Por alguna razón, para la prensa y las charlas de café (y recemos para que ambos universos se separen un poco más) la confirmación del tópico es mucho más atractiva que su negación. Tiende a propagarse con ímpetu extra el rumor de que tal actriz es medio tonta y medio puta, tal actor un vanidoso y un crápula, tal guionista un arrastrado y un cenizo, y tal director un megalómano sin remedio.
Por ejemplo, hemos leído demasiadas veces reproches a Jaime Rosales por haberse atribuído la invención de la polivisión para La Soledad. Rosales no sólo no se ha jactado de ese mérito jamás, sino que nunca ha tenido problema en mencionar a Abel Gance como su creador.
Otro ejemplo reciente, en el ni siquiera hay distancia formal entre la declaración y la malinterpretación: Se trata del articulo de la agencia EFE que relata la rueda de prensa de Inglorious Basterds en Cannes. En él se rescata esta declaración de Tarantino: “El mis películas yo soy el dios, el que crea y quiere a sus personajes”. Pocos discutirían que ser el dios de una ficción es la primera responsabilidad y el sueño honesto de todo narrador, sea en cine, literatura, o cualquier otro medio.. Sin embargo, la siguiente frase del artículo pervierte el sentido de la declaración: “Para aquellos que, efectivamente, consideren al cineasta un dios la película les proporcionará no pocos momentos de disfrute”. No es una manipulación gruesa. Es más, pinta a patinazo inconsciente, pero no deja de ser grave que se equipare la necesidad de un artista, dentro de los márgenes de su trabajo, con que él mismo, o cualquiera, le considere, en seco, un Dios.
El ejemplo más popular de un tiempo a esta parte fueron los comentarios vertidos a raiz de lo que Lars Von Trier supuestamente le soltó a un crítico en la rueda de prensa de Anticristo, en Cannes, un día antes que Tarantino: “Soy el mejor director del mundo”. No es difícil encontrar firmas indignadas ante esta frase, en blogs de aficionados y artículos de críticos de renombre. Muchos han encontrado en esta frase la confirmación y resumen de toda la prepotencia y vileza de este director.
Cualquiera que se moleste en comprobar qué se dijo en la rueda de prensa, comprobará que tal comentario formaba parte de una broma entre Willem Dafoe y Von Trier. Pueden verlo aquí, a partir del minuto 1:40. El actor dice, refiriéndose al autor de Anticristo:
-Disfruté su compañía, de su sentido del humor. Es un gran cineasta, y permite a los actores...
-¡El mejor! - interrumpe Von Trier.
La sala estalla en risas. Dafoe y Von Trier se ríen también. El actor replica:
-¡No puedo decir eso! ¡Tengo más amigos directores!
-¡Por qué!
Más risas (nadie parece tomárselo en serio, al menos en directo) y la rueda de prensa continúa. Casi al final, (aquí, a partir del minuto 3:40) un periodista protagoniza un momento algo tenso. Quiero señalar que, aunque la práctica totalidad de las crónicas que describen la rueda de prensa como un acto conflictivo, un punto negro en la trayectoria del festival, este año, todas ellas (o sea, TODAS) se remiten a este único momento para ejemplificar hasta qué punto la supuesta arrogancia de Von Trier irritó a los presentes durante todo el evento.
El periodista le pide al director que “explique y justifique” su película, alegando, entre otros motivos, la responsabilidad que supone estar en Cannes. Von Trier se niega, como todo director de cine con un mínimo de decencia debería hacer. No hay nada más mezquino y mediocre que un artista explicando o justificando su obra, ya sea en Cannes o en el salón de su casa. El periodista insiste y Von Trier acaba llevando la conversación al disparate (un disparate fatal traducido por las agencias) y recurriendo de nuevo al chiste más reído de la velada: “Además, soy el mejor director del mundo”. De nuevo hay risas generalizadas. Se llama “running gag”.
Personalmente, considero a Von Trier un supervillano, pero aclaro que esa opinión es estrictamente relativa a sus películas. La he formado a partir de su cine, y no a través de su persona, ya que no conozco a Lars Von Trier personalmente (al igual que los periodistas y críticos que le califican, me temo), y no sé si es un sádico egocéntrico que se cree superior al resto de los mortales. No lo sé porque esas cuestiones se resuelven en el trato personal, más que en las notas de prensa, los actos promocionales, las columnas de opinión y los rumores no escritos. No sé cómo es Von Trier porque ni somos amigos, ni parientes, y no he trabajado con él. Pero creo que tampoco he necesitado toneladas de sentido común y horas de análisis en detalle para comprobar que, durante esa rueda de prensa, Von Trier está ironizando. Si no fuese así, no se sumaría a las risas que despierta su comentario. Cuando alguien manifiesta en serio ser el mejor del mundo en algo no se ríe inmediatamente después.
El problema es, como apunté al comienzo, que la pasión por el tópico arrasa por donde pasa. He hablado de sentido común y de ironía. Dos de las primeras víctimas.