Muro de sonido

Sobre el blog

Conciertos, festivales y discos. Auges y caídas. Y, con suerte, sexo, drogas y alguna televisión a través de la ventana de un hotel. Casi todo sobre el pop, el rock y sus aledaños, diseccionado por los especialistas de música de EL PAÍS.

Eskup

SXSW, día 2. El aterrizaje

Por: | 13 de marzo de 2014

 

Black lips

Queríamos levantarnos a las 8:30 de la mañana, pero el jet lag ha hecho el trabajo por nosotros. A las 10 ya estábamos en el Convention Center, el centro neurálgico del festival, para recoger nuestras acreditaciones y pulseras.

A partir de aquí empieza de verdad el festival, y se hace necesaria una nueva explicación. Con más de cuatro mil artistas, la mayoría ofreciendo más de dos conciertos durante estos días en un centenar largo de salas oficiales y no oficiales, es obvio que cada persona vive un festival absolutamente diferente, como en un libro de Elige tu propia aventura. Hay tantas opciones disponibles que cada decisión que tomes de ir a ver algo implica que te vas a perder un número muy superior de conciertos tan o más interesantes que el que has escogido. Como decía ayer un tuit de la web Drowned In Sound, se puede evitar tener celos del SXSW si piensas que incluso los que estamos aquí vamos a acabar viendo menos de un 1% de la acción. Esto es completamente inabarcable.

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SXSW 2014 – Día 1

Por: | 12 de marzo de 2014

Este año viajo a Austin acompañando a The Parrots, un joven trío de garage-surf de Madrid que está presentando su single de debut. Van a ser sus primeros conciertos fuera de España (aparte de una breve actuación en una cabina del barrio rojo de Amsterdam, el verano pasado) y la ilusión y la excitación están en sus cotas más altas.

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La noche anterior a nuestra salida recibimos un correo de la organización del SXSW con el asunto: URGENT, en mayúsculas. A priori, no es más que un nuevo recordatorio del protocolo a seguir en el control de inmigración cuando entremos en los Estados Unidos (tenemos dos cartas oficiales de invitación) y el enésimo aviso por parte de la organización de que está terminantemente prohibido tocar en conciertos que no formen parte de la programación oficial del festival.

Por supuesto, The Parrots tienen tres conciertos no oficiales programados aparte del showcase oficial, como hacen todos los grupos que se precien para sacar el máximo partido a los carísimos costes de desplazamiento, alojamiento y dietas que supone participar en el festival. Algunos grupos tienen hasta tres y cuatro conciertos en el mismo día; puedes verlos llegar corriendo a la sala, justo a tiempo para hacer una rápida prueba de líneas antes de su concierto, darlo todo en media hora y desmontar a la carrera para salir hacia el próximo recinto. Estresante, quizás, pero muy efectivo si lo que quieres es que te vea el mayor número posible de gente, que al fin y al cabo es a lo que va la gente al SXSW.

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Pero, esta vez, el correo de la organización consigue su efecto atemorizador. Para empezar, por la frase que lo abre: “En los últimos días, hemos notado un alto porcentaje de artistas internacionales que han sido rechazados en la frontera...”. Tenemos muy presente el caso de Mujeres, que tenían una gira programada por los Estados Unidos y han visto denegado hace pocos días el permiso de entrada tras salir a Canadá para actuar en Vancouver. Meses de preparación tirados por la borda. Me vienen a la mente también dos deportaciones injustas de músicos que venían de gira a España y fueron rechazados en Barajas de forma totalmente aleatoria: me pasó con los brasileños São Paulo Underground y, un par de años después, con las argentinas Las Kellies. Recuerdo la rabia, la frustración y la impotencia, la altanería de los funcionarios de policía y la imposibilidad de establecer un diálogo con ellos, la profunda tristeza de hablar con los músicos encerrados en la sala donde esperan hacinados a ser deportados, y siento escalofríos y vergüenza de mi país. Pero, claro, lo que más siento ahora es un miedo repentino a que nos pueda pasar eso a nosotros cuando pisemos suelo americano. ¿Y si es cierto lo que dice la organización, que si participamos en conciertos no oficiales podemos tener problemas para entrar en el país? ¿Hasta dónde llegan los tentáculos de la NSA?

