En 1975 Dario Argento intentaba reponerse del descalabro comercial de Le Cinque Giornate (1973), un melodrama histórico protagonizado por Adriano Celentano. En un intento por recuperar el favor del público, el director romano anunció su vuelta al redil del giallo con Rojo Oscuro, un sangriento relato de misterio en la línea de su exitoso debut cinematográfico, El pájaro de las plumas de cristal (1970). Como buen conocedor de los entresijos del género, Argento era consciente de la necesidad de no repetirse. Con El gato de las nueve colas (1971) y Cuatro moscas sobre terciopelo gris (1971) todavía frescas en la memoria de los espectadores, no podía arriesgarse a decepcionar a sus seguidores con un nuevo refrito de referencias hitcocknianas, traumas psicopáticos y asesinos de arma blanca con guantes de cuero negro.
Por todo ello, sin apartarse demasiado de las coordenadas del thiller, decidió recrudecer la puesta en escena de los crímenes y dotar a la película de una atmósfera enfermiza, sumándose a la moda impuesta desde el otro lado del Atlántico por cineastas como John Carpenter, Wes Craven o Tobe Hopper. El resultado es un espectacular despliegue de violencia explícita, ecos edípicos y poesía malsana, que alcanzaría su cota más alta de virtuosismo estético en la que muchos consideran su obra maestra, Suspiria.
Pero si Rojo Oscuro supone un decisivo punto de inflexión en la trayectoria artística de Argento es, en parte, gracias a la subyugante banda sonora firmada por Claudio Simonetti, Massimo Morante, Fabio Pignatelli y Walter Martino. Influenciados por Pink Floyd, Emerson Lake & Palmer, King Crimson y Yes, acababan de firmar por un disco con Cinevox; todavía tenían vocalista y, en aras de la comercialidad, se hacían llamar Cherry Five.
Por azares del destino, Argento escuchó accidentalmente un par de las grabaciones de la banda en la oficina de la discográfica e inmediatamente tuvo claro que aquel era el sonido que estaba buscando para orquestar su revolucionaria orgía de sangre. La epifanía le costó un agrio enfrentamiento con el compositor Giorgio Gaslini, que abandonó el proyecto aberrado ante la posibilidad de compartir labores con semejante panda de melenudos. El tiempo acabaría dándole la razón al realizador, que no solo tuvo el excelente criterio de contratarlos; también les aconsejó que se cambiasen de nombre. Él mismo les bautizó como Goblin y juntos formaron una de las alianzas más siniestros e influyentes (al menos, musicalmente hablando) de la historia del cine de terror moderno.
La música de Goblin es coyuntural, sí, pero al mismo tiempo sorprendentemente actual. Su combinación de música clásica, jazz, rock y electrónica han creado escuela, sobre todo en lo referente a sus ténicas de estudio. La sobreproducción de arreglos de teclado y el ominoso aliento gótico de sus composiciones, son referencias obligadas -bien sea desde el sampler o el revisionismo- a la hora de hablar de musicos actuales como Justice, Steve Moore (Zombi, Gianni Rossi) o Giallos Flame. Su impronta en el celuloide fantástico es equiparable a la del Tubular Bells de Mike Olfield o los sintetizadores acuchillados del propio John Carpenter, consiguiendo dotar a sus bandas sonoras de vida propia, más allá del mero acompañamiento de las imágenes. En ocasiones (sobre todo en sus colaboraciones con Argento) realzan el material de partida, aportando un hálito fantasmagórico que graban a fuego cada fotograma más allá de la retina.
Su trayectoria ha sido tan extensa como accidentada. Tras el abandono de Simonetti en 1978 y el posterior baile de formaciones en el seno de la banda, han protagonizado sendos retornos -oficiales o no- a los escenarios y la gran pantalla. El último de ellos con Insomnio (2001), uno de los títulos más mediocres de un Argento que conoció tiempos (mucho) mejores. A continuación, repaseremos algunos de los inolvidables scores por los que han pasado a la historia.
Pregúntenle a quien quieran. De quedarse con un sólo título de la obra de Argento/Goblin, sería la pesadilla sobrenatural de Suspiria (1977). Escalofriante, sofisticada y perversa para algunos; excesiva, barroca y desfasada para otros, todavía conserva intacto su poder de fascinación surreal. Un cuento perverso de brujas ambientado en una academia de ballet centroeuropea que cuenta con uno de los arraques más sugerentes que se recuerdan: esa voz en off que nos invita a acompañar a Suzy Banner (Jessica Harper) a bordo de un taxi que se en la oscuridad del bosque, bajo una lluvia torrencial que preludia una de las murder set pieces más inolvidables de la historia del cine.
