Hace tiempo, en este post, criticaba la posible injusticia que suponía concretar en puntuaciones nuestros gustos y criterios, de la triste posibilidad de que nuestras opiniones, íntimas y llenas de riqueza quedasen en un número, o un número de estrellitas que pudiese acabar pesando más que nuestros argumentos (o directamente sustituyéndolos). Todo partiendo de un supuesto, o una esperanza: Nuestras críticas no merecen acabar reducidas a una nota. Pero ¿Y si sí lo merecen?
El estudio de diferentes culturas ha ido descubriendo diferencias en las habilidades visuales de algunos pueblos a la hora de distinguir colores, texturas, accidentes geográficos... ¿Se trata de una cuestión genética? Parece que el peso de este fenómeno lo tiene la herramienta clave para clasificar y ordenar la percepción: El lenguaje verbal. Afinamos el lenguaje según nuestras necesidades, y son las palabras las que acaban delimitando nuestra sensibilidad, no al revés. Por ejemplo, la razón por la cual nos resulta imposible pensar en un color nuevo es porque, de entrada, necesitamos un nombre que nos permita separarlo de los demás y retenerlo.
Cuando disfrutamos una obra de arte lo es en función de muchos aspectos de nuestro carácter, nuestra sensibilidad, nuestro nivel cultural, nuestra necesidad de diversión o belleza. Podríamos pensar que el peso de nuestro lenguaje verbal no es tan grande en este caso porque el disfrute del arte, desde una narración a una pieza musical, no tiene por qué exigirnos una concrección en palabras de lo que estamos recibiendo. De hecho, en el mejor de los casos, lo que obtenemos puede ser tan embriagador que jamas podremos ni querremos hacerlo.
A partir de ahí surge una de las muchas contradicciones que encierra la profesión de crítico. El crítico consume un disco, una película o un libro desde la consciencia de tener que traducir en un texto escrito sus impresiones y conclusiones. El crítico disfruta en el cine tanto como tú y yo, pero su percepción está marcada por la constante traducción verbal de sus sentimientos e impresiones. Está adaptando la película a las posibilidades y riqueza de su lenguaje personal.
Y sin posibilidad de escape: Al crítico cinematográfico se le presupone la capacidad de abarcar la película con su pensamiento, o sea, no puede quedarse sin nada que decir. ¿Cuántas veces hemos leído una crítica en la que el autor confiese no poder interpretar o valorar una obra que le queda grande? El crítico nunca dice “no entiendo esta película”. Estamos más habituados a que la película se adapte a los limites de lo que el crítico es capaz de expresar, “esta película no se entiende” o que se califique despectivamente a aquellos que la perciben de un modo aparentemente más completo, “esta película es para pedantes, modernos y tontos”. Por eso la crítica es uno de los géneros literarios que caducan a más velocidad (leed reseñas culturales de cinco años para abajo), y en el que tan pocas firmas sobreviven: El crítico está condenado, por su naturaleza, a contemplar la obra desde una perspectiva para la que la película no fue diseñada, y por lo general, en el marco temporal más desaconsejable para entender una obra: Las fechas de estreno.
Leyendo los muchísimos comentarios que generan los youtubes de La Hora Chanante y Muchachada Nuí me produjo mucha curiosidad ver cómo muchos usuarios se limitaban a transcribir, sin más, algunos chistes o diálogos. Otros describen algún fragmento de lo que han visto. Yendo más allá, he llegado a ver canales donde algunos cuelgan auténticos remakes, gag a gag, de los sketches originales. En un principio no entendía de dónde podía venir ese afan de repetición. Repetir es una forma de exportar tu entusiasmo, muy bien. Pero, ¿por qué no escribir tus opiniones? ¿por qué no decir "esto me mola"?.
Más tarde me di cuenta de que aquella conducta no me era tan ajena. Recordé cómo, en mi infancia y adolescencia, ir al cine iba seguido, durante el paseo posterior, de una repeticion en voz alta de todo aquello que me había gustado. Recuerdo hartar de muy niño a mis padres y tíos repitiendo diálogos y describiendo situaciones, con un detalle que nadie pedía. Y, años más tarde , intercambiando esos mismos recuerdos con mis amigos. En cierta manera, mi afán por revivir la película estaba por encima de mi necesidad de juzgarla.
