Muro de sonido

Sobre el blog

Conciertos, festivales y discos. Auges y caídas. Y, con suerte, sexo, drogas y alguna televisión a través de la ventana de un hotel. Casi todo sobre el pop, el rock y sus aledaños, diseccionado por los especialistas de música de EL PAÍS.

Eskup

Discos & Dragons

Por: | 25 de mayo de 2014

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En el siglo XVI el místico John Dee escribió el Sigillum Aemeth, un libro de salmos que debía ser utilizado para invocar a los ángeles, y sin embargo trajo demonios en su lugar. Asustado por el poder maligno de sus cánticos, Dee intentó destruir el libro, pero fracasó. Hechiceros y nigromantes le siguieron la pista durante siglos, pero el libro permaneció oculto... hasta ahora. - Knights of Badassdom (Joe Lynch, 2013)

Wayfaring Strangers: Darkscorch Canticles (Numero Group, 2014) es un recopilatorio irresistible por varias razones. La primera salta a la vista y tiene que ver con su contenido: dieciseis rarezas inéditas de rock duro de principios de los setenta, inspiradas en el universo de J.R.R. Tolkien y Dungeons & Dragons. "La selección se centra en una época en la que Led Zeppelin y Black Sabbath todavía dominaban el mundo", comenta Rob Sevier, uno de los padres de la criatura. "Nuestros grupos eran capaces de invocar a Satán y Saurón en la letra de una misma canción y su música conserva ese punto anacrónico que los hace tan especiales". Visto así, puede que la temática no resulte novedosa; pero su enfoque abiertamente geek lo distancia de otras antologías publicadas recientemente, como Bonehead Crunchers (Belter/Germany, 2012-2013) o Man Chest Hair (Finder Keepers, 2012). ¿Dónde, si no es aquí, encontrarán bandas con nombres como Stone Axe, Stonehenge o Gorgon Medusa? ¿O canciones tituladas Sorcerer, Wizzard King, King Of The Golden Hall y Song Of Sauron?  

Al tratarse de un sello especializado en reediciones de folk, soul y R&B, indagar sobre los orígenes del heavy metal ha sido lo más parecido a abrir la Caja de Pandora, abarcando una época en la que los astros del hard rock y la psicodelia parecieron alinearse con la fantasía heroica y la ciencia ficción. Michael Moorcock y Phillip K. Dick desbancaron a Huxley y Leary como referentes contraculturales y las historietas de Frank Frazetta, Richard Corben y Moebius copaban las páginas de publicaciones europeas como Métal Hurlant (oportunamente bautizada en EEUU como Heavy Metal). 

El hilo conductor de la antología surgió de un puñado de bocetos rescatados de una libreta de los tiempos del instituto: hechiceros motorizados, fortalezas inexpugnables y guerreros que decapitan dragones armados con una Stratocaster. "Nos preguntamos para qué clase de álbum servirían de portada. Nos pusimos manos a la obra y descubrimos un montón de material que ni siquiera hubiésemos podido imaginar que existía", reconoce Sevier. Tardaron cuatro años en documentar el árbol genealógico a cuya sombra se desarrollaría el power metal de Manowar, Helloween, Rainbow o Blind Guardian.

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Por si el doble elepé no fuera reclamo suficiente para el aficionado, la edición especial de coleccionista cuenta con su propio juego de tablero, cuyo objetivo se aproxima más a Metalocalipsis que El señor de los anillos, y donde los jugadores deben elegir entre las diferentes bandas que forman parte del recopilatorio y enfrentarse entre sí para cumplir los designios de los Dioses del Rock. Las recompensas incluyen un contrato discográfico tallado en piedra, pociones contra enfermedades venéreas, pipas mágicas de marihuana y la corona del Reino de Numeror. 

