Río Conchos, de Gordon Douglas, o la que algunos de los fans llaman “Apocalypse Now en el Oeste”, es uno de esos tesoros ocultos para el fan del Western. Pero no hace faltar entrar en el club para apreciar la extraña espectacularidad y amargura de esta película.
Se estrenó en el año 64, lo que la coloca en una curiosa posición. Siendo un western norteamericano, todavía se sitúa dentro de la corriente ortodoxa y legendaria. Pero se estrena el mismo año que Por un puñado de dólares, la revulsión artística y comercial que le daría vuelta al género para siempre. Río Conchos no puede estar influída por el Spaguetti Western, pero asombrosamente funciona como una premonición de todo lo que llegaría a partir de entonces: El Oeste que retrata es sucio, escéptico y desganado. La guerra civil está tan presente como el conflicto apache, y como resultado, hay tanta violencia cruzada en tantas direcciones que cualquier idealismo parece estéril. De hecho, los personajes nobles son los que menos hablan y deciden durante toda la película. Y la imagen que parece resumir el estado de la situación es la más desesperada de todas: Una nativa amamantando un bebé muerto.
Pero si nos fijamos en la parte técnica hay muchas más advertencias de lo que será el western a partir de entonces. Advertencias o algo más. Llamo a Patxi Urkijo, a quien le debía ver esta película hace tiempo, y me confirma que Sergio Leone la vió antes de filmar La muerte tenía un precio, arrastrado hasta la sala por insistencia del mismísimo Sergio Corbucci. Conociendo este hecho, es mucho más fácil entender hasta qué punto Rio Conchos ha acabado siendo uno de los westerns más influyentes de todos los tiempos.
Hasta entonces, los westerns estaban marcados por las necesidades de estudio en lo que concierne a relación de exteriores e interiores. La mayor parte de las veces, la continuidad entre los decorados de estudio, y los exteriores naturales se resolvía por montaje o truca. Por eso los salones, comisarías y hoteles tendían a ser opacos. Por eso casi nunca la cámara seguía a los personajes de un interior a un exterior o viceversa.
En Rio Conchos los tres personajes más dramáticos y decisivos de la película son presentados en interiores... que a la vez funcionan como exteriores, una solución drástica para la época y el género, y más y más extravagante a medida que avanzamos en la película.
El Mayor Lassiter (Richard Boone) vive en una casa tan marcada por la tragedia como él mismo.
Juan Luis Rodriguez (Anthony Franciosa), el personaje con el diseño más cruel de toda la película, es un criminal que espera la horca dentro de una extraña cárcel en un entresuelo con visión panorámica del exterior. Nada que ver con el habitual ventanal con barrotes.
(Perdonad que no respete el formato de pantalla a partir de aquí, la edición española del DVD tampoco lo hace)
Y la gran sorpresa nos la da la mansión donde vive el Coronel Pardee (Edmond O'Brian) el Coronel Kurtz de nuestra historia. Todo un cuadro surrealista, en la acepción más responsable del término. La locura de este personaje le ha llevado a construír una mansión siguiendo un orden demencial. El resultado es la proyección de un delirio de grandeza definitivamente extraviado.
Un espacio interior en el que, sin embargo, el viento puede soplar y anunciar un estallido de violencia...
Y un marco espectacular y lleno de simbolismos para un clímax perfecto.
Cualquier amante del western moderno podrá apreciar hasta qué punto todas estas extrañas soluciones tendrían eco más adelante. El buen western de los sesenta hasta hoy estaría marcado por unas continuidades llenas de significados, y técnicamente complejísimas, entre el espacio interior y el exterior, y la relación entre el personaje y ambas dimensiones.
Se nos pueden ocurrir pocos escenarios más alucinantes y extraños que los rodados por Leone, abiertos y cerrados a la vez, como la estación de tren del prólogo de Hasta que llegó su hora. Ahora podemos intuir de dónde vienen.