La otra cara de Odd Future

Por: | 17 de septiembre de 2013

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De apariencia menor pero resultados por encima de la media en lo que llevamos de año, “Doris”, el debut oficial del rapero californiano Earl Sweatshirt, cobra importancia por diversas razones, a cual más atractiva, pero básicamente porque ayuda a cimentar la idea, hasta ahora puesta en entredicho por muchos, de que en el colectivo Odd Future hay vida, acción, chicha y trayectoria más allá de las grabaciones de Tyler, The Creator y Frank Ocean, los dos buques insignia de un proyecto con numerosos miembros pero pocas estrellas potenciales. O eso creíamos hasta ahora. Porque la aparición inesperada, casi de tapadillo, de este señor álbum, uno de los más absorbentes y lúcidos de 2013, supone un toque de atención para el público despistado y, sobre todo, para los propios cabecillas de OF. Estas canciones nos permiten dar con un tipo que se ha redescubierto a sí mismo, cargado de ideas musicales, la mayoría interesantes, nuevos aires personales y emocionales, claves en su propio relanzamiento, y el perfil mejorado de una propuesta artística que busca la reivindicación a través de la maduración y la introspección.

En poco menos de tres años Earl Sweatshirt ha pasado de rapear sobre cadáveres, cuerpos descuartizados, paranoias narcóticas, violaciones compulsivas y otras lindezas temáticas, las que daban forma y lustre a su primera mixtape, “Earl”, que causó cierto revuelo en la escena hip hop independiente por el alto contenido violento de sus textos, a reflexionar sobre la presión del éxito, el peso de las ausencias y los cargos de conciencia que acarrean las decisiones equivocadas. La sensación es que Sweatshirt ha tenido que madurar más deprisa que cualquiera de sus compañeros de generación, y de que este aprendizaje mental ha repercutido considerablemente en su faceta como letrista, de mucha más altura y catadura poética, emocional y creativa ahora que parece sentirse mejor consigo mismo. “Doris” es un álbum impropio de un chaval de 19 años, pero quizás no tanto de un chaval surgido de Odd Future, una fábrica de talento aún por domesticar y pulir, y, a su vez, de la reluciente escena californiana del momento, en la que jóvenes MCs como Kendrick Lamar, Schoolboy Q o el propio Earl Sweatshirt están dejando muy claras las intenciones de renovación, expansión y modernización del rap de la Costa Oeste, en contraposición a los clichés del gangsta rap de la zona o del ya algo descafeinado boom bap de la vieja guardia underground.

 

Que Sweatshirt eche de menos a su padre no tiene nada especial, en apariencia, pero sí lo tiene la manera cómo lo vuelca en sus rimas: “Chum” no solo es una canción dedicada a la figura paterna, sino también una emotiva radiografía de su lugar en el mundo, en medio de ninguna parte –“too black for the white kids, too white for the blacks” ("demasiado negro para los chicos blancos, demasiado blanco para los negros"), rapea–, y una declaración de amor a Odd Future y, en concreto, a Tyler, y en cómo este se ha convertido en su hermano y el líder de su nueva familia. Rapear sobre aspectos personales, sobre hechos autobiográficos, y hacerlo en clave introspectiva y tono confesional, además, no presenta más valor añadido que hacerlo sobre ficciones ultraviolentas producto de una marihuana de calidad. Es el cómo: este Earl Sweatshirt es un rimador inspirado, más imaginativo, tiene más sentido del detalle y la emoción, es un contador de historias en la mejor acepción del término, arrastra mayor carga poética y ya no se conforma con escupir sus pensamientos y sus impulsos en pleno colocón de hierba. Y lo pone en práctica a lo largo y ancho de quince canciones en las que se nota su aureola de promesa camino ya de ser realidad: la presencia de The Neptunes, The Alchemist, RZA, Tyler, The Creator y Frank Ocean como padrinos del invento demuestran que los rastreadores de talento no pierden el tiempo ni las energías cuando se trata de dar apoyos firmes y sinceros.