Cities of Darkscorch vincula la popularidad del género con la repercusión obtenida por el primer juego de rol de la historia. Sin ir más lejos, al principio de E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) asistimos a una conversación aparentemente banal en el contexto de una partida de Dungeons & Dragons. «Tienes una flecha clavada en el pecho. Diez turnos sin jugar». El dado de veinte caras vuelve a rodar sobre la mesa de la cocina y uno de los chavales asiente con gravedad: «Tranquilo, Mike, puedo resucitarte con un conjuro». Es entonces cuando la madre de uno de ellos se acerca a curiosear y, sin pretenderlo, mete el dedo en la llaga. «¿Y cómo se gana a este juego?». La respuesta merecería estamparse en una camiseta. «En este juego no se gana. Es como en la vida». 

 

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El pop que viene después de The Weeknd

Por: | 13 de mayo de 2014

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No resulta descabellado afirmar que The Weeknd, el proyecto del cantante canadiense Abel Tesfaye, se ha convertido en los últimos tres años en una de las influencias más determinantes del panorama musical independiente. Su lenguaje sonoro, que ha servido para darle nuevos aires al R&B y, de paso, alterar la ortodoxia del pop indie, ha tenido incidencia directa y explícita en toda una nueva generación de productores, cantantes y compositores que han descubierto las posibilidades de plantear discursos al margen de los convencionalismos mainstream sin necesidad de renunciar a su gusto por estilos populares como el pop o el R&B. Y en los últimos meses, ya pasados los dos años de rigor para recoger los frutos de la siembra, se está comprobando con claridad el peso específico de la obra del canadiense en el pop que viene, unas veces más apegado al R&B, otras más interesado en el soul. No es solo culpa de The Weeknd, ahí esta también la fuerte deuda con James Blake, Burial y el sonido del sello británico Tri Angle, entre otros, pero la sombra del canadiense es la que más se alarga a la hora de encuadrar esta nueva ola de grupos inclasificables –¿soul-pop?¿R&B alternativo?¿synth-R&B?– que presentamos a continuación. Aquí va una selección de ocho propuestas encargadas de mantener y expandir la llama del joven legado de The Weeknd.

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IAM, los faraones del hip hop francés

Por: | 08 de mayo de 2014

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La primera vez que oí hablar de Marsella de una forma que me despertara interés y curiosidad fue gracias a su principal equipo de fútbol. En pocos años pasó de estar en Segunda División a gobernar tiránicamente en la liga francesa, con la puntilla de aquella primera final de la Copa de Europa que perdieron ante el Estrella Roja de Belgrado y que dos años después conquistarían ante el Milan. No solo despertaba fascinación su ascensión meteórica en el marco del futbol internacional –seguida, años después, de escándalos de corrupción– sino también la idea de que París no tuviera un club capaz de competir en condiciones contra una ciudad de la que apenas sabía nada a temprana edad. Poco después me reencontraría con Marsella en el primer visionado de “French Connection” y las piezas del puzzle acabarían encajando del todo con el descubrimiento de IAM, la banda más importante de la ya rica y longeva historia del hip hop francés. Seguramente Marsella puede presumir de atributos más relevantes e importantes que su escena musical y su grupo de cabecera, pero se hace difícil pensar en algo o alguien que haya proyectado más y mejor la imagen y esencia de la ciudad portuaria que IAM y su apabullante discografía. Mañana, sábado 10 de mayo, actúan en la sala BARTS de Barcelona.

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Coachella: La Paris Hilton de los festivales

