Muro de sonido

Sobre el blog

Conciertos, festivales y discos. Auges y caídas. Y, con suerte, sexo, drogas y alguna televisión a través de la ventana de un hotel. Casi todo sobre el pop, el rock y sus aledaños, diseccionado por los especialistas de música de EL PAÍS.

Eskup

The Blue Nile: música para una noche en blanco

Por: | 27 de noviembre de 2012

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Durante mucho tiempo llegué a pensar que estaba más enamorado de la mística que ha rodeado siempre a The Blue Nile que de su propia música. La idea de un grupo que en veinte años graba cuatro discos, que desaparece cuando le conviene, que apenas hace giras, concede entrevistas, graba videoclips o aparece en público llegó a tener casi más peso y relevancia que sus canciones, quizás porque en los 80, la época dorada de su trayectoria, se suponía que cualquier formación de pop buscaba precisamente todo lo contrario: notoriedad, éxito rápido y visibilidad. Muchos nos sentíamos más identificados y representados con el carácter esquivo, ultratímido y perfeccionista de Paul Buchanan, Robert Bell y Paul Joseph Moore que con la tendencia a la extroversión y el don de gentes de buena parte de sus coetáneos. Y desde siempre se ha tenido la sensación de que si hubieran actuado con normalidad, rigiéndose por las leyes más o menos ortodoxas de la industria, su legado nunca hubiera tenido tanto impacto entre sus seguidores. Entre otras cosas porque esta capacidad de mirarlo todo con distancia y de invertir el tiempo necesario en la grabación de cada álbum ha sido un factor clave en la preservación de una carrera en la que el afán de éxito y celebridad siempre ha jugado un papel residual y en la que lo único importante ha sido la música.   

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Si nadie lo compra, ¿por qué todos quieren venderlo?

Por: | 20 de noviembre de 2012

Mark+Ronson+Launch+Coca+Cola+London+2012+Olympic+eSR3vBJKe9ml

El pasado 14 de noviembre se hacía público que Coca Cola había invertido 10 millones de dólares -el 10% de un fondo compartido, entre otros, con Goldman Sachs- en Spotify, la compañía de música en streaming fundada en 2006 en Suecia y que hoy está implementada en 17 países, cuenta con 15 millones de usuarios, cuatro de suscriptores y unas pérdidas de 57 millones de dólares durante el último ejercicio. Pérdidas que, seguramente, no provienen del pago a los artistas que alojan su música en este servicio, pues según el último estudio confeccionado por Digital Music News, si un músico quiere ganar el salario mínimo interprofesional en EE.UU. (1160 dólares) gracias a las reproducciones de su obra autoproducida en Spotify debe acumular 232.000 al mes. Si la música llega a la marca sueca, la misma que este mes anuncia en España a bombo y platillo el retorno de Soundgarden ‘ese clásico de los 70’ (para la banda debe ser casi un piropo), a través de una multinacional, la cifra de reproducciones necesarias para alcanzar ese salario mínimo calculadas por DMN es, nada más y nada menos, que... infinito. La primera vez que Coca Cola entró en el mundo de la música fue en 1899, y para la firma de Atlanta han cantado The Supremes, The Who o Aretha Franklin. Igual saben algo que los demás ignoramos. De momento, la prensa estadounidense especula sobre la posibilidad de que la estrategia clave de la firma para alcanzar los 3.000 millones de dólares de beneficios en 2020 (‘visión 2020’, le han llamado a este plan de dominación mundial) tenga mucho, o casi todo, que ver con la música, y que en pocos años la mayor discográfica del planeta sea una marca de refrescos con 41 millones de seguidores en Facebook. ¿Música? ¿Futuro? ¿Beneficios? Si nadie lo compra, ¿por qué todos parecen querer venderlo?

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J Dilla: este muerto está muy vivo

Por: | 13 de noviembre de 2012

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Aunque los cronistas musicales acostumbramos a valorar más la influencia de un artista en función de los años que han transcurrido desde su muerte, en algunas ocasiones esta ecuación pierde todo su sentido: casos como el del productor y rapero de Detroit J Dilla ponen de manifiesto que a veces no es necesario que haya pasado mucho tiempo desde la desaparición de alguien para notar su presencia y detectar su huella en una parte de la mejor música que se factura en tiempo presente. El de Dilla es, además, un ejemplo especialmente llamativo: el mismo día de su fallecimiento, con 32 años y víctima de un lupus que le fue minando la salud hasta el fatal desenlace, se activó una maquinaria inconsciente de reivindicación de su legado y herencia que ha repercutido de manera clara y explícita en el permanente revivalismo dillaniano en el que parece instalada la escena hip hop actualmente. A pesar de su productiva y exultante trayectoria en vida, es difícil quitarse de encima la sospecha de que no fue hasta su muerte que le llegó el reconocimiento unánime y entregado, y que a medida que pasan los días y el recuerdo de su adiós se desdibuja en nuestra memoria su peso artístico va cobrando más fuerza y vigencia. Hoy, cuando analizas y estudias los sonidos, los productores y las ideas más inspiradas que dan lustre al género, su nombre está en todas partes, como si no se hubiera ido, como si decidiera el rumbo del hip hop desde las alturas.

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