Casualmente, las dos últimas películas que he visto han sido Yo anduve con un Zombie, que había visto cuando era universitario, o sea, mal, y Un tipo serio, la última de los Hermanos Coen. ¿Y por qué digo casualmente?
Las dos comparten una característica bastante difícil de encontrar, ya que vulnera uno de los principios esenciales no sólo del guión cinematográfico, sino del relato en su sentido más elemental: En ambas películas el clímax se desarrolla al margen del personaje protagonista, que se queda en simple espectador, o ni eso, de la escena en la que confluye toda la película. Algo que, sobre el papel, es letal para la narración, y castra cualquier posibilidad de que la historia funcione, pero que no ha sido obstáculo para que la película de Tourneur sea un clásico sin discusión y para que Un tipo serio nos deje con una extraña satisfacción al llegar a créditos. En cualquier caso, habría que aclarar que este experimento no es nuevo para los Coen, especialistas en rodar los actos terceros más esquivos e imprevisibles de la historia del cine.
Se podría detallar de qué diferentes maneras tanto una película como la otra se permiten cometer una osadía tan grande. En realidad, son dos impulsos que no tienen nada que ver entre sí: Yo anduve con un Zombie, al igual que los relatos de detectives, termina mostrando que el protagonista no forma parte de la tragedia, sólo es el motor que le da cierre. En el caso de “Un tipo serio”... Bueno... Eh... No es tan sencillo.