Por: | 22 de abril de 2014

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Cuando, en 2012, un holograma del finado rapero Tupac Shakur se convirtió en la principal atracción del Festival Coachella, el evento que se celebra desde los 90 en el desierto californiano, un pensamiento aterrador recorrió la mente de muchos: ahora todos los festivales van a querer su holograma, preparémonos para ver a Nino Bravo actuar junto a Love of Lesbian. La idea de que el evento californiano era el que marcaba las tendencias en el devenir de los demás festivales masivos se restringía para muchos a la confección de su cartel, a ciertos detalles en la disposición de escenarios. O a lo que sea en que se fija un organizador de este tipo de montajes cuando visita los de la competencia. Tras desvelarse el cartel de Coachella se podía tener una idea de lo que se vería en Europa meses más tarde. Pero hoy, el festival californiano, como todo festival que se precie, vende más entradas antes de confirmar quién actuará. Muchos opinan que esto sucede porque el público tiene una fe ciega en la marca; otros, porque al público le importa ya un pimiento quien vaya a actuar, ellos van a ir igualmente. Vivimos ya en un mundo en el que existe tanta gente fan de las marcas como gente fan de las demás cosas de las que uno era tradicionalmente fan. A saber, grupos de música, dj’s, escritores, directores de cine, la pareja o los croissants rellenos de sobrasada. Y tiene sentido, pues en aras de la normalización post consumista, cualquiera que ose alzar la voz ante la insoportable presencia de logos de firmas comerciales en los grandes eventos es tratado como un resentido o un anticuado. Esta es la lógica de las cosas: debes saber admirar lo que no te puedes permitir y debes aprender a comprar lo que te quieren vender. Dinamiza la economía con tus números rojos. La entrada para Coachella cuesta 375 dólares (unos 100 más de media que eventos similares que suceden en EE UU). Un pase VIP sale por 799 dólares. Se puede dormir en una tienda de campaña con aire acondicionado, dos camas, conserje y carrito de golf que te lleva y trae del evento por 6500 dólares. Se ofrecen cenas cortesía de célebres chefs locales a 225 el plato, pero si te quedas con hambre puedes contratar el pack gourmet para todo el fin de semana, que cuesta el módico precio de 1024 pavos. Por 1500 puedes ir y volver de Los Ángeles en jet privado. En esto, Coachella es ciertamente admirable.

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La crisis que acabó con la fiebre del oro

Por: | 08 de abril de 2014

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En 1999 el rapero de Nueva Orleans B.G., también miembro de Hot Boys, convulsionó el mercado con “Bling Bling”, una canción incluida en el álbum “Chopper City In The Ghetto”, en la que, grosso modo, el artista daba alas a un término, bling bling, que en poco tiempo se convirtió casi en una forma de vida para los raperos de la época. Desde el punto de vista más prosaico posible, “Bling bling” hacía referencia a los kilos y quilates de oro que colgaban de sus cuellos y manos; desde la óptica más conceptual, aquello suponía un nuevo y decisivo capítulo en la vorágine de exaltación consumista y exhibicionismo pecuniario del género. El videoclip del single mostraba con orgullo decenas de coches deportivos de alta gama, helicópteros, yates, maletines repletos de billetes grandes y, sí, oro, mucho oro, leit motiv estético de muchos de los raperos que entre finales de los 90 y finales de la década pasada convirtieron cada vídeo, cada aparición pública, cada canción en una oda al derroche, la ostentación y el vacile monetario. Todos querían demostrar que tenían tanto o más que el vecino y que su ascensión al reino del éxito era real y tangible. Empezaba así la llamada ‘bling bling era’, que además de superpoblar el universo hip hop de copas, dentaduras, anillos, cinturones y cualquier otro objeto que se nos ocurra bañado en oro y de convertir muchos discos en auténticos inventarios de joyería, también tuvo una repercusión en el género si cabe más importante: ni más ni menos que la propagación de un nuevo sonido acorde a la temática y la estética del momento que durante unos años cambió por completo la fisonomía del hip hop popular.

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Las mutaciones de Vijay Iyer

Por: | 25 de marzo de 2014

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Pasada la medianoche del 22 de julio de 2010, el pianista Vijay Iyer ofreció un recital en solitario en el íntimo ambiente del subterráneo club del Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián. El evento era el pistoletazo de salida de una nueva apuesta del Jazzaldia donostiarra, siempre en busca de nuevos formatos y enfoques en la programación para dar cabida a músicos y proyectos más minoritarios que los que frecuentan los principales escenarios del festival. Así, el primero de los denominados "Conciertos Secretos", estuvo protagonizado por el que ya era, de facto, uno de los pianistas de moda (si es que eso significa algo). Su reciente disco en trío, "Historicity", le estaba granjeando todo tipo de menciones y atenciones por parte de crítica y público, situándole en el punto de mira de todos los que buscan un "salvador del jazz" de cuando en cuando.

