Muro de sonido

Sobre el blog

Conciertos, festivales y discos. Auges y caídas. Y, con suerte, sexo, drogas y alguna televisión a través de la ventana de un hotel. Casi todo sobre el pop, el rock y sus aledaños, diseccionado por los especialistas de música de EL PAÍS.

Eskup

Tras la pista de Rodion

Por: | 25 de junio de 2013

 

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En 2012 un sexagenario de sienes plateadas comparecío ante el público asistente al TIFF - Festival Internacional de Cine de Transilvania durante la proyección especial del Vampyr (1932) de Carl Theodore Dreyer. Parapetado tras un par de antediluvianos magnetofones, Rodion Ladislau Rosca acompañó las imágenes manipulando unas cintas registradas hacía más de cuatro décadas y que permanecían inéditas... hasta ahora. En The Lost Tapes (Strut/Popstock, 2013) asistimos al alumbramiento de un sonido revolucionario que se posiciona a favor del kraut y en contra del sinfonismo barroco. Un puñado de grabaciones, concebidas en la intimidad de un estudio casero entre 1978 y 1984, que recuperan el legado analógico de un autor con trazas de visionario. Ritmos crudos, arreglos complejos y sorprendentes cambios de tercio que fueron relegados al ostracismo bajo el régimen de Ceaușescu. "El reconocimiento resulta especialmente doloroso porque llega demasiado tarde", reflexiona con amargura. "Incluso aunque me convirtiera en millonario, llega demasiado tarde. Me destrozaron la vida". Rodion se enfrenta a una cirrosis quística que no entiende de cifras de ventas ni prórrogas honoríficas. 

Uno de los principales artífices de su reivindicación artística se llama Sorin Luca, un blogger y cineasta rumano consagrado a despejar las numerosas incógnitas que rodeaban su figura. Su documental Imagini din vis lleva gestándose desde 2009 y supone el primer acercamiento a su obra, incluyendo material audiovisual que nos remonta a principios de los años setenta. De su estrecha colaboración con Future Nuggets, un colectivo de productores y músicos con sede en Bucarest, surgió la posibilidad de remasterizar aquellas grabaciones artesanales. "Cuando las escuché por primera vez no me podía creer que nadie las hubiese publicado antes", suscribe Ion Dimitrescu, cabecilla de FN. "Existe poca tradición de música electrónica en nuestro país, así que nos sentimos obligados a hacer algo al respecto". 

 

Veinticinco años después Rodion volvía a subirse a un escenario y era saludado como un pionero. "Nunca pensé que llegaríamos a esto", reconoce el músico con humildad. "En la radio y en la prensa dicen de mi que soy el padre de la música electrónica y new wave rumana y, la verdad, me sorprende mucho. Me resulta extraño. No consigo entender como es posible. Me cuesta creer que sea cierto". El revuelo mediático alcanzó a Stevie Kotey de Ambassador's Reception, responsable del recopilatorio Sounds of Unheard From Romania y el elepé de Steaua de Mare. Su entusiasmo por el proyecto dio pie a la espléndida edición al amparo de Strut Records, refiriéndose a su música en los siguientes términos: "a veces suena como si Black Sabbath versionasen a Tangerine Dream y otras como si Kraftwerk fuesen interpretados por Emerson Lake and Palmer".

 

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Quién es quién en el Día de la Música

Por: | 20 de junio de 2013

Por ANTONIO NIETO y ANA MARCOS

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El Día de la Música -sí, en puridad son dos días de la música- no requiere de un sesudo estudio previo o guía para evitar perderse en el recinto y llegar a tiempo a cada concierto. La liturgia es más sencilla. Así que para abrir boca y que el viaje musical sea incluso más cómodo, aquí va una playlist de avanzadilla por el cartel que este año llenan 22 bandas.

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Kanye West, licencia para creerse Dios

Por: | 18 de junio de 2013

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A Kanye West no le perdonan que sea bueno y esté orgulloso de ello. Pero sobre todo no le perdonan que lo diga abiertamente, que haga bandera de sí mismo, que rompa las barreras de esa supuesta modestia a la que deben sentirse apegados los artistas para no incomodar a no se sabe quién. Inmersos como estamos en la época del yo, del culto a uno mismo y del exhibicionismo casi pornográfico de nuestros hábitos más inocentes, no deja de sorprender que se censure y se satanice la actitud ególatra y categórica de Kanye West. Tendría mucho más sentido aplaudir y venerar a alguien que en tiempos de crisis –y no solo económica– saca a relucir casta, orgullo y ambición suficiente como para salvarle el cuello al rap las veces que haga falta y provocar, una vez más, un movimiento de agitación total en la escena. Hay raperos infinitamente más seguros de sí mismos ahí fuera –Jay-Z, Nas…– y hay raperos infinitamente mejores ahí fuera –Jay-Z, Nas, Scarface, Common, Killer Mike…–, pero ninguno tiene su capacidad de convicción ni su fe a la hora de convertir las dudas, la ansiedad y la angustia creativa en música digna de ser noticia. En “Yeezus”, juego de palabras con ‘Ye –abreviatura de su nombre de pila– y Jesus, nuevo disco que se pone hoy a la venta, el rapero, productor, diseñador de moda y entertainer se autodefine como un Dios, mantiene diálogos amistosos con Jesucristo y se desvincula por completo del género con un ejercicio de ruptura tan precipitado, descontrolado e impetuoso como fascinante, físico y adictivo.

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Superviviente del periodismo musical

Por: | 14 de junio de 2013

por LUIS HIDALGO

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Pet Shop Boys durante su concierto en Sónar.

