Supermetalenguaje y tres pisos de lecturas en esta foto.
A los que somos amantes del cine como posible experiencia única nos arrebataron una posibilidad sin precedentes cuando la distribuidora de SAW VI decidió recurrir la demencial decisión del Ministerio de Cultura de clasificarla X, y asi relegar su exhibición al circuito de salas porno.
La saga tan poco peligrosa SAW hubiese tenido aquí su estreno más disparatado y, de alguna manera, sincronizado con las truculencia inofensiva de sus entregas: Todos los fans que decidiesen verla, tendrían la ocasión de disfrutar de una sesión en un entorno sobre el que flotan tantas leyendas escabrosas. De repente, un nuevo circuito de salas se haría visible para un público quizá hastiado, y nuevas calles de la ciudad se verían recorridas por una nueva generación de posibles habituales. Y quien sabe si, con este precedente, las salas de cine porno se acabasen convirtiendo en un insospechado circuito de cine de género.
Sin embargo, los que vivimos en Madrid y queremos vivir la experiencia diametralmente opuesta de unos multicines de centro comercial, todavía tenemos a los cines Luchana's. Que se han convertido en receptáculo de todos aquellos estrenos españoles mínimos, accidentados, al margen de las vías de distribución habituales. En una de sus salas se nos ofrece una doble sesión: Por un lado Shevernatze, una película levantada a pulso por sus creadores Está construida sobre una premisa tan inusual como limpia. Y también funciona como perfecto ejemplo de un modelo de producción que se acerca a lo que entenderemos por largometrajes no franquiciados en un futuro no tan lejano. La tengo pendiente de ver, pero me interesa ver hasta dónde (nunca mejor dicho) llega la premisa de la historia y el planteamiento sus creadores.
La otra pelicula es Soy Un Pelele, de Hernán Migoya, cuyo destino rozó el mío hace tiempo y que he visto empujado tanto por la curiosidad de ver qué fue del guion que leí en su momento, y por la personalidad del mismo Migoya, que década y pico después de conocernos me sigue ilustrando e intrigando.
Siempre he pensado que uno de los grandes pesares del cine en occidente, y uno de sus grandes lastres a la hora de evolucionar, ha sido la necesidad industrial de delimitar al máximo el público al que vas dirigido: Tu película ha de ser familiar, infantil, para nerds, para señoras, para señores, para adolescentes, para gente cultivada o para tontos. Y cualquier intento de mezclar públicos o ambciones siempre ha sido mal vista. Incluso géneros aparentemente mixtos como “película de animación para niños que, no obstante, los adultos también disfrutarán” siguen unas reglas bastante estrictas. De esta manera uno se asegura un tanto por ciento de sincronicidad con el cliente, pero a cambio de eliminar en gran parte las posibilidades de transformarlo.
En ese sentido, creo que Migoya ha hecho, como un atentado contra cualquier espectador modelo, una película que no es para nadie. Una gracia de la escuela bruguera, inocente e infantil, va seguida de un violentísimo chiste de flemas, un enredo vodevilesco va seguido de una disgresion casi abstracta y una reflexión genérica va seguida de un actor cubano restregándose unos calzoncillos sucios contra la cara, o una mujer orinada, o Liberto Rabal con un gorro de playa corriendo de aquí para alla.
Por otro lado, añadiendo otra capa de desequilibrio, la naturaleza de Migoya es obsesiva, y la pelicula se filmó en condiciones límite, por eso tenemos el desajuste entre las ambiciones formales (el complicadísimo plano secuencia del comienzo) y las carencias de rodaje (faltan algunos planos). El ritmo se rompe en todo momento, la trama parece caer escaleras abajo, un golpe con una cubitera de repente merece veinte planos, y un ralentí de Paco Calatrava boqueando humo de tabaco veinte segundos. Y, sin comerlo ni beberlo, la narración se para para que veamos un monton de chicas desnudas posando para un fotógrafo babeante que dice “Esto parece una película española”.
Y para rematar este caos, la película se ha estrenado en unas condiciones quebradas, como perfecta prolongación meta-todo de la descripción cruenta que hace de la produccion cinematográfica en España. Que es ya como contemplar una ambulancia empotrándose contra un hospital. Un accidente irrepetible.
Dice Migoya que mientras algunos de nosotros hemos debutado con la cautela que se corresponde a una primera película, él ha rodado esta como si fuese la última. Sali del cine sin haber oído esta frase, pero llegando a una conclusión parecida. Soy un pelele podría ser la ultima película española.
Que, dentro de veinte años, presumiré de haber visto en una sala de cine.