 

En realidad, Iyer asistía al festival como teclista del excepcional Golden Quartet de Wadada Leo Smith, para un celebrado concierto que tendría lugar al día siguiente y que servía, además, para conmemorar el veinte aniversario de la publicación especializada Cuadernos de Jazz. Aunque el concierto en solitario de Iyer parecía tener algo de decisión de última hora, el autónomo y esencial formato unipersonal no le era ajeno. Aún no estaba editado, pero dos meses antes el pianista había grabado su primer disco a piano solo –publicado con el ajustado título "Solo"–, un registro que levantó excitación e indiferencia a partes iguales entre los aficionados, algo que ha venido ocurriendo a Iyer desde el principio de su carrera. Pocos se atreven a cuestionar sus aptitudes, pero a menudo se le asocia con adjetivos como frío, cerebral, matemático, mecánico, y unos cuantos más, siempre a partir de la supuesta falta de emoción o sustancia en su música.

 

Curiosamente, esos mismos reproches se hicieron con frecuencia a varias de las influencias directas del pianista, como Andrew Hill, Anthony Braxton, o mentores como George Lewis y Steve Coleman. Sin embargo, cuando este último le dio a conocer dentro de una de las múltiples versiones de sus Five Elements, muchos vieron en Iyer un músico de gran potencial, un auténtico diamante en bruto. Esa percepción se fue confirmando a medida que su carrera discográfica se expandía en múltiple proyectos, como su fascinante cuarteto junto a Rudresh Mahanthappa, el trío colectivo Fieldwork o su fructífera colaboración con el rapero, productor y poeta Mike Ladd.

El universo de Iyer desarrollaba múltiples ramificaciones a medida que crecía como músico, siempre con sus referentes pianísticos presentes (Hill, Thelonious Monk, Randy Weston, Herbie Nichols...) y con una endiablada aproximación a patrones polirrítmicos, en ocasiones de gran complejidad, evolucionados a partir de los planteamientos originales del M-Base de Steve Coleman.

 

Para cuando atrajo la atención de un público más amplio en 2010, la carrera de Iyer ya contaba con una decena de álbumes imponentes que mostraban abiertamente la concienzuda línea de trabajo en la que se había mantenido en los últimos años. Su ya mencionado álbum en solitario fue el último remache en una etapa de madurez que servía para, desde el riesgo de enfrentarse completamente solo al instrumento, demostrar que Iyer no era un técnico ni un esteta, sino un músico poliédrico en constante evolución. Escucharle en directo en las mismas circunstancias, con todo el esplendor de la desnudez del piano, fue una experiencia musical de primer orden que confirmó a la alza todas esas apreciaciones.

Desde entonces, Iyer ha seguido creciendo. Tal vez no de manera drástica en el aspecto musical, pero sí ganando envergadura como artista a fuerza de girar con su trío de forma constante y de convertirse, por derecho propio, en un nombre recurrente en la actualidad jazzística. Ahora, en un nuevo giro a su carrera, el norteamericano ha pasado a formar parte de la flamante escudería del sello ECM; una casa que, si bien ha tardado en llegar, le viene como anillo al dedo. La excitante mezcla de erudición, creatividad y riesgo del pianista es un auténtico caramelo para los anhelos estéticos y artísticos del patrón del sello, el ínclito Manfred Eicher.

Iyer Eicher

Para la ocasión, Iyer ha grabado una fascinante obra llamada “Mutations” (ECM/distrijazz), una suite en diez movimientos compuesta y estrenada en 2005 que se aleja de las líneas de trabajo que el pianista ha cultivado en su discografía hasta el momento. Interpretado por piano, electrónica y cuarteto de cuerdas, “Mutations” es, ante todo, un tour-de-force compositivo en el que se mezcla la música contemporánea, la improvisación, el minimalismo y otras doctrinas. Tan irregular como apasionante, la obra presenta pasajes, texturas y sonidos que rechazan ser definidos, si no es a través de la personalidad del propia Iyer.

