En el año 1954 Godzilla arrasa en las taquillas japonesas. La Toho se marca un tanto a muchísimas escalas, adaptando el género de las monster movies a unas coordenadas culturales nuevas, resolviendo por la vía rápida los problemas de fechas que ocasionaba el stop-motion y metiendo a un especialista en un traje de goma y subiendo la relevancia cultural del resultado gracias a una transparente alegoría. Tan sólo nueve años después de La Bomba, el cine japonés resucita su fantasma en forma de lagarto gigante que arroja fuego por la boca y pulveriza Tokio a pisotones en una noche. Una metáfora, más que consciente, explicitada sin rubor durante toda la película.
La industria hollywoodiense no podía dejar pasar de largo el éxito clamoroso de Godzilla en su país de origen. Una avispada productora compra los derechos de distribución en tierras norteamericanas, pero se topa con el primer obstáculo: La rapidez de la película original respecto a los hechos históricos a los que alude se convierte en un inconveniente. Teniendo la segunda guerra mundial tan cerca ¿Podrían los estados unidos sentirse atraídos por una película japonesa llena de bombardeos y alusiones a la energía atómica?
La solución no fué sólo doblar el texto, eliminar algunas referencias y cambiar el discurso pacifista por una saludable celebración de la fuerza militar. Había que occidentalizar el aspecto final de alguna manera. Así que llamaron al actor Raymond Burr y rodaron material extra que se insertaría en la película original.
Aunque el esfuerzo de fotografía y edición es admirable, y el material nuevo se adapta al viejo como un guante en esos sentidos, sólo se rodó al actor americano durante un día en un estudio en Los Ángeles. ¿El resultado? Raymond Burr encabeza el cartel de Godzilla, King of Monsters, pero una vez que empieza la película, se constata que su personaje “pasaba por allí” y punto.
Su papel es el de un periodista, Steve Martin, casualmente en Japón durante los ataques de Godzilla. Al igual que en el montaje original, asistimos a la catástrofe material y humana, y al drama desaforado del Doctor Serizawa, que salvará al mundo sacrificando su vida. Steve Martin se limita a hacer algún comentario en off, hacer alguna pregunta sin mayor relevancia, y sobre todo, mirar desde cierta distancia con gesto meditabundo. Nunca se verá mezclado con la tragedia, ni de refilón. Está haciendo bulto. Está observando.
Este tipo de accidentes cinematográficos siempre dan pie a lecturas inversas. Una película japonesa con ánimo pacifista, que alerta sobre la posibilidad de la repetición en los conflictos bélicos a gran escala, es convertida en una película americana de monstruos mucho más mansa y menos comprometida con la historia reciente. Pero con la disparatada inclusión de un personaje que No Estaba Allí, de repente (deberíamos decir de repronto) el remontaje se convierte en un crimen confeso: El punto de vista, disfuncional a todas luces, evidencia las intenciones manipuladoras del resultado. Hay un tipo al fondo presente en todo momento, vigilando y tomando nota. Un señor al que alguien ha enviado, y con alguna razón. Godzilla, King of Monsters, es una película contada desde el punto de vista de ese hombre de negro al fondo al que nadie ha invitado a la boda pero que se queda hasta el final... Apuntando las canciones en un papel.
Deberes para casa: Imagínense esta misma artimaña aplicada a los remakes actuales de películas españolas.