Muro de sonido

Sobre el blog

Conciertos, festivales y discos. Auges y caídas. Y, con suerte, sexo, drogas y alguna televisión a través de la ventana de un hotel. Casi todo sobre el pop, el rock y sus aledaños, diseccionado por los especialistas de música de EL PAÍS.

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"Madrid Zona Bruta", veinte años después

Por: | 31 de enero de 2014

Cpv

El mayor temor que provoca el reencuentro de viejos alumnos de un colegio o instituto no es únicamente el hecho de comprobar en primera persona cómo el paso del tiempo ha hecho mella en nosotros sino también cuán equivocados pudimos estar en su momento. La peor sensación que te puede quedar después de una cena de este tipo no es la idea de que aquella chica o aquel chico que te gustaba veinte años después haya perdido todo el magnetismo de entonces, sino darte cuenta de que muchas de las virtudes o factores que despertaban tu interés en ese momento se han volatilizado por completo en dos décadas. El drama no es que ahora vista mal, haya ganado o perdido unos kilos o se comporte como un auténtico o una auténtica gilipollas, sino comprobar cómo se ha convertido en una persona completamente distinta a aquella y cómo el recuerdo de entonces choca con el triste presente. Es algo que sucede con personas, pero también con películas, libros o discos. Con los discos sucede mucho, más que con cualquier otra cosa.

Hace unos días, mientras buscaba un CD entre pilas de referencias desordenadas, apareció “Madrid Zona Bruta”, el debut de CPV, de cuando se llamaban El Club De Los Poetas Violentos, y reparé en el hecho de que en 2014 se van a cumplir veinte años de su publicación. Me pareció buena idea reescucharlo de inicio a fin y plasmar aquí las sensaciones que provocan  sus canciones dos décadas después de su aparición, quizás con la esperanza de encontrarle atractivos distintos que en su época, quizás con la malévola idea de encontrarle fallos que en su momento pasaron por alto o dejamos que pasaran por alto, quizás solo para reafirmar todo lo que pensaba entonces, o quizás simplemente para acogerme a la nostalgia como medida desesperada para combatir la melancolía que me provoca una parte del hip hop español del momento. El experimento tiene más sentido, si es que tiene algún sentido, al tratarse del primer álbum de hip hop español publicado en España, entendido primero no el sentido estricto de orden cronológico sino en el sentido conceptual y poético del término: el primero con cara y ojos, el primero que podemos considerar nuestro, el primero del que nadie se avergonzó. Su carácter pionero y seminal podría llevarnos a pensar que hemos sido benevolentes con él y que, en cierto modo, su aportación a la causa le ha valido una suerte de inmunidad diplomática a prueba de críticos y vieja escuela, proteccionismo del que nada saben ni quieren saber las nuevas generaciones y del que haremos caso omiso aprovechando este vigésimo aniversario.  

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Qué (no) es jazz

Por: | 28 de enero de 2014

The Thing

 

La historia la escriben los vencedores, eso lo sabe todo el mundo. En la música, la historia la escriben quienes tienen el mejor agente. O quienes estaban en el momento adecuado en la revista o emisora adecuada. Ser bueno ayuda, pero no lo es todo. Y, con el paso de los años, tendemos a quedarnos con lo superficial y con los identificadores resonantes o recurrentes, que tampoco está uno para pasarse la mañana investigando si la primera ópera rock fue la de los Pretty Things, la de Nirvana (no "los" Nirvana, claro) o la de los Who. Para bien o para mal, "Tommy" es "Tommy", y punto. El inconsciente colectivo del pop ha hablado; los demás, dejen su currículum y ya les llamaremos.

Con el jazz, un género tan aparentemente bibliotecario y carca para muchos, pasa algo parecido. La perspectiva es muy traicionera y, equis décadas después, resulta fácil creer que en su momento el jazz era todo Miles Davis, John Coltrane, Thelonious Monk o Duke Ellington. Y claro, si juzgamos los estímulos jazzísticos que le llegan hoy en día a cualquier transeúnte cultural no especializado, lo normal es palidecer ante la comparación. Lo que antes era original, arriesgado, combativo y genial ahora es rancio, conformista, tibio y decorativo. Pero no nos engañemos: en aquellos años la pachanga también rodeaba al jazz como una manada de lobos hambrientos. Hecha con más o menos gusto, reivindicada por algunos en aras de lo vintage o la memorabilia musical, pero pachanga, al fin y al cabo (con la más vulgar de sus acepciones, nada que ver con el género cubano heredero del merengue).

Esa óptica desenfocada y mitómana viene amparada por el sacrosanto "cualquier tiempo pasado fue mejor" –¡cuánta parcialidad se ha vertido sobre el verso de Manrique!– que inunda la mayor parte de doctrinas creativas. Uno puede alabar a Jonathan Franzen, pero cuidado con atreverse a compararlo con William Faulkner o Herman Melville. Pocos dudan de las bonanzas de Quentin Tarantino, pero hay que ser muy osado para situarle a la altura de John Ford, Raoul Walsh o Billy Wilder. Con el jazz –con la música en general– es igual: hace falta tiempo para convertirse en un clásico. Las modas tienen que pasar, la marea tiene que bajar y ver qué ha quedado tras ella. Y, entretanto, el mundo de la música popular se nutre de revivales más o menos encubiertos y más o menos ingeniosos, pero inequívocamente esclavos de sus referentes.