Al habitual crescendo de teclados, percusiones y voces de ultratumba se le suman los experimentos sonoros con bouzukis, mandolinas, celesta y campanillas. No existe mejor acompañamiento posible para un Argento en plenitud de facultades para el delirio visual y los golpes de efectos, que inauguraba por todo lo alto su trilogía de Las Tres Madres. En 1980 el maestro della paura mantendría el tipo en Inferno (1980), con una grandilocuente partitura del mismísimo Keith Emerson de marcado oscurantismo clásico, para concluirla dejando el listón por lo suelos con La Tercera Madre (2007), donde ni siquiera con Simonetti retomando las riendas se consigue paliar el desaguisado.
Coincidiendo con el momento de mayor popularidad del grupo, se sucede una serie de insólitos encargos para "italianizar" el estreno de varios films extranjeros de corte fantástico. Envueltos en una frenética espiral de trabajo, Goblin desplazan a Brian May en los créditos del éxito australiano Patrick (Richard Franklin, 1978) y hacen lo propio con el remontaje para salas comerciales que el propio Argento lleva a cabo de Martin (1977) de su amigo George A. Romero.
Precisamente para este último (y bajo la producción del propio Argento) firman otro de sus trabajos indispensables: Zombi, el Amanecer de los Muertos (1978). La explosión de gore y sátira anticonsumista de Romero obtiene un éxito internacional sin precedentes, abriendo la veda para posteriores exploits italianas de Lucio Fulci, Umberto Lenzi y Bruno Mattei, que para colmo de la desfachatez llegan a fusilar pasajes completos de la banda sonora original. Interprétenlo si quieren como un elogio, porque lo cierto es que nos encontramos ante una de sus mejores obras, donde los teclados adquiere un mayor protagonismo, las percusiones adoptan contagiosos ritmos tribales y se dejan intuir las primeras inquietudes electrónicas. Una nueva masterpiece.
Las desavenencias sobre el nuevo rumbo que han de tomar las composiciones de la banda terminan con la deserción de Simonetti, que inicia una prólija carrera en solitario y monta Daemonia, un proyecto todavía en activo con los que da salida a su faceta más gótica. El clima de inestabilidad acusado por la marcha del líder del grupo queda reflejado en Buio Omega (1979). Firmada como Goblin -aún sin especificarse los miembros que toman parte en el asunto- la morbosa historia de barbarie necrófila se beneficia de una música muchísimo más sofisticada de lo que cabría esperar de un chapucero de la calaña de Joe D'Amato. A ratos se cierne la sombra de Alan Parson Project y Tangerine Dream (en aquellas fechas en la cresta de la ola) pero prevalece el ambiente de desasosiego y malestar, entre electrónico y atonal. Un clima de mal rollo parodójicamente sustentado por unos teclados omnipresentes que tienen mucho de Simonetti y que algunas fuentes atribuyen al ex-miembro de I Libra, Maurizio Guarini.
Siguiendo con la tónica general de este tipo de producciones, parte del material sería reutilizado (con y sin permiso expreso de sus autores) en un par de burdas calamidades como Terror en el convento (Brunno Mattei, 1980) y Contaminación: Alien invade la Tierra (Luigi Cozzi, 1980). A estas alturas las esperanzas en la continuidad de Goblin son ya más que fundadas, siendo ambos títulos atribuidos únicamente a Pignatelli y Marangolo. Con Martino arrojando la toalla, Antonio, hermano de Marangolo, empobrece el conjunto con unos chirriantes solos de saxofón que son de juzgado de guardia.
Por su parte, Simonetti se fue labrando un renovado prestigio como compositor de Demons (Lamberto Bava, 1985) y Opera (Dario Argento, 1987). Sería precisamente la descacharrante (pero divertidísima) cinta de engendros sobrenaturales del necio hijo del gran Mario la que conectaría más con el público joven que rebosaba las salas. Lo crean o no, su vibrante y efectista leit-motiv -a medio camino entre el Carpenter de Asalto a la comisaría del Distrito 13 (1976) y el Peer Gynt (1875) de Grieg- llegó a convertirse en todo un superventas de la época, arrasando en las pistas de baile de media europa.
