Primero, una advertencia (por advert). Este viernes 12 de diciembre se estrena Aparecidos, de Paco Cabezas, otra de esas películas de género españolas que, para llegar del punto A al punto B (siendo el punto B ustedes) las ha pasado canutas. Es un relato de fantasmas con un atrevimiento técnico muy poco frecuente, y lo que es más interesante, con un giro temático en su segunda mitad (de sorprendente actualidad) que da para discusión... Ya me he manifestado al respecto: La discusión al salir del cine es más preciosa que los aplausos en la sala.
Arrojado el consejo, vuelvo a las miserias habituales: Hoy también estoy de estreno. Se estrena Timecrimes en USA. Acabo de venir de Nueva York, del que quizá sea el viaje más diabólico de todos, con tres instituciones haciéndome tres horarios diferentes. Como un parto al revés. Al revés porque no estoy teniendo un niño. Me estoy librando de él. Mientras firmaba posters, tumbado boca abajo en el escenario vacío de una escuela de cine, un pensamiento giraba y giraba, cogiendo forma y contundencia como una benefactora bola de nieve “Ya está, esta vez sí, este es el último viaje que darás a cuenta de esta película, ya está, por fin”. Sé que he transmitido este sentimiento antes, pero ahora necesito creerlo de nuevo. No diseñé esta película para convertir cuatro años de mi vida en un agónico monográfico. Demonios, ninguna película debería merecer eso.
En cualquier caso, después del minitour USA me quedo con una curiosa comparativa acerca de cómo la película se recibe allí y aquí. Las diferencias son interesantes. También las constantes. Allí, por ejemplo, la película disfruta una desvinculación con el conocimiento previo de mi persona, ya saben “es del chaval del corto de los Oscar”. Por ejemplo, ninguna crítica la ha considerado “un corto alargado”. Tampoco ha habido consideraciones pseudopsicológicas acerca de mis taras personales. En ese sentido, ir a Estados Unidos ha sido para mí respirar un aire mucho menos viciado.
Pero ya os he dicho que las constantes son también apetitosas. Se repite el debate acerca de la previsibilidad de algunos elementos, la paradoja del arranque de la historia (¿pero por qué se desnuda la chica la primera vez, por quéeeeee?) y demás.
Uno de los comentarios con los que me he topado allí y aquí en más de una ocasión que más me han llamado la atención es la recuperación de la consideración de que una persona jamás podría compartir espacio con una versión duplicada de sí misma, viaje en el tiempo mediante, ya que esto colapsaría la realidad tal y como la conocemos. En realidad, esta teoría es abiertamente fictícia, y proviene de una advertencia que hace Doc Brown en “Regreso al futuro 2”:
-¡Un encuentro de esa naturaleza provocaría una paradoja temporal, lo que produciría una reacción en cadena que seguramente desarticularía el contínuo espacio-tiempo y destruiría todo el universo!
Lo que me impresiona no es tanto que una afirmación expresada desde la ficción haya acabado teniendo en algunos casos la categoría de teoría científica... Lo que me fascina es que en la propia Regreso al futuro 2 se negaba dicha posibilidad, ya que los personajes acababan enfrentándose a sí mismos sin mayor problema. En cualquier caso, no quiero que parezca que estoy haciendo una queja. Esto es simple y pura envidia: Ojalá yo fuese capaz de redibujar la ciencia de esa manera desde mis historietas.
Venga, a casa.