Afortunadamente, todo quedó en el susto. Hemos repasado varias veces las respuestas al posible interrogatorio de inmigración, para evitar problemas, pero hemos pasado los controles de manera fluida y sin problemas. En el avión hemos coincidido con Jorge Explosión, que va a Austin para tocar con su grupo paralelo The Ripe y también para montar un estudio de grabación allí (que piensa combinar con su ya consolidado estudio Circo Perrotti de Gijón), y hace un rato hemos llegado a la casa de Mitch y Jessica, los mejores anfitriones de la ciudad. Después de veinte horas de viaje, una nevera llena de cervezas y comida y una buena conexión a internet nos han hecho sentir como en casa. Mañana toca levantarse pronto para recoger las acreditaciones y empezar a vivir la experiencia del festival.

SXSW 2014 – Día 0

Por: | 11 de marzo de 2014

Sxsw
Bethany Cosentino, de Best Coast, actuando el sábado en el SXSW de Austin.

Cada vez que digo a alguien de mi entorno que me voy al SXSW, la respuesta es invariable. “¡Qué envidia!”, me dicen. Y, como en un reflejo de falsa modestia o de cinismo mal disimulado, normalmente respondo que bueeeeno, que tampoco es para taaaaanto; que no es oro todo lo que reluce, que hay mucho mito alrededor del festival, que no vale la pena el gasto para lo que luego puedes hacer allí realmente. Pero el caso es que me gusta mucho volver, aunque sea para quejarme. Como me pasa desde hace veinte años con el festival de Benicàssim, cada año que voy me digo a mí mismo que éste es el último. Y sin embargo aquí estoy, preparando la maleta para volar a Austin una vez más, estresado e ilusionado a partes iguales.

El South By Southwest (conocido internacionalmente por las siglas SXSW; Southby para los nativos) es un monstruoso encuentro de la industria musical internacional, con ramificaciones cada vez más exitosas hacia las industrias del cine y de la tecnología digital. Dicen que el SXSW Film le está comiendo el terreno a Sundance como escaparate de las últimas tendencias en el cine independiente norteamericano, pero de eso les podré contar pocos detalles. Ahora, de la feria musical más comentada de los últimos años –la que ha inspirado iniciativas más cercanas geográficamente, como el Monkey Week en El Puerto de Santa María- sí que les puedo hablar un rato, y así lo haré durante la próxima semana desde esta tribuna.

Lo de que es un encuentro monstruoso no es una exageración, para nada. El SXSW es como la casa de Gran Hermano: todo se magnifica. Se calcula que unos 4.000 grupos y solistas se desplazan hasta Austin estos días, la mitad de ellos formando parte de la programación oficial. Si dejamos a un lado los talleres y conferencias y la feria de stands, dicha programación oficial consiste básicamente en los llamados showcases: conciertos breves y desprovistos de artificios, dirigidos a los más de 20.000 delegados internacionales que, en su mayoría, han pagado más de 600$ por una acreditación que les da derecho a entrar en el centenar de salas oficiales a descubrir nuevos talentos antes de que exploten, siempre que el aforo lo permita. Esto último es importante, así que lo voy a repetir en mayúsculas: SIEMPRE QUE EL AFORO LO PERMITA.

La gran mayoría de salas y escenarios oficiales en los que actúan los grupos programados en el SXSW rondan las 200-300 personas de capacidad. Hay algunas que pueden acoger a un par de miles, y unos cuantos escenarios al aire libre. La primera vez que asistí al festival, en 2007, aún era posible ir saltando de una sala a otra, aunque fuera a la carrera, y ver prácticamente todo lo que te interesaba, incluso los hypes más comentados de la temporada. Sin ir más lejos, aquel año pude ver a Amy Winehouse desde tercera o cuarta fila, en una day party (comentaremos lo que son las day parties más en detalle en próximas entregas de esta misma serie), rodeado de poco más de un centenar de personas. Un poco a la izquierda de quien grabase este vídeo, para ser exactos:

Desde hace tres o cuatro años, el pelotazo de popularidad del festival ha convertido eso en una utopía. Es imposible sacar partido a tu acreditación y ver un número elevado de conciertos interesantes, a no ser que planees bien tus elecciones y cojas sitio con astucia y anticipación. Unas 70.000 personas viajan a Austin para el SXSW, de las cuales menos de un tercio son ya profesionales interesados en ver, mostrar o contratar a los nuevos artistas de los que hablaremos en el futuro. El resto es público atraído por la aplastante popularidad del festival, con mayoría de spring breakers, universitarios de vacaciones con las hormonas a flor de piel que convierten aquello en una verbena maravillosamente alocada pero, siendo franco, cada vez menos aprovechable si lo que buscas es sacar un rendimiento profesional que justifique el viaje transoceánico.

