Conciertos, festivales y discos. Auges y caídas. Y, con suerte, sexo, drogas y alguna televisión a través de la ventana de un hotel. Casi todo sobre el pop, el rock y sus aledaños, diseccionado por los especialistas de música de EL PAÍS.
"¡Bienvenido a Villa Sicalíptica! Me llamo Bonet,
Joaquín Bonet. Pero usted puede llamarme Ximo". Mi interlocutor sale a
recibirme luciendo una sonrisa lobuna y completamente vestido de blanco, como un sosias de Francisco Scaramanga, el villano que Christopher Lee encarnaba en
El hombre de la pistola de oro (Guy Hamilton, 1974). Me estrecha la mano con firmeza y me invita a
recorrer los jardines de su Xanadú particular: una imponente mansión de estilo
colonial a orillas del Mediterráneo en la que disfruta de su retiro desde hace
un par de décadas. Aunque reconoce abiertamente que el trabajo siempre le
resultó ingrato, justifica su lujoso tren de vida en base a una más que dudosa prescripción
facultativa. "Sufrí un amago de infarto en el 83 durante el España-Malta.
El gol de Señor estuvo a punto de enviarme al otro barrio". Durante su
convalecencia en el Balneario de La Toja contrajo matrimonio por tercera vez y
se mudó con su multimillonaria esposa a un enclave paradisíaco, alejado de las miradas
indiscretas y las responsabilidades fiscales.
Las vistas desde su despacho son impresionantes; otra de las
ventajas que tiene vivir en una isla tan diminuta que apenas figura en los
mapas. Mi anfitrión echa el cerrojo y me indica amablemente que apague la
grabadora. Sobre el escritorio de caoba nos espera el objeto de mi visita: una
colección de incunables en vinilo cuyas portadas merecerían figurar en una
pinacoteca de lo bizarro. Tomo asiento y examino cuidadosamente el repertorio:
El Dúo Dinámico, el recientemente desaparecido Augusto Algueró, Pop Tops,
Nino Bravo y un puñado de artistas de segunda fila. A primera vista, el
material no justifica un viaje tan largo. Bonet parece leerme el pensamiento y
me tiende un documento ribeteado en cuatricomía y que guarda bajo llave en un
cajón.
Se trata de una circular de la discográfica Ariola, a la
atención de prensa, radio, televisión y discotecas: "Hemos sido informados
de que el productor Alberto Romolo Broccoli se halla en negociaciones con el
Ministerio de Cultura, Educación y Deportes en aras de llagar a un acuerdo para
la producción de un nuevo film de la saga James Bond, el agente 007".
Sorprendido, reviso la fecha del matasellos del sobre -junio de 1975- y sigo
leyendo. "Para tal menester el proyecto, que al parecer se halla en fase
de preproducción y que se rodará en gran parte en nuestro país, necesitará
también de un tema central que muestre el innato talento de nuestros
compositores e intérpretes". Llegado a este punto, me vuelvo hacia Bonet
sin conseguir disimular mi excitación ante tamaño descubrimiento. Es el turno
de las explicaciones...
La hostilidad que sopla en algunas esquinas de Sudáfrica tiene el prodigioso don de engendrar leyendas inverosímiles. Y de encumbrar a ciertos mortales al pedestal de la admiración tras embadurnarlos con un halo de nobleza ilimitada. Entre los desequilibrios cotidianos de una sociedad segregada –hasta hace pocos años por raza, ahora por clase- emergen milagros como los de Nelson Rolihlahla Mandela, brotan figuras como Mahatma Gandhi, que pasó veintiún años en Sudáfrica puliendo la desobediencia civil como fórmula contra la discriminación y que acuñó en su adoptiva tierra africana el concepto de satyagraha -resistencia no violenta-; y germinan de repente historias como las de Sixto Rodríguez. La realidad se endeuda de nuevo con la ficción y Sudáfrica la violenta, la dividida, la sofocada, resucita a un poeta olvidado, a un mito que no pudo ser y alimenta de nuevo al mundo con una ensoñación.
A estas alturas ya muchos habréis oído hablar del delicioso documental que narra la fábula real de Sixto Rodríguez: “Searching for Sugar Man” –ganador del Oscar a mejor documental y actualmente en pantalla en los cines Renoir y Verdi de Madrid y Barcelona-. Unos acordes, un milagro, un relato. Una quimérica balada entre Ciudad del Cabo y Detroit.
“Yo me pregunto - sobre les lágrimas en los ojos de los niños, Y me pregunto - sobre el soldado moribundo Yo me pregunto - ¿acabará jamás el odio? Y me pregunto… y me preocupo, amigo ¿Tú no?”
"I wonder"
Es una incógnita cómo las reflexiones musicadas de un desconocido cantautor norteamericano de origen mejicano cruzaron el Atlántico. Sixto Rodríguez, un obrero de familia humilde de Detroit intentó a principios de los 70 abrirse paso en la industria musical de su país, sin éxito. Pero mientras su álbum “Cold Fact” expiraba en el olvido de sus compatriotas, unas copias de su disco viajaron hasta la Sudáfrica sellada por el apartheid y empezaron a circular por Ciudad del Cabo.
