Hasta 1533, la palabra sinceridad era solo utilizada para referirse a objetos inanimados. Una espada, un vino o una piedra preciosa podían ser sinceros, pero jamás un ser humano. El primero en utilizar el término en referencia a una persona fue el reformista británico John Frith, quien definió a John Wycliffe como un hombre con “una vida muy sincera”. Meses más tarde fue quemado por hereje en Smithfield, Londres, acusado de defender la conciencia del hombre por encima del dogma de la iglesia. La trágica historia de Frith nos la cuenta R. Jay Magill Jr. en su último libro, ‘Sincerity’ (Sinceridad), que trata de “cómo este ideal moral nacido hace 500 años ha inspirado guerras religiosas, arte moderno, el chic hipster y la curiosa noción de que todos tenemos algo que decir, por muy aburrido que sea”. El libro de Magill coincide con el anuncio en algunos medios de que la autenticidad ha vuelto al mundo de la música popular. Tim Simpson, director del Museo Stax de la Música Soul Americana, declaraba recientemente a The Economist que “la gente lo vuelve a desear. La autenticidad está volviendo y es obvio que el público está interesado en el talento”. Mientras, Neil Sugarman, capo de Daptone Records, nos recordaba que “incluso en Rehab, su mayor éxito pop, Amy Winehouse siguió siendo auténtica”. ¡Incluso en su mayor éxito pop! ¡Habrase visto! ¿Qué será lo siguiente? ¿Un avistamiento de Lady Gaga ayudando a un ciego a cruzar la calle? ¿Rihanna cediendo el asiento a una vieja en el autobús? ¿Un hipster prestándole dinero a un perro abandonado? En su libro, Magill nos recuerda que la sinceridad es algo que debemos pedirle al individuo, no a la sociedad. Así, si consideramos la sinceridad como autenticidad personal, mientras que la autenticidad cultural no es más que una forma de ser fiel a la tradición, no existe ningún motivo para pensar que Sharon Jones es más auténtica/sincera que Grimes. Simplemente, es más conservadora, y ha decidido consagrar su talento a la tradición.