Pasada la medianoche del 22 de julio de 2010, el pianista Vijay Iyer ofreció un recital en solitario en el íntimo ambiente del subterráneo club del Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián. El evento era el pistoletazo de salida de una nueva apuesta del Jazzaldia donostiarra, siempre en busca de nuevos formatos y enfoques en la programación para dar cabida a músicos y proyectos más minoritarios que los que frecuentan los principales escenarios del festival. Así, el primero de los denominados "Conciertos Secretos", estuvo protagonizado por el que ya era, de facto, uno de los pianistas de moda (si es que eso significa algo). Su reciente disco en trío, "Historicity", le estaba granjeando todo tipo de menciones y atenciones por parte de crítica y público, situándole en el punto de mira de todos los que buscan un "salvador del jazz" de cuando en cuando.
En realidad, Iyer asistía al festival como teclista del excepcional Golden Quartet de Wadada Leo Smith, para un celebrado concierto que tendría lugar al día siguiente y que servía, además, para conmemorar el veinte aniversario de la publicación especializada Cuadernos de Jazz. Aunque el concierto en solitario de Iyer parecía tener algo de decisión de última hora, el autónomo y esencial formato unipersonal no le era ajeno. Aún no estaba editado, pero dos meses antes el pianista había grabado su primer disco a piano solo –publicado con el ajustado título "Solo"–, un registro que levantó excitación e indiferencia a partes iguales entre los aficionados, algo que ha venido ocurriendo a Iyer desde el principio de su carrera. Pocos se atreven a cuestionar sus aptitudes, pero a menudo se le asocia con adjetivos como frío, cerebral, matemático, mecánico, y unos cuantos más, siempre a partir de la supuesta falta de emoción o sustancia en su música.
Curiosamente, esos mismos reproches se hicieron con frecuencia a varias de las influencias directas del pianista, como Andrew Hill, Anthony Braxton, o mentores como George Lewis y Steve Coleman. Sin embargo, cuando este último le dio a conocer dentro de una de las múltiples versiones de sus Five Elements, muchos vieron en Iyer un músico de gran potencial, un auténtico diamante en bruto. Esa percepción se fue confirmando a medida que su carrera discográfica se expandía en múltiple proyectos, como su fascinante cuarteto junto a Rudresh Mahanthappa, el trío colectivo Fieldwork o su fructífera colaboración con el rapero, productor y poeta Mike Ladd.
El universo de Iyer desarrollaba múltiples ramificaciones a medida que crecía como músico, siempre con sus referentes pianísticos presentes (Hill, Thelonious Monk, Randy Weston, Herbie Nichols...) y con una endiablada aproximación a patrones polirrítmicos, en ocasiones de gran complejidad, evolucionados a partir de los planteamientos originales del M-Base de Steve Coleman.
Para cuando atrajo la atención de un público más amplio en 2010, la carrera de Iyer ya contaba con una decena de álbumes imponentes que mostraban abiertamente la concienzuda línea de trabajo en la que se había mantenido en los últimos años. Su ya mencionado álbum en solitario fue el último remache en una etapa de madurez que servía para, desde el riesgo de enfrentarse completamente solo al instrumento, demostrar que Iyer no era un técnico ni un esteta, sino un músico poliédrico en constante evolución. Escucharle en directo en las mismas circunstancias, con todo el esplendor de la desnudez del piano, fue una experiencia musical de primer orden que confirmó a la alza todas esas apreciaciones.
Desde entonces, Iyer ha seguido creciendo. Tal vez no de manera drástica en el aspecto musical, pero sí ganando envergadura como artista a fuerza de girar con su trío de forma constante y de convertirse, por derecho propio, en un nombre recurrente en la actualidad jazzística. Ahora, en un nuevo giro a su carrera, el norteamericano ha pasado a formar parte de la flamante escudería del sello ECM; una casa que, si bien ha tardado en llegar, le viene como anillo al dedo. La excitante mezcla de erudición, creatividad y riesgo del pianista es un auténtico caramelo para los anhelos estéticos y artísticos del patrón del sello, el ínclito Manfred Eicher.
Para la ocasión, Iyer ha grabado una fascinante obra llamada “Mutations” (ECM/distrijazz), una suite en diez movimientos compuesta y estrenada en 2005 que se aleja de las líneas de trabajo que el pianista ha cultivado en su discografía hasta el momento. Interpretado por piano, electrónica y cuarteto de cuerdas, “Mutations” es, ante todo, un tour-de-force compositivo en el que se mezcla la música contemporánea, la improvisación, el minimalismo y otras doctrinas. Tan irregular como apasionante, la obra presenta pasajes, texturas y sonidos que rechazan ser definidos, si no es a través de la personalidad del propia Iyer.
Como era de esperar, el disco se ha editado envuelto en cierta polémica a raíz de lo imposible de adscribirlo a un género concreto. Siendo Iyer, en teoría, un músico de jazz, gran parte del mundillo ha puesto el grito en el cielo porque “Mutations” no es un disco de jazz. Ni falta que le hace.
Tampoco es una escucha fácil de buenas a primeras, y exige cierta implicación por parte del oyente. Sin ser una obra particularmente árida, no resulta sencillo entrar en “Mutations” de buenas a primeras. Sin embargo, crece en cada escucha y se muestra más rica y fascinante a medida que germina en el oído.
El disco contiene más música que la suite que le da título, con tres selecciones que podrían ser un pequeño guiño del pianista a su pasado y su futuro. Dos de ellas son muy recientes, compuestas en 2013 para piano y electrónica, y dan voz a nuevos territorios sobre los que Iyer está trabajando. La otra, que es precisamente la que abre el disco, es una reinterpretación en piano solo de “Spellbound and Sacrosanct, Cowrie Shells and the Shimmering Sea”, una composición que el pianista ya grabó en trío hace casi 20 años en “Memorophilia”, su primer disco como líder.
Esa sensación circular, de nuevo comienzo, de obra inclasificable e incomprendida, que transmite “Mutations”, le da también carácter de piedra angular en la discografía de Iyer. No hay duda de que el pianista seguirá transitando sonidos más ortodoxos con su trío o formaciones más deliberadamente jazzísticas, pero es evidente que, en el futuro, podemos esperar música muy osada por su parte.
Aquella madrugada de julio en el que un puñado de personas disfrutamos de su concierto en solitario en el Jazzaldia, pudimos experimentar aquel talento desbocado a solo unos centímetros de nosotros. Recuerdo perfectamente que a mi izquierda estaba sentado mi amigo y compañero Raúl Mao, y a mi derecha, el genial trompetista y compositor Wadada Leo Smith. A mitad de concierto, Wadada se volvió hacia mí y dijo “es asombroso ¿verdad?”. Y, la verdad, lo era.