor británico Howard Jacobson cuál era su opinión al respecto de la supuesta falta de alternativas reales propuestas por el movimiento Occupy St. Paul. El ganador de Booker de 2010 ilustraba con un ejemplo gastronómico el sinsentido de criticar a un grupo de jóvenes desempleados y cabreados por no haber dado en unas semanas con la solución a los problemas que aquejan a la economía global desde hace un puñado de años: “Es como si vas a un restaurante, pides carrillera de buey y no te gusta. Tú no le dices al camarero que el plato está mal porque a la carne le falta una semana de curación y cinco minutos de cocción. Simplemente, lo devuelves”. Hoy, consensuar una política monetaria para la eurozona se antoja menos complicado que lograr que media docena de personas se pongan de acuerdo sobre cuál ha sido el disco del año. Igual siempre ha sido así y no nos hallamos más que ante otro caso del ya clásico ‘es la primera vez en la historia…’, esa frase que no paramos de escuchar y casi nunca es cierta. Tal vez no todos tenemos las claves para reactivar el crédito, pero parece que sí sabemos cuál ha sido el disco del año.

Music-snob

Estábamos acostumbrados a discutir estas cosas entre colegas y cervezas. Ahora las tratamos en la red, ante miles de desconocidos, la mayoría de ellos airados, en una suerte de enorme Gran Hermano crítico. Y ya saben, en la casa todo se magnifica, y la lista de lo mejor del año es la excusa perfecta para sacar toda la artillería de tópicos alrededor del crítico musical, aunque el problema real no sería la naturaleza de la queja, ni siquiera su metodología, sino el motivo que ejerce de disparador. Aquí todos tenemos una receta mejor para esa carrillera de buey. Pero lo más curioso es que, unas semanas más tarde, acostumbra a aparecer la lista que recoge las votaciones de los lectores, que es igual o más esnob que la de los críticos –al final, casi todas las listas se confeccionan ante un espejo y con la mano libre-, pero ésa nadie la despelleja. Sin duda, el trabajo que ha realizado la crítica musical para aglutinar a la sociedad, cohesionarla y dotarla de un enemigo común sobre el que marchar jamás ha sido suficientemente valorado.

Realmente, ¿qué demonios nos importa si han incluido o no a nuestra banda preferida en alguna lista de lo mejor del año? Lo mires por dónde lo mires, la queja no tiene ningún fundamento. Ya tienes ese disco, lo has escuchado y se lo has recomendado a tus seres queridos, a los lectores de tu blog, a tus amigos de Facebook y a tus seguidores en Twitter. Ya está. Placer amortizado. Proselitismo finiquitado. ¿Qué sentido tiene molestarse porque otras personas no han pensado lo mismo? Nos equivocamos cuando aceptamos las listas como una confirmación de nuestro propio criterio. Si las atendemos con esa intención, siempre nos vamos a frustrar con ellas. Probablemente, la mejor forma de afrontarlas sea como esa última posibilidad, llegada en los minutos de la basura del año, de reparar en algo que se nos pasó por alto. Servidor acaba de descubrir que, al contrario de lo que hasta hace un rato creía, sí le gusta Lykke Li.

De cualquier modo, si seguimos decantándonos por la opción de enfrentarlas en vez de afrontarlas, razones de queja siempre tendremos, porque la música, a pesar de haber quedado como un placer estrangulado entre millones de nuevos estímulos de ocio, sigue despertando filias y fobias como ninguna otra forma de arte. Después de todo, las parejas tienen su canción preferida, pero no su cuadro predilecto, su diseñador favorito o su tamaño de llave Allen de cabecera.

 

Dos de los principales motivos de queja esgrimidos al respecto de la naturaleza de las listas de lo mejor del año publicadas hasta la fecha son el esnobismo y la omnipresencia del Indie, obviando acaso que estamos hablando de listas sobre lo que pensamos que es lo mejor del año, no de lo que ha vendido más o ha sido más popular; esas ya existen, y son científicas. Lo primero -eso de ver esnobs como Rambo veía Charlies, o Salgado brotes verdes- casi te lo dan con el Pasaporte. Vivimos en un país tan auténtico y campechano que a los pocos excéntricos que nos quedan los llamamos friquis. Salirse de la previsibilidad es una impostura. El disenso es afectación. Aquí, como en ningún otro territorio, la brecha entre lo masivo y lo alternativo es un cráter insalvable, hasta el punto de que prácticamente ya no existen diferentes facciones al margen del mainstream. La dicotomía ha quedado reducida a diálogo de sordos entre nostálgicos (auténticos, sabios, ponderados, canónicos…) y hipsters (advenedizos, consumidores compulsivos, víctimas de la moda, brazo armado de las tendencias…), mientras la mayoría silenciosa de Nixon sigue haciendo un ruido insoportable cada vez que Alejandro Sanz saca un nuevo disco.