Como era de esperar, el disco se ha editado envuelto en cierta polémica a raíz de lo imposible de adscribirlo a un género concreto. Siendo Iyer, en teoría, un músico de jazz, gran parte del mundillo ha puesto el grito en el cielo porque “Mutations” no es un disco de jazz. Ni falta que le hace.

 

Tampoco es una escucha fácil de buenas a primeras, y exige cierta implicación por parte del oyente. Sin ser una obra particularmente árida, no resulta sencillo entrar en “Mutations” de buenas a primeras. Sin embargo, crece en cada escucha y se muestra más rica y fascinante a medida que germina en el oído.

El disco contiene más música que la suite que le da título, con tres selecciones que podrían ser un pequeño guiño del pianista a su pasado y su futuro. Dos de ellas son muy recientes, compuestas en 2013 para piano y electrónica, y dan voz a nuevos territorios sobre los que Iyer está trabajando. La otra, que es precisamente la que abre el disco, es una reinterpretación en piano solo de “Spellbound and Sacrosanct, Cowrie Shells and the Shimmering Sea”, una composición que el pianista ya grabó en trío hace casi 20 años en “Memorophilia”, su primer disco como líder.

Esa sensación circular, de nuevo comienzo, de obra inclasificable e incomprendida, que transmite “Mutations”, le da también carácter de piedra angular en la discografía de Iyer. No hay duda de que el pianista seguirá transitando sonidos más ortodoxos con su trío o formaciones más deliberadamente jazzísticas, pero es evidente que, en el futuro, podemos esperar música muy osada por su parte.

 

Aquella madrugada de julio en el que un puñado de personas disfrutamos de su concierto en solitario en el Jazzaldia, pudimos experimentar aquel talento desbocado a solo unos centímetros de nosotros. Recuerdo perfectamente que a mi izquierda estaba sentado mi amigo y compañero Raúl Mao, y a mi derecha, el genial trompetista y compositor Wadada Leo Smith. A mitad de concierto, Wadada se volvió hacia mí y dijo “es asombroso ¿verdad?”. Y, la verdad, lo era.

SXSW 2014 – Día 6 – Concurso de Baile y despedida

Por: | 17 de marzo de 2014

El domingo es el día preferido de muchos veteranos del SXSW. Las hordas de spring breakers han abandonado la ciudad o están durmiendo la mona, e incluso muchísimos profesionales acreditados han iniciado ya el camino de retorno a sus casas. Las calles del centro de la ciudad recuperan el tráfico rodado y aparentan estar desiertas, después del bullicio de las semanas anteriores. Pero la acción no ha terminado, ni mucho menos. De hecho, el domingo es cuando se hacen algunos de los tratos más jugosos, cuando mucha gente aprovecha para tener por fin esos encuentros que se han ido posponiendo día a día, ya sin la locura organizativa del festival a pleno rendimiento.

Además hay aún bastantes fiestas, la mayoría –si no todas- gratuitas, y se puede aprovechar para ver a alguno de los grupos de los que te han hablado tus colegas en los días anteriores. En varios garitos de Red River y la Séptima me he encontrado con agentes, managers y grupos que tenía aún pendientes, y en varios casos hemos cerrado un par de conciertos para este verano y un par de giras para el otoño.

Para despedir el festival por todo lo alto, por la noche hemos ido al Palm Door, a la fiesta oficial del clausura del SXSW 2014. Después del concierto de Kid Congo Powers ha subido al escenario el DJ neoyorquino Jonathan Toubin, un entertainer nato que no solo ha puesto a todo el mundo a bailar con sus singles de soul y funk, sino que ha organizado un concurso de baile a lo Soul Train, con los bailarines numerados con dorsales y un jurado formado por AJ Davila, Habibi y Kid Congo, entre otros.

