Imaginemos que un buen día el representante de un futbolista joven cuelga en Youtube un vídeo con una selección de diez jugadas deslumbrantes de su cliente. Elige los momentos más inspirados de varias temporadas, le pone música épica al montaje y lo adorna con repeticiones y efectos de todo tipo. El vídeo circula por las redacciones de los principales periódicos deportivos y por los ordenadores de los más reputados analistas y expertos en la materia del país. Algunos de ellos van a verle al campo y, por casualidades de la vida, ese día el jugador firma una actuación notable que da buena fe de su valor al alza. El gremio, necesitado permanentemente de nuevos nombres con los que alimentar la rueda de la actualidad y con los que engordar la ilusión de los aficionados, da su veredicto con rapidez y al unísono: “este chaval es una de las grandes promesas de futuro”, “el entrenador del primer equipo haría bien en darle una oportunidad”, “es una mezcla entre este, ese y aquel otro”… Se activa el runrún, gente que nunca le ha visto jugar ya se atreve a pronosticarle una gran carrera, el propio representante –aliado con algún directivo, el secretario técnico, algunos personajes clave del entorno del club en cuestión y, por supuesto, con algún emisario del máximo rival–, se inventa o hincha ofertas externas, se acelera su renovación y se multiplican las expectativas. Y cuando por fin se produce su debut, en buena parte motivado por la fuerte presión mediática, la aportación del chaval es mediocre y no se ajusta a la realidad de la plantilla en la que está militando, a las demandas del staff técnico y a las inquietudes del público que tantas esperanzas ha depositado en sus botas. ¿Es el futbolista el único responsable de este fracaso? Probablemente sea el menos culpable de esta situación, generada a partes iguales por la avidez pecuniaria de su representante, por la impetuosidad poco rigurosa de la prensa deportiva y por el talento inagotable de la hinchada para crear y destruir ídolos. Si lo extrapolamos a la música, esto es, grosso modo, lo que le ha sucedido a Lana del Rey y su disco de debut.