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Estoy en la fase más enfangada de la escritura de la primera versión de La Rampa, que espero poder enseñar antes de que acabe el mes. He estado dos noches atascado con una secuencia del tercer acto. Y la noche siguiente escribí más páginas seguidas que durante toda la semana anterior. Siempre hago lo mismo, me propongo un régimen regular, bien medido, bien pautado. Pero a la mínima todo se hace pedazos. Y luego está la lotería de la última hora. Cuando te vas a la cama, a las cinco, a las seis de la madrugada, y te llevas bajo el brazo la sensación de que vas a revolucionar la narrativa moderna, o de que te vas a llevar una hostia como un piano. Ahora duerme, ánimo.
Y es en esta fase cuando descuido mi higiene, y mi aspecto. Me he impuesto un régimen para compensar la ansiedad que me entra en estas épocas, y de momento, sus únicos efectos son unas turbias ojeras. Me vuelvo un asocial. No es que me cueste coger el móvil. Es que me cuesta encenderlo siquiera. Cuando bajo a por tebeos de superhéroes debo parecer uno de esos desquiciados que los leen para anotar normas de conducta. En las cenas hablo despacio, y mezclo temas sin esforzarme por conectarlos.
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Hace poco, una periodista me preguntó si prefiero escribir guiones desde los personajes, o desde el acontecimiento. Insisto en que esa terminología, y esas herramientas, sólo sirven para el análisis, nunca para el método de trabajo. Uno no se levanta por la mañana y piensa "Voy a escribir un guión desde los personajes". Todos los dilemas a los que te enfrenta la escritura del guión te pillan desprevenido, sin manual al que recurrir. Ningún consejo en términos abstractos te puede salvar la vida. Hasta la instrucción más densa en cuestiones estructurales necesita saber si tu protagonista es un cura o una animadora. Tengo unas ganas locas de poner ejemplos de los marrones que me estoy topando, pero tengo miedo de hacer spoilers. Un momento ¿Se pueden hacer espoilers de algo que todavía no existe?