El concurso se desarrolla en grupos de diez bailarines, de los que se escogen dos, y finalmente solo uno. Hay cuatro grupos de los que saldrán los cuatro finalistas. Esther, cantante de Me and the Bees, sale a bailar en el primer grupo y lo hace estupendamente, pero no resulta elegida como finalista. En el tercer grupo sale Dani, el batería de The Parrots. Gracias a algunos movimientos muy locos, un amago de twerking y una imagen reluciente con camisa blanca, corbata negra y gafas oscuras, Dani sale elegido finalista de su grupo. Las risas y la alegría de la comitiva española son inenarrables. En la final le toca enfrentarse a dos bailarines profesionales, y se le nota ya tocado físicamente después de darlo todo en las dos selecciones anteriores, pero aunque al final queda el cuarto, para nosotros es el ganador indiscutible. En el momento de escribir esto aún sigue tosiendo por el esfuerzo.

Said nos recoge a la hora acordada y nos lleva a casa por última vez. Nos despedimos de él como si de un viejo amigo se tratase, aunque le hayamos conocido hace exactamente dos días. Mañana por la mañana no nos llevará él al aeropuerto. Lo hará otro taxista que responde al muy sonoro nombre de Cowboy Joe, un contacto que nos ha facilitado María de Pregaming Radio, con quien vamos a compartir el trayecto. Por el camino vamos a recoger también a Luci, de Las Jennys, que junto a Manoli de Terrier se ha convertido en una de las reinas de esta edición dominada por el destacamento hispano.

Nos vamos agotados, después de haber visto decenas de conciertos, conocido a un montón de gente y pasado muchísimos grandes momentos que no vamos a olvidar. Con todo lo criticable que tiene, el SXSW sigue siendo una cita inigualable y una garantía absoluta de diversión. Igual hasta volvemos el año que viene, ¡quién sabe!

SXSW día 5. Cómo despeinar al personal y los caminos del punk-rock

Por: | 16 de marzo de 2014

El concierto de hoy de The Parrots es en el Casino Southside, un garito de rock’n’roll situado en una zona industrial y aparentemente inhóspita, refugio de moteros y punk-rockers de edad avanzada, muy lejos del centro y al lado de una autopista.

Llegamos allí con un par de horas de antelación, y nuestro miedo de no saber qué hacer en esa zona durante tanto tiempo se desvanece en cuanto vemos una tienda de ropa de segunda mano a pocos metros de la puerta del Casino. Mientras estamos echando un vistazo a la ropa, vemos al fondo de la tienda una puerta abierta que da a lo que parece la sala de controles de un estudio de grabación. Preguntamos al dueño y, efectivamente, compagina los dos negocios y tiene un estudio de grabación en la trastienda, en el que ha grabado recientemente a gente como Joe King Carrasco con los Texas Tornados.

De allí nos vamos a la sala y nos cuentan que el cantante de The Cynics, con quienes comparten cartel, no ha llegado aún; sigue desaparecido desde la fiesta de anoche. Su concierto se acaba cancelando por incomparecencia y da paso al de BP Fallon, otra leyenda viva del rock que hace años que vive en Austin: BP fue el periodista que entrevistó a John Lennon en el bed-in de Amsterdam, y fue también el publicista de T. Rex y Led Zeppelin, entre muchas otras cosas. Para entretener la espera hasta la hora del concierto de The Parrots, se nos ocurre una idea: volvemos a la tienda de ropa y proponemos al dueño grabar una canción en directo en el estudio. El trato se cierra en un momento, y al cabo de 45 minutos salimos de allí con un pendrive y un cedé conteniendo la grabación.

El concierto posterior es uno de los mejores que ha dado el grupo en mucho tiempo, y el público del Casino Southside, más acostumbrado a las viejas glorias del punk-rock que a los nuevos aires juveniles, reacciona de manera sorprendentemente entusiasta. A continuación, los cabezas de cartel dejan a todo el mundo despeinado con su volumen brutal y su perfecto dominio del escenario. El cantante de Sons of Hercules es una mezcla de Iggy Pop, Joey Ramone y Mick Jagger. Fue, con su grupo de entonces, telonero de los Sex Pistols en su concierto en San Antonio. Y en directo mantiene la misma ferocidad que debía de tener entonces, además de un pelazo envidiable.

