Indiana Jones se ha enfrentado varias veces a una situación que hace tiempo que es un estándar: Hablo del recorrido de una instalación por una civilización lejana en el tiempo, precolombina, medieval, repleta de trampas mortales. El protagonista avanza en busca de un tesoro protegido por una serie de dispositivos, ya sean una bola de piedra gigante, cuchillas escondidas en las paredes, flechas que se disparan desde orificios estratégicos, porciones de suelo que se derrumban de forma progresiva.
Podemos entender que estas civilizaciones quieren proteger sus objetos con tanto afán que han hecho un esfuerzo extenuante diseñando mecanismos complejos y efectivos que desafían principios arquitectónicos y sobreviven al tiempo. En cualquier caso, siempre hay una manera de superar las tramas trampas, y esa manera está diseñada para aquel que conozca su mecanismo. Indiana Jones consigue llegar al otro lado, pero siempre es gracias a una combinación de conocimiento erudito, habilidad, suerte y casualidad. Pero nos ha quedado claro: No son trampas para evitar que el objeto no salga jamás del lóbrego recinto (si esa fuese la intención, para qué demonios molestarse en fabricar un pasillo), son trampas para que el objeto no caiga en manos de extraños o indeseables. Si usted no ha participado en la construcción, de un modo u otro, no es limpio de espíritu, o no cuenta con el conocimiento clave morirá aplastado, atravesado o agonizando de hambre en el fondo de un pozo infinito.
¿Hay otra forma de atravesar estos pasillos mortales? Sí, y es bastante sencilla:
No siendo el primero en intentarlo.
Tal como se nos describen las trampas a las que Indiana se enfrenta, la mayoría de las veces los intentos lo dejan todo hecho unos zorros. Las flechas ya han sido proyectadas (y no puede haber recambios para siempre), el suelo ha sido abierto, la bola de piedra ya ha sido arrojada cuesta abajo, los cadáveres son explicativos. Después del primer, segundo o tercer aventurero osado, debería ser bastante sencillo acceder al otro lado, al tesoro. Y todo esto no pudo ser obviado por los promotores, diseñadores, arquitectos y aparejadores de las trampas. Con lo cuál, podemos pensar de otra manera: Los artilugios mortales no están diseñados para asesinar al extraño, sino al héroe. Al pionero, al innovador condenado a una gran muerte. Como asumiendo que, si bien el ídolo dorado no podrá estar para siempre encerrado en una cámara hermética, ante la imposibilidad de asesinar a todo aquel que intente robarlo, o al menos condenar su alma al infierno, queda el consuelo de otra forma de condena: La de ser un segundón eterno. No podemos impedir que nos robes, hombre del futuro, pero la historia que te llevarás a casa será una mierda pinchada en palo.