Los temidos solapamientos de los festivales se convierten en naderías cuando piensas que aquí puede llegar a haber hasta 90 actuaciones simultáneas. Aunque, dado el desequilibrio entre el aforo de las salas y el número de asistentes, lo habitual es que haya una cola kilométrica en la puerta de cualquier garito en el que actúe un artista con menciones favorables en más de tres blogs de referencia. Por eso todo el mundo acaba tocando varias veces al día, en la miríada de conciertos y fiestas no oficiales que son a la larga lo más aprovechable de la semana. Por supuesto, olvídate de ver a Prince o a Bruce Springsteen –rutilantes estrellas de las últimas ediciones, que actuaron para unas 3.000 personas- si no has hecho horas de cola con anterioridad. Lo mismo imagino que pasará este año con las actuaciones de Coldplay y Pitbull, que actúan como parte del iTunes festival, o con el concierto de Lady Gaga en el muy comentado escenario Doritos (que tiene la forma de una gigantesca máquina expendedora: me ahorraré la metáfora fácil para no extenderme mucho más en esta primera entrega).

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Sin embargo, y a pesar de estos y otros contratiempos, el SXSW sigue manteniendo su magnetismo y su poder de fascinación. Todas las calles, bares, porches, patios traseros y aparcamientos de Austin son susceptibles de convertirse en escenarios más o menos improvisados, más o menos efímeros. El suelo de 6th Street y las calles aledañas del centro está alfombrado de flyers de todo tipo, y en cada esquina te puedes encontrar con músicos cargando sus instrumentos, dispuestos a ofrecer su enésimo concierto del día. Durante una semana, las calles a ambos lados de la I-35 se alimentan del material del que están hechos los sueños. La música se respira en todos los rincones mientras corren el bourbon, la cerveza Dos Equis y la salsa barbacoa. Es un negocio descomunal, pero también un centro de energía inigualable. Ya habrá tiempo para las decepciones y la frustración: lo que impera en Austin esta semana es la euforia y la ilusión.

Sin esa pequeña ayuda de tus amigos

Por: | 08 de marzo de 2014

AC3

“Hemos vendido a Elvis, pero hemos comprado a los Beatles”. Esto dijo, ufano, un dirigente del Tottenham Hotspur, el equipo de la Premier Legue en el que militaba Gareth Bale, cuando a finales del año pasado se concretó el fichaje del galés por el Real Madrid. La cifra del traspaso nos pareció única y desmesurada, al menos, hasta que empezamos a hacernos una idea de lo que realmente le había costado Neymar al Barça. Nos parecía única e insultante. Ahora solo nos parece lo segundo. El equipo judío del norte de Londres había invertido el dinero del club español en media docena de jugadores de perfil medio alto, en lo que a ojos de aquel perspicaz directivo parecía una jugada maestra. Meses después, el Tottenham despedía a su entrenador, el portugués Villas-Boas, sumido en una crisis provocada por la entrada en contacto con su propia mortalidad: los Beatles no parecía que fueran a llevarles a puestos de Champions. Por aquellas mismas semanas, se anunciaba la lista de candidatos de Sound of 2014 de la BBC, el premio que el ente británico concede cada año al nuevo artista que creen será uno de los que definan el curso siguiente. Entre los 15 nominados, doce solistas y tres dúos. Muchos Elvis. Ningunos Beatles.

 

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True Detective: una psicogeografía norteamericana

Por: | 18 de febrero de 2014

True detective

Detective Rust Cohle (Matthew McConaughey): Este lugar es como el recuerdo del pueblo de alguien, y el recuerdo está desvaneciéndose. 

Detective Martin Hart (Woody Harrelson): Solo quiero que dejes de decir mierdas raras, como que hueles la psicoesfera o que estás en el recuerdo desvanecido de un pueblo de alguien.

En 1955 el situacionista francés Guy Debord acuñó el término psicogeografía en su ensayo Introducción a la crítica de la geografía urbana, definiéndolo como “el estudio de los efectos del medio geográfico sobre el comportamiento y las emociones de los individuos” y cuyos efectos podemos trasladar sin demasiado esfuerzo a la música country; un género que siempre se ha caracterizado por su apego al terruño, tal y como se desprende de su adscripción etimológica a la denominada “música de raíces”.

