En palabras de Benedicto XVI, la renuncia bautismal del pecado pasa por el rechazo a "los grandes espectáculos crueles, en los que la crueldad se convertía en diversión, en los que matar a los hombres era una cosa espectacular: era un espectáculo la vida y la muerte de un hombre. Estos espectáculos crueles, esta diversión del Mal es la pompa del diablo, donde irrumpe con aparente belleza y, en realidad, se muestra en toda su crueldad". Antes de colgar los hábitos, el Santo Pontífice contratacaba "a un tipo de cultura que es una anticultura, contra Cristo y contra Dios", denunciando las mentiras y calumnias de la sociedad del espectáculo. Unas declaraciones que vienen al pelo para recomendarles un visionado responsable de Lords of Salem, la última película del cineasta y rockero Rob Zombie. Porque el polifacético líder de White Zombie entronca con una larga tradición de proscritos que se remonta a la Edad Media; la de aquellos juglares, tildados de "ministros de Satanás" y "gaiteros del Diablo", que fueron perseguidos antorcha en mano por "inculcar el vicio en el espíritu a través de los oídos y los ojos".
En la última década, Robert Bartleh Cummings ha conseguido reconducir su vocación de cineasta sin desvincularse del rock más estrambótico. De hecho, podríamos repasar su filmografía haciendo acopio de referencias discográficas: House of 1000 Corpses, The Devil's Rejects, Werewolf Women of the SS... y The Lords of Salem, que previamente había visto la luz en su tercer elepé en solitario, Educated Horses (Geffen, 2006). Tras el descalabro comercial del díptico Halloween (2007) y Halloween II (2009), su trasunto cinematográfico se ha hecho demasiado de rogar, defraudando las expectativas de unos fans que nunca le perdonarán la asuencia de sangre. Asi que olvídense de los agujeros de la historia y déjense atrapar por esta herejía audiovisual de primer orden: una opus nigrum ambiciosa y delirante que sortea la genialidad y los límites del ridículo para erigirse como el reverso maléfico del último Terrence Mallick.