Siempre me ha sorprendido la fascinación que ejerce “Bitches Brew” fuera del mundo del jazz. También dentro, claro, pero lo más asombroso de esta piedra angular de la música del siglo XX es su impacto en tantos aficionados ajenos a su género de origen. Por supuesto, las formas del clásico de Miles Davis van mucho más allá de la ortodoxia jazzística, aunque inclinar la balanza demasiado hacia el rock tampoco es del todo acertado. “Bitches Brew” tiene tanto de jazz como de rock, pero no puede ser incluido de forma inequívoca en ninguno de esos estilos, si acaso, en la evolución del primero. Que sea uno de los tres o cuatro únicos discos de jazz que muchos aficionados al rock poseen no quiere decir demasiado, y es tan mérito de Miles como de los publicistas de Columbia en la época y el nada despreciable hecho de haber aparecido en el momento y lugar adecuados.
Para cuando se produjo este álbum, Miles y su productor, Teo Macero, ya se estaban convirtiendo en hábiles maestros de la edición y postproducción en el estudio, es decir, del corta-pega. En ese aspecto, el equilibro de “Bitches Brew” también es total, ya que encierra la ebullición de la improvisación colectiva propia del jazz, y ese jugar a dios, tan habitual en los estudios de rock, pop, etc, que altera para siempre lo tocado originalmente. Por ello, “Bitches Brew” es una obra medida, calculada, esculpida no sólo en las sudorosas paredes y el recargado aire de un estudio de grabación, sino al final de los afilados controles de una mesa de mezclas, en un ambiente esterilizado que garantiza la tranquilidad y la reflexión de saberse capaz de hacer y deshacer.
Hace unos meses salió a la venta un interesante documento, de apariencia oportunista y contenido incuestionable, llamado “Bitches Brew Live” (Sony-Legacy/MOV). El auténtico gancho del mismo es una inédita grabación en directo que supone las primeras muestras grabadas de piezas del repertorio de “Bitches Brew”, mes y medio antes de comenzar los registros en el estudio. Este material fue omitido intencionadamente en la mastodóntica caja de 70 CDs “The Complete Columbia Album Collection” (2009) en un afán de producir algo de pasta extra a raíz del jugoso nombre de “Bitches Brew”. Pero la maniobra comercial no resta valor al contenido, que nos muestra al Miles Davis de 1969 tal y como era, sin trampas, piruetas tecnológicas ni postproducciones.
A punto de revolucionar el jazz (y el rock, un poco, de rebote) por enésima vez, el trompetista se ve expuesto al máximo sobre el escenario de un Festival de Newport más rockero que nunca (George Wein, organizador del sarao, declararía después que prefería que el festival se hundiese antes que volver a programar tanto rock para estimular a un público, digamos, menos civilizado que el jazzístico. Dudo que hoy dijese lo mismo). Con un quinteto renovado (Chick Corea, Dave Holland y Jack DeJohnette no llevaban ni un año con él) y mutilado por la ausencia de Wayne Shorter, que no llegó al concierto por culpa de un atasco (cosas del directo), Miles se revolvió como gato panza arriba y disparó al público un urgente set con 24 minutos de puro genio. Acelerado, intenso e inspirado al máximo, esos 24 minutos encierran la esencia del Miles que creó “Bitches Brew” pocas semanas después. El mítico disco representa la música que el trompetista quería hacer pero, este documento inédito nos muestra lo que sonaba realmente cuando Miles se subía a un escenario en ese agitado verano de 1969. Puro, primario y sexual, como a él le gustaba.
El resto del álbum se completa con el famoso concierto que el trompetista ofreció en el festival de la Isla de Wight en agosto de 1970, un documento que, aunque previamente publicado aquí y allá, de mejor o peor manera, tiene aquí su primera edición digna; más que digna, en realidad. A estas alturas, y aunque sólo haya pasado un año desde el concierto de Newport, la música de Miles ya ha mutado definitivamente. Sigue manteniendo detalles de su maravillosa indefinición, pero los temas están más rumiados y el concepto más enfocado. No es que haya ninguna falta de espontaneidad, pero Miles tiene las cosas más claras, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. El grupo es una formación de transición, con Corea y Holland aún junto al maestro, además de Gary Bartz, Keith Jarrett y Jack DeJohnette, que todavía seguirían un tiempo a su lado. Airto Moreira también anda por ahí, pero hagamos como que no; mejor para todos.
En cualquier caso, es un auténtico placer disfrutar de ese concierto íntegro y en condiciones óptimas. El sonido –como con casi todo lo que lleva el sello de Legacy– es soberbio (dadas las circunstancias propias de las grabaciones en directo), tanto en la edición en CD como en el doble vinilo, algo que es una constante en todo el material de Miles Davis que Sony/MOV viene reeditando en los últimos años. No es, ni será, una pieza clave en la discografía de Miles, que ya acarrea unos cuantos discos legendarios (más de los razonables, probablemente), pero dibuja algunos detalles alrededor de un momento histórico en la historia del jazz, y sirve como fotografía de un momento musical en el que algunas cosas habían terminado y otras estaban a punto de empezar. “Bitches Brew” fue el principio, hay que concederle eso. Pero quedarse ahí es algo que, por ejemplo, Miles no hubiese hecho nunca. De hecho, no lo hizo.
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Nuevo relato: http://cuentosdelizandro.blogspot.com/2012/01/la-previa.html
Publicado por: Lizandro Samuel. @Lisbm1993 (Twitter Oficial) | 01/02/2012 13:33:51