Con el paso del tiempo, todas las celebraciones han ido importándome un pimiento, pero la de nochevieja ha ido creciendo en gravedad, incluso más que mi propio cumpleaños (que algún año había olvidado hasta el mediodía). Desde hace bastante tiempo, cada año ha supuesto un cambio completo de escenario, en mi situación personal y profesional (si es que todavía tiene sentido hacer esa separación), así que, las últimas y primeras horas de esta noche poseen una especial vibración. De aquí a un año qué. Cuando lo bueno y lo malo parecen haber perdido el sentido de la medida qué.
Tampoco quiero parecer un obseso de la nochevieja. Sé que esta noche deparará la ración habitual de catástrofes y poco más. Pero estos momentos en los que el tiempo parece tener forma y color, y podemos palparlo, son adecuados para actividades sanas, como intentar ver las cosas en conjunto.
Acabo de hacer un viaje largo, lleno de imperativos y excusas de familia. He cruzado varias provincias. En la mayoría de las ciudades, los cines como negocio urbano han desaparecido prácticamente. La Gran Via madrileña puede que no tenga ninguna sala la siguiente nochevieja. Los videoclubs se volatizan. Se habla de nuevos formatos audiovisuales, y a la vez, casi con la misma fuerza, se habla de la desaparición del formato como tal. Se editan más dvds que nunca y se abaratan en cuestión de segundos. La televisión alcanza su apogeo mientras muere... Estamos viviendo la transformación o fín de una industria a una velocidad mayor de la esperada. Y, créanme, nadie tiene ni pajolera idea de qué será lo siguiente. Sólo cabe la esperanza de que, al menos, no sea aburrido.
Y ¿España? Por favor, no dejen pasar de largo el milagro sin llamarlo por su nombre: No uno, sino dos han sido los taquillazos españoles con los que despedimos el año. Dos películas de terror. Similares en eficacia, pero opuestas en su estrategia. El Orfanato, puro clasicismo y REC una convulsa patada a los ojos. Melodrama y contramelodrama. Ambas con remake norteamericano a la vista. Mírenlo en conjunto y díganme si hace un año nos dicen esto y nos lo creemos.
Tenemos un talento especial para normalizar lo que hace poco era impensable: Éste ha sido el año en el que el cine español deja de ser sólo español. La proyección internacional de nuestros actores, directores y películas se ha disparado. Hasta el punto de que un director español, sólo con cortos a las espaldas, puede imaginarse debutando allí, como son los casos de Luiso Berdejo, los hermanos Pastor y Víctor García. ¿Qué freno tiene esta situación? ¿Se imaginan un futuro cercano en el que las películas españolas tengan por sistema que demostrar su valía en el mercado internacional? ¿Que pasaría con todo ese búnker de producciones españolas que se perpetúan año tras año, pero que resultan completamente inexportables?
En cualquier caso, “España invade Hollywood” es la expresión habitual cuando se hace eco de la cantidad de profesionales que probamos suerte en allí, unos más por necesidad que otros. Y a mí no me queda tan claro quién invade a quién.
Pongámonos positivos de nuevo. Me alegra no tener que recomendarles ni REC ni El Orfanato porque ustedes ya las han visto. ¿Les puedo recomendar otra? Corran y denle una oportunidad a No Digas Nada, dirigida por Felipe Luna (¿Se acuerdan del corto Te lo Mereces?). Vayan, aunque sea para decirle algo a esta señora.
Feliz año a todos.