El mayor temor que provoca el reencuentro de viejos alumnos de un colegio o instituto no es únicamente el hecho de comprobar en primera persona cómo el paso del tiempo ha hecho mella en nosotros sino también cuán equivocados pudimos estar en su momento. La peor sensación que te puede quedar después de una cena de este tipo no es la idea de que aquella chica o aquel chico que te gustaba veinte años después haya perdido todo el magnetismo de entonces, sino darte cuenta de que muchas de las virtudes o factores que despertaban tu interés en ese momento se han volatilizado por completo en dos décadas. El drama no es que ahora vista mal, haya ganado o perdido unos kilos o se comporte como un auténtico o una auténtica gilipollas, sino comprobar cómo se ha convertido en una persona completamente distinta a aquella y cómo el recuerdo de entonces choca con el triste presente. Es algo que sucede con personas, pero también con películas, libros o discos. Con los discos sucede mucho, más que con cualquier otra cosa.
Hace unos días, mientras buscaba un CD entre pilas de referencias desordenadas, apareció “Madrid Zona Bruta”, el debut de CPV, de cuando se llamaban El Club De Los Poetas Violentos, y reparé en el hecho de que en 2014 se van a cumplir veinte años de su publicación. Me pareció buena idea reescucharlo de inicio a fin y plasmar aquí las sensaciones que provocan sus canciones dos décadas después de su aparición, quizás con la esperanza de encontrarle atractivos distintos que en su época, quizás con la malévola idea de encontrarle fallos que en su momento pasaron por alto o dejamos que pasaran por alto, quizás solo para reafirmar todo lo que pensaba entonces, o quizás simplemente para acogerme a la nostalgia como medida desesperada para combatir la melancolía que me provoca una parte del hip hop español del momento. El experimento tiene más sentido, si es que tiene algún sentido, al tratarse del primer álbum de hip hop español publicado en España, entendido primero no el sentido estricto de orden cronológico sino en el sentido conceptual y poético del término: el primero con cara y ojos, el primero que podemos considerar nuestro, el primero del que nadie se avergonzó. Su carácter pionero y seminal podría llevarnos a pensar que hemos sido benevolentes con él y que, en cierto modo, su aportación a la causa le ha valido una suerte de inmunidad diplomática a prueba de críticos y vieja escuela, proteccionismo del que nada saben ni quieren saber las nuevas generaciones y del que haremos caso omiso aprovechando este vigésimo aniversario.