Estamos a principios de los 70. Se acerca el fin de la guerra del Vietnam y el Watergate se prepara para hundir a Nixon. Las potencias occidentales juegan a la guerra fría en África negra, el excéntrico dictador Mobutu rebautiza el Congo llamándolo Zaire y Sudáfrica aísla del mundo a sus ciudadanos con su régimen absurdo y racista. Rodríguez, entre las sombras industriales de Detroit, compone provocaciones con su guitarra mientras Mandela escribe en su pequeña celda en la cárcel de Robben Island, a 11 kilómetros de la costa de Ciudad del Cabo. Las copias de “Cold Fact”, el primer disco de Rodríguez, debieron sobrevolar la isla-cárcel y a su reo más célebre. Y los blancos reprimidos –aislados de los negros maltratados- las recibieron como una bocanada de libertad.
"La venta de armas aumenta, las amas de casa se aburren, el divorcio es la única opción, fumar provoca cáncer, Este sistema caerá pronto, por una joven iracunda melodía. Y esto es, la cruda realidad"
"Establishment Blues"
Gobernados por el ultra conservadurismo las palabras de Rodríguez calaron en las almas de los primeros blancos que se atrevieron a ser rebeldes. Oyeron a Sixto cantar sobre drogas y sexo, una auténtica provocación en época de censura férrea, pero sobretodo le escucharon cantar sobre la posibilidad de cambiar la realidad. Sixto les inspiró, les acompañó a revelarse y escoltó a aquellos que se propusieron ser un poco más libres. Y para algunos pasó a formar parte de “la banda sonora de nuestra vida”, como expresa una de las voces del documental. “En aquella época en cualquier hogar de familia sudafricana blanca de clase media siempre encontrabas un disco de los Beatles, uno de Simon & Garfunkel y otro de Rodríguez”.
Rodríguez se convirtió en un icono rebelde en la Sudáfrica blanca capetoniana. Sus oyentes del Cabo de Buena Esperanza y los de la gran urbe, Johannesburgo, ignoraban quién era ese tipo de piel hosca, melena agitanada y gafas de sol que yacía sentado en la portaba del disco. Igual que Rodríguez ignoraba el abasto e impacto de sus canciones. Pero le admiraban.
"Crucify your Mind"
Un día, de forma tan misteriosa como la aparición de su música, se propagaron los rumores sobre su muerte: un suicidio en pleno escenario. Pero la búsqueda por su ídolo juvenil y una cadena de casualidades tejen la inverosímil historia de cómo Sudáfrica descubre a su héroe de juventud rebelde, y de cómo, a sus 60 años, el humilde, sólido y tímido Sixto Rodríguez se reencuentra con los fans que nunca había conocido, con el reconocimiento que nunca había catado. Con destreza narrativa el director Malik Bendjelloul recompone esta maravillosa apología de la ilusión.
Vi el documental por primera vez en un cine independiente de Johannesburgo hace unos meses. Se acercaba la Navidad, Mandela, con sus 94 años y su carga histórica, estaba ingresado en el hospital y Searching for Sugar Man no había recibido aún el Óscar. Más de seis años viviendo en Johannesburgo y jamás había oído hablar del tal Rodríguez. Tampoco mis amigos negros. Unas semanas más tarde, en una conversación nocturna alumbrada por un par de velas, en el arenoso norte de Malí plagado de soldados, una periodista francesa me cuenta que “I wonder”, de Sixto Rodríguez, es una de las canciones que marcó su juventud en las afueras de París. ¿Puede Sixto seguir sorprendiendo?
Sixto Rodríguez, el demoledor, caminaba patoso y resbaladizo entre la nieve de Detroit sin saber que sus letras generaban esperanza. Y de repente, delante de miles de seguidores sudafricanos que se saben de memoria sus líricas, arropado entre incrédulos aplausos, expulsa un emotivo: “gracias por mantenerme vivo”.
Del suicidio ficticio a la realidad. Y al escenario del Poble Espanyol. El 8 de Julio, Rodríguez estará tocando en Barcelona tras cancelar al último momento su actuación en el Primavera Sound.
Este jueves sale al
mercado Magna Carta Holy Grail, el único disco de la historia que ya había
vendido un millón de copias sin tan siquiera estar acabado ni tener fecha de
publicación. En una de las acciones empresariales más fascinantes que se recuerdan
recientemente en el ámbito discográfico y tecnológico, Samsung ha decidido
regalar un millón de copias del nuevo álbum del rapero Jay-Z al primer millón
de usuarios de sus tres principales smartphones, Samsung Galaxy S III, Samsung
Galaxy S4 y Samsung Galaxy Note II, que se hayan descargado la nueva aplicación
creada expresamente para el lanzamiento. La compañía coreana ha pagado cinco
dólares por pieza de un álbum por el que Jay-Z se embolsará un mínimo de cinco
millones de ‘pavos’ sin tener una sola canción publicada. Y en esta ecuación no se
tienen en cuenta los ingresos que pueda conseguir mediante la venta directa, en
formato físico o digital, del propio disco una vez esté en las tiendas, tres
días después de expandirse al mundo en exclusiva vía smartphone. A dos días y
medio de su aparición todavía no hemos podido escuchar ninguna canción, no se
ha oficializado ni presentado ningún single ni videoclip, no tenemos los datos
precisos y exactos de quién participa en el listado definitivo y únicamente se
ha filtrado lo que el propio artista ha querido, esto es, algunas letras del
disco con palabras cuidadosamente encriptadas para no disponer de la secuencia
completa. Los tiempos están cambiando, y Jay-Z se ha propuesto escribir las
nuevas reglas del juego.