Cuando Alan Lomax emprendió junto a su padre la cartografía folclórica de los EEUU a principios de la década de los treinta del siglo pasado, documentó tan estrecho vínculo en sus grabaciones destinadas al archivo de la Biblioteca del Congreso. Su compromiso ético por preservar los orígenes de la tradición musical y reivindicar su papel como vehículo esencial de la historia oral norteamericana, cristalizó en el descubrimiento de artistas como Leadbelly, Muddy Waters, Woody Guthrie o Jelly Roll Morton. Pero como el propio Lomax haría constar por escrito décadas más tarde en Folk Songs of North America (1960), ese "mapa que canta" corría el peligro de desvancerse en el ámbito de su propia estandarización: “mostrarnos lo que queremos ver, en lugar de lo que verdaderamente es”.

Necesitamos echar un buen vistazo a quienes somos ahora. Yo vivo en Los Angeles, pero hace poco recorrí en coche el centro del país y me sorprendió lo que vi. Lugares que una vez tuvieron un propósito y en los que lo único que queda en pie es una casa de empeños junto a una tienda de armas, al lado de un motel, pegado a una gasolinera; con un Walmart a las afueras de la ciudad. Hay gente que consume metanfetaminas para mantener tres trabajos y así poder sobrevivir. Es como una enfermedad congénita que se abre paso hacia el exterior. - T Bone Burnett

 

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Roy Campbell: una guía alternativa en seis discos

Por: | 11 de febrero de 2014

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El mes pasado falleció Roy Campbell Jr., un soberbio trompetista que siempre se mantuvo en un inexplicable segundo plano. Tal vez por eso el eco de su muerte no se ha dejado sentir como debiera, dado su enorme talento y personalidad musical. Su hoja de servicios es larga y selecta, pero nunca llegó a estar bajo los focos, lo que no evitó que gran parte de la escena le tuviese en muy alta estima. Músico de músicos, lo llaman; o de conoisseurs, o de aficionados al jazz con el olfato bien entrenado.

Campbell, alumno de luminarias como Lee Morgan, Kenny Dorham, Yusef Lateef, Joe Newman o Howard McGhee, tuvo la capacidad de desenvolverse en numerosos vocabularios, partiendo de Booker Little y llegando hasta las fronteras del free jazz, siempre con una identidad propia e inventiva extraordinarias. Su discografía como líder es corta e impecable; como sideman la lista se alarga, pero mantiene el nivel de excelencia. Así, resulta tan difícil hacer una selección de sus álbumes más importantes como afinado decir que todos ellos lo son. Y no sólo los firmados por él, tambiém los de sus numerosos proyectos colectivos, como la Nu Band, Other Dimensions in Music y muchos otros. Con eso en mente, este texto se fija como objetivo señalar algunas de las grabaciones menos evidentes del trompetista, construyendo un retrato del mismo a partir de discos que, de otro modo, podrían ser obviados con facilidad.

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"Madrid Zona Bruta", veinte años después

Por: | 31 de enero de 2014

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El mayor temor que provoca el reencuentro de viejos alumnos de un colegio o instituto no es únicamente el hecho de comprobar en primera persona cómo el paso del tiempo ha hecho mella en nosotros sino también cuán equivocados pudimos estar en su momento. La peor sensación que te puede quedar después de una cena de este tipo no es la idea de que aquella chica o aquel chico que te gustaba veinte años después haya perdido todo el magnetismo de entonces, sino darte cuenta de que muchas de las virtudes o factores que despertaban tu interés en ese momento se han volatilizado por completo en dos décadas. El drama no es que ahora vista mal, haya ganado o perdido unos kilos o se comporte como un auténtico o una auténtica gilipollas, sino comprobar cómo se ha convertido en una persona completamente distinta a aquella y cómo el recuerdo de entonces choca con el triste presente. Es algo que sucede con personas, pero también con películas, libros o discos. Con los discos sucede mucho, más que con cualquier otra cosa.