Quién sabe si motivados por el saqueo sistemático de los derechos de autor de Zombi en subproducciones como Cole, cole, que te como (Tsui Kark, 1980) o por la progresiva decadencia de la banda madre, Simonetti, Morante y Pignatelli limaron asperezas con motivo de dos nuevas colaboraciones con Dario Argento. La primera de ellas, curiosamente, supondrá el definitivo canto del cisne del género que les vio nacer. Porque salvando honrosas excepciones como Aquarius (Michele Soavi, 1987) con Tenebre (1982) Argento parece dispuesto a poner el primer clavo sobre el ataud del giallo, moribundo como estaba de puro explotado.
Sin resultar ni mucho menos despreciable, la película adolece de trazo grueso y efectista, empantanándose en la enésima variación sobre los temas de siempre. Volvemos sobre el manido trauma de cariz sexual; al tono misógino y las armas blancas. Y como no, a los guantes de cuero negro. Se le reconoce, eso sí, un cierto punto elegíaco y al menos un plano secuencia antológico, pero poco más. Los síntomas de agotamiento campan a sus anchas a lo largo del metraje y tan solo las fanfarrias de Goblin mantienen el ritmo. Pero qué fanfarrias, señores. Ya solo por haber firmado el tema titular (sobre cuyos cimientos construyeron su templo los mercaderes de Justice) merecerían haber pasado a los anales.
Tres años después volverían a responder a la llamada de Argento, regalándole su últimas muestras de genuina inspiración para la fallida Phenomena (1985). Lastrada por el sinsentido de una trama delirante en torno al personaje de Jennifer Connelly, una adolescente sonámbula que se comunica con los insectos y con un remanente de canciones de heavy metal como reclamo publicitario, la película únicamente llega a brillar en momentos aislados y, casi siempre, gracias a su frenética banda sonora. La colaboración de la soprano Pina Magri y las melodías que van de lo cristalino a lo crepitante, dosifican la atmósfera y juegan a la sugerencia en un flm que precisamente anda más bien escaso de ella.
Como coda final, llegaría El engendro del diablo (Michele Soavi, 1989), producida y co-escrita por Argento, en la que la banda colaboró codo con codo con Keith Emerson, quitándose así la espinita de Inferno. Una rutinaria sucesión de estampas apocalípticas que buscaba rentabilizar la saga Demons mediante citas ocultistas a Fulcanelli y que en lo musical se inspiraba en El clave bien temperado de Bach y los cantos gregorianos. Un final digno, aunque algo abúlico, para una carrera musical que da mucho más de sí. Al menos, para un libro: Goblin - Sette Note In Rosso (2011) de Fabio Capuzzo.
Hay 7 Comentarios
Perdón, pero Gaslini ha compuesto gamberradas sónicas que harían palidecer a Goblin o cualquier otro engendro prog-rock por el estilo. Así que menos ideas preconcebidas.
Publicado por: guisante | 02/02/2012 1:37:48
Muchas gracias, Andrés. Me alegra que te guste.
Y corregida la metedura de pata, Ramón.
Publicado por: David Bizarro | 25/01/2012 14:06:33
me ha gustado mucho el articulo. muy bueno. aqui un fan del prog-rock setentero. saludos
Publicado por: Nacho | 25/01/2012 14:05:21
Completísimo reportaje para reivindicar (o dar a conocer) a Goblin. Al descubrir a Argento, el rollo rock progresivo no me pegaba nada para películas de terror, pero está claro que el tiempo le ha dado la razón... El barroquismo de la música no se puede separar de las imágenes.
Publicado por: Sr Lirio | 25/01/2012 12:28:35
Pues sí, sí que hay que alejarse en el tiempo para ver la música de Goblin con perspectiva. Como la de otros miles, supongo. Que ingrato debe ser ser músico y querer dedicarle toda tu vida y esfuerzos.
Publicado por: Ramses | 25/01/2012 11:34:43
Solo una apreciación, nunca escribas Crimson con K no te lo perdonarían los seguidores de la banda del mundo progresivo, por cierto los Goblin son todavía apreciados por los seguidores de este estilo , indistintamente de los films de Argento.
Publicado por: Ramón Porta | 25/01/2012 11:11:36
Tremendo reportaje. Se le aplaude con las orejas,señor Bizarro!
Publicado por: Andrés Derrick | 25/01/2012 10:58:08