Tal vez la culpa sea del eclecticismo, que nos hace sentir democráticos en nuestros gustos, como manda la moda y la tendencia a ser un tipo moderno y abierto de miras, cuando en el fondo, como ha sucedido siempre, estamos llenos de manías y seguimos necesitando descartar, aunque ahora ya no sirva hacerlo con un ‘es que el hip hop no me gusta’. Esto sería aceptar la derrota. No, ahora debemos decir: ‘Me encanta el hip hop, pero este disco es una mierda’. Hombre de dios, si a ti no te ha gustado nunca el hip hop. Y no pasa nada. Tampoco comes callos ni vistes pantalones pitillo, y nadie va a pensar nada malo de ti por eso. Anda, dame un abrazo. Por su parte, el tema del Indie tal vez se podría explicar simplemente recordando lo que decía David Lee Roth: que los críticos preferían a Elvis Costello antes que a Van Halen porque todos se vestían como Elvis Costello

Elvis-Costello

Entra un tipo en un bar y pide un café y unas gambas. El camarero, al servirle la comanda, se la tira toda por encima. ‘Oiga, esto también sé hacerlo yo, ¿eh?’, le dice el cliente. ‘Claro, después de vérmelo hacer a mí’. El camarero sería ese crítico que, para algunos, trata de justificar su existencia haciéndole el listo y el esnob –pensar en que realmente le gustan esos discos sería fatal para la narración-, incluyendo en su lista de lo mejor del año grupos desconocidos para los que ha inventado incluso algunos términos la mar de bien traídos, con la esperanza de que su trabajo parezca suficientemente complicado para que nadie piense que también lo puede hacer. Al final, nada de esto era necesario. El cliente ya sabía cuál era el mejor disco del año. Cualquiera puede tirar unas gambas al suelo. Como afirma el profesor Jordi Gracia, la solemnidad muchas veces solo esconde inseguridad y, afortunadamente, hemos a prendido a reírnos del canon, a cuestionarlo. El dilema es saber si sabremos modular nuestro disenso, aparcar nuestras paranoias y nuestro resentimiento ante el sistema que le dio una oportunidad a ese imbécil de escribir en un blog de un diario de tirada nacional cuando ayer no sabía si le gustaba o no Lykke Li. En unos tiempos en los que cualquiera puede acceder a un disco en cuestión de minutos y sin gastar un duro, igual podríamos ya todos relajarnos un poco y empezar a divertirnos con la música, e incluso con sus daños colaterales; al caso, la crítica. Eso no quita que a uno le entre una mala leche bíblica cuando ve que esos malditos esnobs del Tentaciones solo han incluido un tema de los que él votó en su lista de las mejores canciones internacionales del año. Es el último año que hago la lista, dijo un año más.

 

Hay 9 Comentarios

genial post!

Los críticos preferían a Elvis Costello simplemente porque hacía mejor música. Lo que hay que oir.

Queridos amigos: buscamos vuestra solidaridad para que se acabe la actual situación en nuestra Comunidad de El Pais, invadida por spams desde hace meses, lo que ha provocado que muchos compañeros se marchen y que la calidad de la misma se haya reducido hasta el mínimo, a pesar de la altisima calidad de quienes se mantienen fieles a la misma. Todo ello con el desprecio del Administrador de la Comunidad y la dirección de El País. Te pedimos pues que te hagas eco de la situación para que se adopten medidas que la corrijan. Muchas gracias

Lo tremendamente importante es el eurocentrismo y mejor aun el dominio imperialista de la "musica de la zona inglesa"...por ello recomiendo no hacer caso a los mejores discos del año,,,no vean lo que dice la WIRE,,,("la que se dice que agrupa lo mas moderno"!!!!)....recomiendo mas la Rolling pero la version argentina (aunque no soy argentino....) la lista de ellos incluye una que otra cosa interesante del mundo no ingles.....y no solo POP!!!! por favor ...es eso musica!!!!

Muy bueno lo de D Lee Roth aunque bastante retro acudir a tamaña figura,anyway (sorry) de todas formas, tu artículo lo he leído por encima quizás tu sorna y emparejar elementos trendy(Moda) va unido cierto despego de lo que te va (algo mosqueado te veo) y no puede ir a otros,todo es cuestión de,etc.,etc.Por cierto ¿quien es Likke Li?Adoro las rebeldes, ¿el clip refleja simplemente una canción o su posición ante blah blah blah.?

Hola Xavi,
Magnífica entrada!! Me ha parecido muy sensata y ajustada a la realidad (aunque yo sí tengo cuadros favoritos, pero no llave de alen!!), tal vez por ponerle un pero te diría que lo que a mí personalmente me gusta y me irrita a veces es el trasluz de forofo que destilan muchas de las críticas de los profesionales. Es normal, estamos hablando del arte más subjetivo que existe y todo el arte lo es, pero a veces me gustaría leer algo más de calidades de producción, instrumentación de arreglos, no sé, de esos componentes que hacen que un disco suene mejor, sea más disfrutable. No obstante les reconozco a los críticos, desde aquel Rafa Abitbol de mi juventud hasta ahora que sois blogeros, la capacidad de descubrirme y entusiasmarme por gran cantidad de obras y autores y eso no tiene precio, Gracias y saludos

Lo que dijo David Lee Roth es que los críticos tienen el aspecto de Elvis Costello, no sólo que visten como él. Sí, también, con esa cara de haber recibido muchas collejas y seguir temiendo la siguiente.
Porque esa horda de lectores mosqueados, que deberían contentarse con recomendar el disco a sus colegas, no han hecho de esa tarea su profesión. Vamos, que la carillada de buey que pueda preparar mi suegra no puede someterse a juicio como la que preparan en el restaurante al que vas.
El crítico está expuesto, siempre. Le guste o no. Recibirá collejas y dará esplendor al mismo tiempo.
Proselitismo de la labor del crítico finiquitado.
Saludos.

Magnífico artículo. Venga, ¡dame un abrazo! Muy bueno ;-)

Nuestro problema es que todos llevamos un pequeño (o no tanto) dictador en nuestro interior y su vocecilla es la que nos dice que nuestro gusto debe ser dogma. Yo, en estos casos, procuro recordar el título de aquella peli de Stephen Frears: "Ábrete de orejas".

Un saludo, felices fiestas.

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