Hace unos días, mientras buscaba un CD entre pilas de referencias desordenadas, apareció “Madrid Zona Bruta”, el debut de CPV, de cuando se llamaban El Club De Los Poetas Violentos, y reparé en el hecho de que en 2014 se van a cumplir veinte años de su publicación. Me pareció buena idea reescucharlo de inicio a fin y plasmar aquí las sensaciones que provocan  sus canciones dos décadas después de su aparición, quizás con la esperanza de encontrarle atractivos distintos que en su época, quizás con la malévola idea de encontrarle fallos que en su momento pasaron por alto o dejamos que pasaran por alto, quizás solo para reafirmar todo lo que pensaba entonces, o quizás simplemente para acogerme a la nostalgia como medida desesperada para combatir la melancolía que me provoca una parte del hip hop español del momento. El experimento tiene más sentido, si es que tiene algún sentido, al tratarse del primer álbum de hip hop español publicado en España, entendido primero no el sentido estricto de orden cronológico sino en el sentido conceptual y poético del término: el primero con cara y ojos, el primero que podemos considerar nuestro, el primero del que nadie se avergonzó. Su carácter pionero y seminal podría llevarnos a pensar que hemos sido benevolentes con él y que, en cierto modo, su aportación a la causa le ha valido una suerte de inmunidad diplomática a prueba de críticos y vieja escuela, proteccionismo del que nada saben ni quieren saber las nuevas generaciones y del que haremos caso omiso aprovechando este vigésimo aniversario.  

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Qué (no) es jazz

Por: | 28 de enero de 2014

The Thing

 

La historia la escriben los vencedores, eso lo sabe todo el mundo. En la música, la historia la escriben quienes tienen el mejor agente. O quienes estaban en el momento adecuado en la revista o emisora adecuada. Ser bueno ayuda, pero no lo es todo. Y, con el paso de los años, tendemos a quedarnos con lo superficial y con los identificadores resonantes o recurrentes, que tampoco está uno para pasarse la mañana investigando si la primera ópera rock fue la de los Pretty Things, la de Nirvana (no "los" Nirvana, claro) o la de los Who. Para bien o para mal, "Tommy" es "Tommy", y punto. El inconsciente colectivo del pop ha hablado; los demás, dejen su currículum y ya les llamaremos.

Con el jazz, un género tan aparentemente bibliotecario y carca para muchos, pasa algo parecido. La perspectiva es muy traicionera y, equis décadas después, resulta fácil creer que en su momento el jazz era todo Miles Davis, John Coltrane, Thelonious Monk o Duke Ellington. Y claro, si juzgamos los estímulos jazzísticos que le llegan hoy en día a cualquier transeúnte cultural no especializado, lo normal es palidecer ante la comparación. Lo que antes era original, arriesgado, combativo y genial ahora es rancio, conformista, tibio y decorativo. Pero no nos engañemos: en aquellos años la pachanga también rodeaba al jazz como una manada de lobos hambrientos. Hecha con más o menos gusto, reivindicada por algunos en aras de lo vintage o la memorabilia musical, pero pachanga, al fin y al cabo (con la más vulgar de sus acepciones, nada que ver con el género cubano heredero del merengue).

Esa óptica desenfocada y mitómana viene amparada por el sacrosanto "cualquier tiempo pasado fue mejor" –¡cuánta parcialidad se ha vertido sobre el verso de Manrique!– que inunda la mayor parte de doctrinas creativas. Uno puede alabar a Jonathan Franzen, pero cuidado con atreverse a compararlo con William Faulkner o Herman Melville. Pocos dudan de las bonanzas de Quentin Tarantino, pero hay que ser muy osado para situarle a la altura de John Ford, Raoul Walsh o Billy Wilder. Con el jazz –con la música en general– es igual: hace falta tiempo para convertirse en un clásico. Las modas tienen que pasar, la marea tiene que bajar y ver qué ha quedado tras ella. Y, entretanto, el mundo de la música popular se nutre de revivales más o menos encubiertos y más o menos ingeniosos, pero inequívocamente esclavos de sus referentes.

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No he venido aquí a hablar de mi libro

Por: | 25 de enero de 2014

No he venido aquí a hablar de mi libro

(Fotografía: Alberto Roldán)

En la solapa de El puño y la letra (66 Rpm, 2013) puede leerse: "Luis Boullosa (Madrid, 1975) es escritor periodista y músico. Ha escrito varios poemarios no publicados y una novela, Ceniza, reiteradamente rechazada por diversos editores. Ha colaborado con medios como Ruta 66, El Confidencial, Perfect Sound Forever, La Razón o Arraianos, publicación cultural, esta última, en la que aparecieron algunos de sus poemas de juventud. Mantiene en solitario desde 2006 el blog musical KAPUT, que en algún momento lejano fue un fanzine en papel. Ha sido miembro de un número no determinado de bandas underground que incluyen nombres tan oscuros como Vodka Drunkers, Goodbye Mass, La Camada, Masters Disaster Gang, 5 Cobras o Molestones. Actualmente compone y toca el bajo en la banda Gog y Las Hienas Telepáticas y trabaja en su segunda novela".

