El conflicto entre hombres de ciencia y hombres de fe no terminará nunca porque la ciencia, por naturaleza, jamás resolverá las razones últimas de la existencia, el punto cero que los religiosos exigen.
Muchos espectadores de Lost estaban esperando de un modo especial Across the Sea, el capítulo quince de la última temporada. Sabían que la acción transcurría en un pasado remoto, y mostraba la infancia de Jacob y su hermano, los dos demiurgos que parecen manejar los destinos de la isla. A partir de ahí, muchos dedujeron que el capítulo tenía todas las papeletas para ser la explicación del mecanismo que ha provocado todos los misterios de la serie, la respuesta a la primera pregunta de todas, la que todos nos hacíamos, nuestra particular demanda religiosa: ¿Qué es la isla?
El capítulo, sin embargo, contó una historia que estaba lejos de funcionar como un Génesis: El relato de dos hermanos que llegaban a una isla que ya tenía su propio pasado, sus personajes y sus propiedades. Descubríamos que Jacob y su hermano podrían ser los causantes de de muchos de los fenómenos que habíamos presenciado en la serie, pero ellos, a su vez, no eran más que un episodio más en la historia de la isla. Ni uno era la encarnación del bien, ni el otro su opuesto elemental, sino dos seres humanos atrapados en otro conflicto más.
Muchos seguidores de la serie, insatisfechos por esta traición a las promesas que ellos habían supuesto, habían trasladado sus esperanzas al último capítulo, al que ya se le pedía funcionar como la conclusión absoluta y unificada de todas la tramas.
Pero, al final, tampoco hemos tenido un Apocalipsis. La isla no se ha hundido. Algunos personajes han conseguido despegar en un avión, otros se han quedado en tierra. Muchos han muerto y algunos de los vivos han heredado responsabilidades que sugieren que la historia seguirá su curso... Aunque nosotros, como el pobre Jack, hayamos dejado de mirar.
El símbolo que mejor lo expresa es el escenario que han utilizado para mostrar el corazón de la isla: Un tapón en mitad de un caudal de agua del que nunca veremos el origen ni la desembocadura. Como en la ciencia ficción más honesta hacia la experiencia humana (la que escribe Stanislaw Lem, Arthur C. Clarke, Philip K. Dick, Bioy Casares, Borges o Stephen King) no somos capaces de comprender el total... aunque seamos capaces de comprender el drama.
La conclusión del drama brilla sobre todo para los personajes que se han quedado en la isla, todos reencontrados con su naturaleza. No cabe duda de que Desmond, el eterno Ulises, intentará huir de ella una y otra vez ( y ese velero no le servirá de mucho, una vez más). Bejamin Linus volverá a ser el número uno de los segundones, y Hugo, la representación del fan dentro de la serie, se convierte en el nuevo protector de la isla. ¿Hay una forma más bonita de decirnos que, a partir de ahora, el legado de la serie es cosa nuestra?
En cualquier caso, lo que comparten todos y cada uno de los personajes principales, se hayan quedado en la isla o no, es la dimensión trágica de su desenlace: Y es que los que no están muertos acaban como empezaron, solos... ¿Para siempre? Cuando Juliet reventó a pedradas una cabeza nuclear en el clímax de la quinta temporada no abrió un universo paralelo al que pudiesen escapar nuestros personajes por un agujero, un “...y vivieron felices” interdimensional, sino algo mucho más complejo que nos daría para infinitas reflexiones (los interesados pueden empezar por aquí) y a la vez, mucho más simple: La posibilidad, más allá del tiempo y el espacio, de que estos personajes, que aprendieron que si no vivían juntos morirían solos, encuentren lo que les prometió la isla, pero no terminó de dar: Después de vivir solos, al menos morir juntos.
Mi artículo para El Periódico.