Entre el Campus Cinematográfico en Málaga y el viaje a Corea, como invitado del Festival Internacional de Cine Fantástico de Puchón había un puñado de horas diseñadas para el descanso. Pero surgió la posibilidad de asistir junto con Don Lindyhommer al último día del festival de Benicàssim, en una combinación de vuelos y automóviles absurda. Un viaje condenado al fracaso, en el que apenas podríamos disfrutar de las fugaces apariciones de tantos amigos, y menos aún de las actuaciones musicales: En el escenario se sucedían Joaquín Reyes disfrazado de Leonard Cohen y el Millán Salcedo del pop inglés, y después, la verbena de tu pueblo en formato IMAX. Benicàssim, este año, fue una necia y atropellada adolescencia portátil. Tan inútil como reveladora. Por otro lado, me asusta pensar hasta qué punto crecerá en el recuerdo. En cualquier caso, os regalo mi truco: Ante cualquier duda, en caso tener que escoger entre la opción cómoda y la desquiciada, siempre me hago la misma pregunta: ¿A qué escala quieres vivir?
Luego, durante el vuelo a Seúl, como producto del cansancio extremo, del sueño, o como efecto residual de Sabe Dios, tuve una breve alucinación, de apenas unos segundos: Al otro lado de la ventanilla no había cielo, sino otro espacio interior.
En Corea no hay menos karaokes que discotecas. Karaokes en la tradición oriental, como vimos en Lost in Translation. Pequeñas cabinas de alquiler donde un grupo de personas se van turnando la labor de cantar. Algunos son lóbregos, opresivos, como escenarios para un clímax de Gaspar Noé. Otros, como el espectacular Luxury, en Seúl, son deslumbrantes. Es una gigantesca casa de muñecas en pleno centro de la ciudad. El muro frontal es transparente, y desde la calle puedes ver lo que sucede en cada una de las cabinas, como en un gigantesco 13 Rue del Percebe en el que cada habitación es el mismo chiste: Son pequeños dúplex provistos de escaleras de mano, trampillas y barras de bombero. Las paredes son estampados infantiles, y el suelo está sembrado de maracas, panderetas y martillos de plástico.
En cualquier karaoke el número de canciones, incluso occidentales, es inconcebible. Y hay margen de maniobra: Puedes cantar tu canción sentado junto a la mesa, respetando las reglas del local o puedes destruirlo todo: Pedir la canción inadecuada, en el momento erróneo, incluso más de una vez seguidas, restregarte contra los cristales de las cabinas, correr por los pasillos, colarte en otras fiestas, simulando ser amigo de alguien indeterminado, volcar todo el contenido de una mesa al suelo en un estribillo, o usar las panderetas, martillos y maracas de juguete desde propósito original: Joder.
Un festival de cine es la mejor ocasión para reencontrarse con amigos y hacer más: Allí estaban Rodigo Sopeña y Luis Piedrahita, de La Habitación de Fermat, les interrogué acerca de su siguiente película y comprobé con felicidad que insisten en las miniaturas y en la celebración del ingenio. También estaba Bruce LaBruce, con quién recorrimos los locales gays, el barrio chino y la frontera con Corea del Norte, la más militarizada del mundo, con sus minas, sus túneles y sus leyendas negras.
¿Y qué pasa con las películas? ¿El frenesí de las salas? Es triste, pero los festivales son los peores sitios donde ver cine, si eres invitado. A nada que tengas un compromiso con la prensa, con tu propia proyección, a poco que hayas dejado pendiente trabajo de tu país, acudir a un festival tiene más que ver con un ginkana social que con una maratón cinematográfica. Tiende a ser un malabarismo de tickets de comida, de pases, de información acerca del dónde y cuándo del siguiente evento al que no deberías faltar. Como en una vuelta a la aventura primigenia, el hambre y el sueño son elementos a tener en cuenta. ¿Qué compensa más, dormir treinta minutos en la habitación, y pedir cena al servicio de habitaciones, o dormir una hora entera y jugártela a que haya canapés en la fiesta de después? Esa falta de sueño a media tarde ¿Es indicio de que has superado el jet-lag o una trampa del destino, ya que después, en mitad de la presentación de tu película, vas a caerte en picado? Además, con la total desaparición de las salas de cine autónomas en la mayor parte del mundo, los festivales tienen que hacer coalición con las grandes superficies comerciales, y todo así es más feo, más complicado y más tedioso.
El festival acabó un viernes, pero el avión no me traía de vuelta hasta el lunes. Asi que el fin de semana me convertí en un turista progresivamente ensimismado. El domingo busqué tebeos, libros, discos, juguetes y comida picante, y sólo encontré colchas descoloridas, camisas de poliéster, y piruletas de pulpo
Dormí poco y mal.
El viaje a Corea empezó climático y excesivo, y fue apagándose poco a poco. Como este post.