“¿Por qué estas escribiendo?”. Sonaba Memory of the future y aún reconociendo que escribir no suena a futuro, tampoco es algo tan arcano en un festival avanzado. Miré a mi izquierda y lo preguntaba una joven con gesto sinceramente sorprendido. “Es que soy de prensa”, respondí intentando generar compasión: “entonces debes tener la cerveza gratis”. Antes de responder negativamente y ser correspondido con una expresión facial en la que leí “pobre pringao, currando mientras todos privan y encima a palo seco, el muy cretino”, pensé en lo mal que hemos manejado nuestras relaciones públicas los periodistas musicales, allí en nuestro castillo de marfil ahora asaltado por las tropas digitales que algún indocumentado aún persiste en descalificar globalmente. Volví a mi tarea cabizbajo.

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Skrillex, la estrella que nos gusta odiar

Por: | 13 de junio de 2013

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Si tuviéramos que señalar al Osama Bin Laden del dubstep el elegido sería el productor californiano Skrillex. Con razón, pero también con ensañamiento, buena parte de la escena electrónica underground de aquí –entiéndase Europa– lo ha convertido en el enemigo público número uno del momento, en el mejor culpable posible de cuantos pudiera haber en ese proceso de masificación, comercialización y degradación musical del dubstep y subgéneros hermanos, así como del concepto general de la música electrónica de baile –EDM, una vez más– que se ha levantado en Estados Unidos en los últimos tres-cuatro años. Al personaje parece importarle poco, y no le falta razón: mientras algunos echan espuma por la boca y empuñan la espada de la integridad y la credibilidad de un género para ponerle de vuelta y media, el norteamericano sigue facturando a ritmo vertiginoso y, lo que es más importante, va ampliando su nómina de colaboraciones, amistades célebres y llamadas de ámbitos expresivos ajenos a su propio radio de acción. Y por supuesto, suma y suma directos multitudinarios por todo el mundo con caché de gran estrella y riadas de gente ávida de venerarlo o destriparlo, como el que ofrecerá la madrugada del viernes al sábado en el festival Sónar 2013, que arranca hoy mismo. Nos encanta odiar a Skrillex porque es fácil –su música, su look, su actitud…– y porque está socialmente bien visto, pero sobre todo porque nos viene como anillo al dedo que exista un personaje como él. Al contrario de lo que sucede en la mayoría de películas, aquí no queremos que gane el malo.  

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Cuando tres son multitud

Por: | 11 de junio de 2013

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En la improvisación, a veces las apariencias engañan. Partiendo de que la base de la misma es la espontaneidad y el dominio del lenguaje –a nivel individual– y la capacidad para reaccionar e interactuar con el entorno, no es ilógico pensar que, cuantos menos elementos haya en escena, más sencillo resultará todo. Sin embargo, en ese forcejeo tan autócrata, tan humilde y tan osado como es improvisar, la presión de la soledad y la aplastante igualdad del dúo pueden ser tan ingobernables como una orquesta con decenas de improvisadores desbocados.

La música improvisada funciona cuando fluye; cuando, incluso en los momentos de tensión, está dispuesta a dejarse mecer por la voluntad del músico o por la sugerencia del momento precedente y del momento anticipado por la intuición. No se puede forzar ni ensayar, más allá de recorrer cada recoveco del cerebro y el alma del improvisador, llegando hasta donde él mismo se permita.

En el jazz, tocar en solitario es la mayor prueba de fuego para un instrumentista; el acto más sincero y valiente que puede acometer como músico. Tocar a dúo, por otro lado, parte de la generosidad máxima, de estar dispuesto a darse, a desnudarse ante el de enfrente para recibir, y para crear en base a eso. Más que hablar, más que contar. La pureza del dúo es complicidad, compañerismo, compromiso, intimidad.

Cuando es sincera y está bien hecha, una grabación o una actuación en solo o en dúo suele derivar en música muy especial. Tal vez no tan vistosa como un grupo o una gran formación, pero sí intensa y real. En un rápido vistazo a las novedades que van salpicando el maltratado mercado discográfico, encontramos sin esfuerzo un puñado de pequeñas joyas en estos formatos; auténticos cantos a la independencia y el compromiso que siguen demostrando que algunos tópicos se dignifican en manos de músicos portentosos, como ese que dice que, muchas veces, menos es más.

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El sueño americano a ritmo de hip hop

Por: | 04 de junio de 2013

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En la desbordante primera fiesta que vemos en “El Gran Gatsby”, mareante procesión de botellas de champán, chicas guapas, gángsters y políticos, fuegos artificiales y números musicales, la canción que suena de fondo es “Bang Bang”, de will.i.am, que toma prestado un sample de “Charleston”, una de las composiciones fundacionales del jazz, y acaba derivando en otro adefesio electro-rap de esos a los que nos tiene acostumbrados el productor y líder creativo de Black Eyed Peas. La canción no vale un pimiento, pero es una contundente declaración de intenciones del director de la cinta, el australiano Baz Luhrmann, empeñado en emparentar personajes, historias y mitos de otras épocas con nuestros días, en un ejercicio cinematográfico, estético y expresivo nacido para la polémica. La idea del director no puede ser más transparente: si en los años 20, periodo en que está ambientada la novela de F. Scott Fitzgerald y también el filme, la música de los clubs y las fiestas era el jazz, género en plena efervescencia por entonces, en la actualidad, casi casi en los años 20 del siglo XXI, este rol lo asume la EDM y el hip hop. Para bien o para mal, que cada cual decida, tenemos lo que nos merecemos.

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