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No he venido aquí a hablar de mi libro

Por: | 25 de enero de 2014

No he venido aquí a hablar de mi libro

(Fotografía: Alberto Roldán)

En la solapa de El puño y la letra (66 Rpm, 2013) puede leerse: "Luis Boullosa (Madrid, 1975) es escritor periodista y músico. Ha escrito varios poemarios no publicados y una novela, Ceniza, reiteradamente rechazada por diversos editores. Ha colaborado con medios como Ruta 66, El Confidencial, Perfect Sound Forever, La Razón o Arraianos, publicación cultural, esta última, en la que aparecieron algunos de sus poemas de juventud. Mantiene en solitario desde 2006 el blog musical KAPUT, que en algún momento lejano fue un fanzine en papel. Ha sido miembro de un número no determinado de bandas underground que incluyen nombres tan oscuros como Vodka Drunkers, Goodbye Mass, La Camada, Masters Disaster Gang, 5 Cobras o Molestones. Actualmente compone y toca el bajo en la banda Gog y Las Hienas Telepáticas y trabaja en su segunda novela".

- La última vez que nos vimos fue en la presentación de tu libro. ¿Qué tal acogida está teniendo?
No me quejo, pero seamos realistas: un primer libro solo sirve para ponerte en el mapa. Si llegas a vender mil copias ya te puedes dar con un canto en los dientes, lo que significa que te vas a llevar unos dos mil pavos. Eso me lo fundo yo en tres farras. Los de la editorial se lo están currando mucho dentro de sus posibilidades y el libro está rulando bastante, porque trabajan con una distribuidora bastante potente. Al final lo de las presentaciones es como irte de gira. Aprovecho que me voy a tocar a algún sitio con mi banda y me llevo unos cuantos ejemplares. Unas veces sale bien y otras incluso pierdes algo de pasta.

- ¿Cómo interpretas entonces el auge editorial en materia musical en un país donde cada vez se lee menos y apenas se escucha música? 
Eso tendríamos que preguntárselo a los editores, pero si se publica tanto será porque hay mercado. En cuanto a si la gente lee más o lee menos... personalmente creo que eso depende de lo que entiendas por leer. En el metro puedes ver a un montón de gente enfrascada en “Cincuenta sombras de Grey”, pero para mi no se diferencia mucho a tomarte una copa en un bar en el que suena música de fondo. Leer es una actividad que requiere una cierta profundidad y, en ese sentido, pienso que en este país se lee poco.

- Es decir, la misma diferencia que existe entre "escuchar" y "oír" música…
Efectivamente. Falta una reflexión de fondo, más allá del mero entretenimiento. No me fascina especialmente Greil Marcus, pero en Mistery Train utiliza la historia del rock como pretexto para un ensayo de tintes sociológicos, lo que como lector me parece estupendo aún a riesgo de caer en su propia trampa.

- ¿La coartada intelectual?
Tampoco quiero que me malinterpretes, pero está claro que existe un público potencial para este tipo de libros, que se ha criado con el rock’n’roll y, al llegar a cierta edad, se adocena en un cierto conformismo burgués. Dejan de comprar discos e ir a conciertos y se alejan de la línea del frente. Lo que no tiene porqué ser necesariamente malo, salvo cuando se trata de un acto de esnobismo. Entiendo que alguien de sesenta años eche la vista atrás y se siente tranquilamente a leer una biografía de Elvis Presley o los Rolling Stones. Para mi, ese señor está contemporizando. Lo que me parece terrible es escuchar a uno de treinta lamentándose porque “ya no quedan bandas como las de antes”.

 

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Luke Haines, el hombre más airado de 1995

Por: | 21 de enero de 2014

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Hay gente que es de los Beatles y otra que es de los Rolling Stones. Y luego hay unos cuantos que son, por ejemplo, de los Kinks. Lo llaman bipartidismo, y hasta hace algunos años a algunos hasta les parecía extrapolable a cualquier aspecto de la sociedad. Simplifica las cosas, acota lo que consideramos normalidad a los confines de Barrio Sésamo y reduce las decisiones vitales a la categoría de verdadero o falso. Este bipartidismo permite, tanto a seguidores de los Beatles como a fanáticos de los Stones (y viceversa, tronista y viceversa otra vez) hacerse con la licencia de pensar que los que prefieren cualquier otra cosa lo hacen por esnobismo, infantiles necesidades de diferenciarse, o puro desconocimiento de lo que viene siendo la verdad. Los que viven en la normalidad son siempre muy de la verdad. Los que no, acostumbran a ser más de acción. En 1993, The Auteurs no ganaron el Mercury Music Prize por solo un voto. El premio fue a Suede, quienes se ganaron entonces el derecho a ser la tercera opción en un examen, el del britpop, que separa a los humanos dentro de la categoría de normales entre los que eran de Blur y los que eran de Oasis. The Auteurs quedaron fuera incluso del segundo círculo del infierno underground, y no porque su música fuera especialmente rara (estamos hablando de britpop, no de glitch house), sino porque su líder, un tal Luke Haines, no quería estar allí, no sentía ninguna afinidad con la mayoría de sus coetáneos, no estaba en sintonía ni con sus propios fans y, en realidad, menos a su novia, la bajista, odiaba al resto de los miembros de su grupo. En el mismo había un tipo que tocaba el chelo. Haines le llamaba ‘el chelista’.

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