- La última vez que nos vimos fue en la presentación de tu libro. ¿Qué tal acogida está teniendo?
No me quejo, pero seamos realistas: un primer libro solo sirve para ponerte en el mapa. Si llegas a vender mil copias ya te puedes dar con un canto en los dientes, lo que significa que te vas a llevar unos dos mil pavos. Eso me lo fundo yo en tres farras. Los de la editorial se lo están currando mucho dentro de sus posibilidades y el libro está rulando bastante, porque trabajan con una distribuidora bastante potente. Al final lo de las presentaciones es como irte de gira. Aprovecho que me voy a tocar a algún sitio con mi banda y me llevo unos cuantos ejemplares. Unas veces sale bien y otras incluso pierdes algo de pasta.

- ¿Cómo interpretas entonces el auge editorial en materia musical en un país donde cada vez se lee menos y apenas se escucha música? 
Eso tendríamos que preguntárselo a los editores, pero si se publica tanto será porque hay mercado. En cuanto a si la gente lee más o lee menos... personalmente creo que eso depende de lo que entiendas por leer. En el metro puedes ver a un montón de gente enfrascada en “Cincuenta sombras de Grey”, pero para mi no se diferencia mucho a tomarte una copa en un bar en el que suena música de fondo. Leer es una actividad que requiere una cierta profundidad y, en ese sentido, pienso que en este país se lee poco.

- Es decir, la misma diferencia que existe entre "escuchar" y "oír" música…
Efectivamente. Falta una reflexión de fondo, más allá del mero entretenimiento. No me fascina especialmente Greil Marcus, pero en Mistery Train utiliza la historia del rock como pretexto para un ensayo de tintes sociológicos, lo que como lector me parece estupendo aún a riesgo de caer en su propia trampa.

- ¿La coartada intelectual?
Tampoco quiero que me malinterpretes, pero está claro que existe un público potencial para este tipo de libros, que se ha criado con el rock’n’roll y, al llegar a cierta edad, se adocena en un cierto conformismo burgués. Dejan de comprar discos e ir a conciertos y se alejan de la línea del frente. Lo que no tiene porqué ser necesariamente malo, salvo cuando se trata de un acto de esnobismo. Entiendo que alguien de sesenta años eche la vista atrás y se siente tranquilamente a leer una biografía de Elvis Presley o los Rolling Stones. Para mi, ese señor está contemporizando. Lo que me parece terrible es escuchar a uno de treinta lamentándose porque “ya no quedan bandas como las de antes”.

 

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Luke Haines, el hombre más airado de 1995

Por: | 21 de enero de 2014

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Hay gente que es de los Beatles y otra que es de los Rolling Stones. Y luego hay unos cuantos que son, por ejemplo, de los Kinks. Lo llaman bipartidismo, y hasta hace algunos años a algunos hasta les parecía extrapolable a cualquier aspecto de la sociedad. Simplifica las cosas, acota lo que consideramos normalidad a los confines de Barrio Sésamo y reduce las decisiones vitales a la categoría de verdadero o falso. Este bipartidismo permite, tanto a seguidores de los Beatles como a fanáticos de los Stones (y viceversa, tronista y viceversa otra vez) hacerse con la licencia de pensar que los que prefieren cualquier otra cosa lo hacen por esnobismo, infantiles necesidades de diferenciarse, o puro desconocimiento de lo que viene siendo la verdad. Los que viven en la normalidad son siempre muy de la verdad. Los que no, acostumbran a ser más de acción. En 1993, The Auteurs no ganaron el Mercury Music Prize por solo un voto. El premio fue a Suede, quienes se ganaron entonces el derecho a ser la tercera opción en un examen, el del britpop, que separa a los humanos dentro de la categoría de normales entre los que eran de Blur y los que eran de Oasis. The Auteurs quedaron fuera incluso del segundo círculo del infierno underground, y no porque su música fuera especialmente rara (estamos hablando de britpop, no de glitch house), sino porque su líder, un tal Luke Haines, no quería estar allí, no sentía ninguna afinidad con la mayoría de sus coetáneos, no estaba en sintonía ni con sus propios fans y, en realidad, menos a su novia, la bajista, odiaba al resto de los miembros de su grupo. En el mismo había un tipo que tocaba el chelo. Haines le llamaba ‘el chelista’.

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El País

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