Y me acuerdo ahora de algo que Raúl Minchinela me contó la última cena en Barcelona: Nos hemos olvidado de que en los años setenta todavía era corriente que una pareja o un grupo de amigos se separasen a la hora de ir al cine y viesen películas distintas, para después poder contárselas, para poder revivirlas en común. Esa situación es chocante hoy en día, por muchos motivos. Quizas, el más importante, la importancia que le hemos ido dado a nuestra propia traducción de la película.
De un tiempo a esta parte, la crítica cinematográfica escrita ha dejado de ser una actividad reservada a los que la ejercen profesionalmente. Ahora, el espectador con un interés y afición más intensa y cultivada que la media se define por manifestar sus opiniones en su blog, o en foros, o en comments a blogs, o en réplicas en foros, o en su facebook, twitter o canal de youtube. Hay algo en lo que ese espectador se ha hermanado con el crítico profesional: Ve una película sabiendo que va a escribir sobre ella. Obligándose a tener algo que escribir. O mejor dicho, obligando a la película a adaptarse a los límites de lo que él pueda poner por escrito. Y, en el mejor de los casos, nunca reviviendo el gozo, sino describiéndolo.
Sin embargo, el fenómeno no se queda ahí. Se sobreentiende que un blog de éxito es un blog que genera comments. Los comments, en su mayoría, son aprobaciones o condenas del texto escrito. En otras palabras, la crítica de éxito es la crítica más criticada. Lo mismo sucede en cualquier formato de publicacion en intenet: Si escribes una crítica en Amazon, o en IMDB otendrás una respuesta en forma de valoración binaria (es de ayuda / no es de ayuda) o incluso serás replicado con una crítica a la crítica. Una crítica en una red social podrá ser más o menos comentada, más o menos aplaudida. En un foro, tu valoración no sólo evidencia tu capacidad intelectual, lo valioso de tus gustos, o tu soltura o gracia a la hora de escribir, sino que además te posiciona en un grupo que puede estar enfrentado a otro, aunque sea amistosamnte. La crítica escrita ya no es sólo una manifestación individual. Se convierte en un acto social, una forma de integrarte en un grupo o marcar diferencias respecto a él. Portales como Filmaffinity llevan esto a un terreno explícito: La crítica criticable es una herramienta para acercarte y describirte a posibles espíritus afines. Vendes tu personalidad de la misma manera que, en otros casos, lo harías a través de una foto.
Si la necesidad o autoimposición de la crítica escrita transforma nuestra percepción de la película ¿Qué no hará la consciencia de que esa crítica es un hecho que será, a su vez, aprobado o penalizado? ¿Que nos describirá y nos posicionará a la vista de todos? ¿Hasta qué punto la película que estamos viendo ya no tiene nada que ver con la que ve ese espectador al que llamaremos “clásico”?
Que una película pueda generar a día de hoy cientos de críticas durante toda su vida por salas, cuando antes se conformaba con una docena o dos no significa que podamos disfrutar de una riqueza de opiniones diez veces más variada y por ello valiosa. Percibimos muchas ideas repetidas, corrientes de opinión visibles desde antes del estreno de una película,clichés que sobreviven contra todo pronóstico, y esfuerzos demasiado evidentes por parte del crítico aficionado de ser aceptado o rechazado, de coincidir o desmarcarse. Pero también se leen firmas ricas, didácticas, reveladoras, atrevidas e intransferibles que quizás no hubiesen tenido cabida en un medio tradicional.
No quiero deslegitimar el fenómeno; el público y las formas de consumo tienen todo el derecho del mundo a mutar. Lo han hecho hasta ahora, seguirán haciéndolo, con cada cambio tecnológico. Es un proceso que no se deberia enjuiciar, sino definir. En cualquier caso, lo que crece es la responsabilidad de los autores, nuestra ambición. No cayendo en el error de hacer películas imaginando la crítica ideal, o la respuesta colectiva favorable inmediata. Nunca deberíamos filmar nuestras películas buscando palabras bonitas, sino, aunque sea cada vez más difícil, dejar sin palabras.