 

A Earl Sweatshirt quizás le llegó el éxito demasiado deprisa: con dieciséis años tenía a la prensa especializada entregada por completo a su causa, a la gran estrella del underground, Tyler, The Creator, erigida en padrino, guía espiritual y apoyo incondicional, y al público pendiente de cada uno de sus movimientos, consciente quizás de que en las canciones de “Earl” se podía seguir el rastro y la huella de alguien importante. El rapero respondió a la presión y las expectativas como responden los tipos especiales: desaparecer del mapa por completo. Paró de hacer música y su madre le mandó a un campamento para chavales con problemas de comportamiento en Samoa, donde permaneció el tiempo suficiente como para recapacitar sobre algunas cosas, pensar detenidamente en su vida y reemprender su marcha artística con un plan en la cabeza. El plan se llama “Doris”, y viene con tantos argumentos a su favor que cuesta encontrarle achaques o grietas visibles. De producción minimalista y elegante, en la que se advierte la tendencia reciente del colectivo a suavizar las formas, huir poco a poco de la trampa del horrorcore y abrirse a sonoridades más atemporales, y lírica de altura poética, sus canciones se convierten en el espejo creativo de un autor maduro con piel de adolescente. El chaval no ha mutado por fuera –sigue vistiendo sudaderas Supreme, calzando zapatillas Vans y patinando con su tabla de skate–, pero sí por dentro: metamorfosis fulgurante y apresurada para cambiar las pesadillas de ficción por las preocupaciones reales.      

 

“Doris” se convierte, así, en el punto de enlace entre la paranoia esquizofrénica de Tyler, The Creator y el romanticismo urbano de Frank Ocean, también entre la densidad claustrofóbica de las producciones del primero y el R&B satinado y glamuroso del segundo. Le falta la proyección comercial de Ocean y el carisma desbordante de Tyler; pero goza del beneplácito unánime de la escena independiente, prestigio intocable y la sensación generalizada de que en él se esconde la auténtica perla del colectivo en lo que a talento se refiere. “Doris” es un disco de buenas ideas, pensamientos nobles, arrebatos de sinceridad y venganzas interiores, pero sobre todo es un disco de incontestable autorreivindicación: Odd Future ya no es cosa de dos.

 

Hay 6 Comentarios

Era el se pincha a través de un ordenador, pero la esencia digo yo que será la misma

Buen artículo. Lo que ocurre es que la aparición de Earl no es del todo inesperada. Hace un par de el New Yorker ya dedico un artículo a Odd Future http://www.newyorker.com/reporting/2011/05/23/110523fa_fact_sanneh , donde se decía que a pesar de que la cabeza visible del colectivo fuera Tyler, el que probablemente tuviera más talento era Earl, que por cierto en aquel momento estaba desaparecido (parece que a su madre no le pareció muy bien que tuviera tanto éxito siendo tan joven). Por cierto, el padre de Earl es un famoso poeta sudafricano, de hecho el middle name de Earl es Neruda en homenaje al poeta chileno.

Hasta los restaurantes tienen otra cara por eso en Capitanfood os traemos esos lugares que nadie conoce y que se come de muerte, lugares de secreto http://www.capitanfood.com

Dicen que de la locura a la genialidad hay un solo paso, personalmente encuentro más atractivas las melodías de Joey Badass y la propuesta de Pro Era por nombrar un colectivo. Tanto el disco de Earl como la música que propone Tyler me parece vacía de contenidos, buenas letras, pero falto de emoción, el único de esta nueva generación que pasará a leyenda es Oddisee, un concepto mucho mas positivo, unas letras sensatas que hacen al consumidor reflexionar, apoyado sobre unos beats que no dejan de fluir en nuestra cabeza.

Por cierto es una alegría poder leer sobre hip-hop en un medio como El País

Soy de la época de los 60-70, he escuchado esta muestra musical ¿rapera?, estoy conmocionado, tiene tal derroche de creación musical, haría sombra hasta al propio Mozart, que no lo he podido soportar ni comprender...realmente esta nueva sociedad va por el camino de la sabiduría.

Pues a escucharlo. Chum me molaba, a ver qué tal el resto.

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Conciertos, festivales y discos. Auges y caídas. Y, con suerte, sexo, drogas y alguna televisión a través de la ventana de un hotel. Casi todo sobre el pop, el rock y sus aledaños, diseccionado por los especialistas de música de EL PAÍS.

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