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Whoa! Mi versión de la historia es ésta: A finales del año pasado, gracias a mi representante en L.A., descubrí que en la productora de Lost existía cierto interés por Los Cronocrímenes, y en concreto supe que Damon Lindelof, productor ejecutivo y cabeza creativa, junto a Carlton Cuse, de la serie, era bastante fan de la película (incluso llegó a barajarse la posibilidad de que yo hiciese una aparición, pero esto lo explicaré en detalle cuando tenga sesenta y un años). Más tarde, un entusiasta twitter de Lindelof y un programa en la radio pública en el recomendaba la película terminó por desencajar mi mandíbula. Pero como soy una señorita elegante tampoco le di mucho eco al asunto, más allá de la pesadilla que acabó siendo para mis amigos.
Hace dos semanas, este artículo de Cinéfagos hizo que la noticia tuviese bastante repercusión, y que incluso llegase a medios escritos. Me siento muy honrado con algunos ecos que se han hecho, pero debería comentar que creo que la cuestión se ha exagerado un poco. Estando como está diseñado el esqueleto de la serie, me resulta imposible pensar que los viajes en el tiempo de la quinta temporada hayan sido inspirados por mi película. Tal y como describe Lindelof, ellos vieron Los Cronocrímenes aconsejados por un amigo porque precisamente estaban desarrollando paradojas temporales similares a las que yo planteé en mi guión. Con lo cual quizás sería más correcto hablar de feliz proximidad que de influencia.
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Vaya mieda de post ¿No? Una humilde y aburrida aclaración realista de hechos. ¿Queréis especulación egomaníaca? ¿Un enigma con elucubración lostie? Ahí va: Calculando la fechas en las que los guionistas diseñaron la quinta temporada descubro que, por aquel entonces, Los Cronocrímenes aún no se había estrenado en salas americanas, no había sido editada en DVD, y todavía no se había filtrado una versión subtitulada a Internet. ¿Cómo vieron la película, entonces?
Ésta foto, tomada en L.A., durante el American Film Market del año 2007, recoge un arrebato de fan desquiciado que tuve al descubrir que Terry O'Quinn estaba almorzando una mesa al lado de la mía. Mi falta de vergüenza no se limitó a pedirle una foto conmigo. Además le colé bajo el brazo una versión de la película recién montada, con subtítulos en inglés. Y ahora jugamos al ¿Y si?. ¿Y si fue el mismísimo John Locke el que le pasó la cinta a los creadores de la serie? Golpe de orquesta. Cortamos a negro. ¡LOST!
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¿Sabéis qué? Quizás por culpa de una niñez sin cines de estreno, no comparto con los directores de mi generación la fascinación incondicional por Superman, Star Wars o Los Goonies. Nunca he sentido una especial nostalgia por el cine de mi infancia y, aunque he rescatado películas por las que daría un brazo, no soy de esos treinteañeros que creen que una película a dia de hoy deba ser comparada con los manjares de entonces para comprobar si accede al panteón. Y no me veréis jalear el cine de hace tres décadas, como aquellos eruditos que en los ochenta nos daban la tabarra con las películas de los cincuenta. Creo que empecé a ser un espectador apasionado con Twin Peaks en el noventa y pocos, con el ciclo que dedicó La 2 a John Waters por aquel entonces, con Terroríficamente Muertos en VHS. Y desde entonces hasta hoy he tenido la suerte de alternar el interés teórico y el sentido crítico con algo que considero quizás más importante: El enamoramiento, el arrebato en tiempo presente. Lo que quiero decir es que disfruto Lost como el fan más inocente, como si cada miércoles fuese día de reyes y ¿sabéis qué?
Todo esto que ha pasado entre Damon Lindelof y Los Cronocrímenes ha sido para mí como si Indiana Jones girase el cuello, me mirase a la cara y me guiñase un ojo.