Said viene a buscarnos, puntualísimo, y tras un trayecto en el que escuchamos un puñado de veces la canción que ha grabado el grupo esa misma tarde, nos deja en el centro para ir a ver a The Pizza Underground, el grupo de Macaulay Culkin haciendo versiones de The Velvet Underground con temática pizzera. La idea de los miembros de The Parrots era abordarle para hacerle una propuesta de colaboración, pero su entorno sobreprotector lo hace imposible, sigue manteniendo su estatus de estrella a pesar de los excesos. Resignados, volvemos un día más al infalible Hotel Vegas, donde –esta vez sí- entramos en una nueva fiesta de Burger Records. El momento álgido de los conciertos lo vivimos cuando el cantante de The Orwells escala la columna de la endeble estructura que cubre el escenario, que empieza a vibrar salvajemente y amenaza con romperse y hacer lo propio con la crisma del muchacho. Cuando se baja, y tras la invasión del escenario por parte del público, empieza a ensañarse con las luces del lateral, golpeándolas con el micro hasta que acaba rompiendo unas cuantas (y el micro acaba desfigurado, por supuesto). La cosa empezó con punk-rock y tenía que seguir por ese camino.

SXSW, día 4: Fiestas olvidadas, conciertos inolvidables

Por: | 15 de marzo de 2014

Sxsw
Habíamos quedado a las 11 con Bill McCullough, un fotógrafo de Austin que colabora en The New York Times. Pero, cuando ha llegado a la casa donde nos hospedamos en el oeste de la ciudad, estábamos aún todos durmiendo. Fue una noche larga y divertida, a lo que tuvimos que añadir una larga caminata por la imposibilidad de encontrar un taxi a esas horas. Aunque ese problema lo acabamos de solucionar hoy desde que hemos conocido a Said, un taxista marroquí que lleva quince años trabajando en la ciudad y que se ha convertido en nuestro chófer de confianza.

El caso es que ayer aún no conocíamos a Said, y cuando Bill ha llegado para hacer su reportaje se ha encontrado con una bofetada de realidad de grupo de gira: ropas desperdigadas por toda la casa, restos de desayunos, legañas, ojos hinchados, zombies despeinados chequeando el correo en el móvil sin salir de la cama. A saber cómo quedará su reportaje, si es que se lo publican.

El primer paso de hoy era asistir a la Pool Party de Burger Records, en una zona pudiente de la ciudad, alejada del centro. Pero los planes en el SXSW se hacen para cambiarlos sobre la marcha. A las zonas pudientes americanas no llegan los autobuses -¿para qué?, pensarán ellos- y aún no conocíamos a Said: hemos encargado un taxi para que nos recogiera en casa y nos llevase a la fiesta, pero después de una hora y media de espera infructuosa hemos decidido cambiar de planes e ir a comer a Magnolia’s, un diner de carretera en el que nos han tratado de lujo.

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SXSW, día 3. Los conciertos

Por: | 14 de marzo de 2014

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Cuando nos despertamos por la mañana, nos esperan montones de mensajes de amigos y familiares: de madrugada, un borracho que conducía huyendo de la policía ha entrado a toda velocidad en la calle Red River y ha arrollado a la gente que hacía cola enfrente del club Mohawk para ver a Tyler the Creator. Hay al menos dos muertos y decenas de heridos.

Nosotros estábamos ya en casa y no nos enteramos de nada, pero la sensación de zozobra es común a todos los que nos encontramos aquí. Cualquiera que haya estado en Austin conoce el Mohawk, y todos hemos esperado en colas en mitad de la calle para entrar a algún concierto. Mi amiga Lara (ex Undershakers, ahora en Petit Pop) estaba en esa fila esperando para entrar al Mohawk, pero cansada de esperar se marchó a ver a Lisa Marie Presley. Salvada por la hija del Rey.

Las primeras horas son un poco inciertas. No se sabe muy bien si es lo apropiado seguir adelante con las fiestas y las celebraciones después de lo que ha pasado, pero por otra parte la música es el motivo por el que decenas de miles de personas se han desplazado hasta aquí. Avanzada la mañana, la organización envía un comunicado para anunciar que la programación sigue adelante y nos disponemos a salir hacia el primer concierto de The Parrots en el SXSW.

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